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Los misioneros que dieron origen a la Iglesia en Mongolia

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Camille Dalmas | I.MEDIA

I.Media - publicado el 26/08/23

El Papa Francisco visitará Mongolia del 31 de agosto al 4 de septiembre; un país donde el catolicismo es minoría y cuya historia está llena de mártires, misioneros y pequeñas comunidades católicas.

En Mongolia, donde el Papa Francisco estará de visita del 31 de agosto al 4 de septiembre de 2023, un puñado de misioneros ha hecho nacer una pequeña comunidad católica donde, hace treinta años, no vivía ningún cristiano. Aislados y en la periferia de todo, estos misioneros vienen de todo el mundo para anunciar la Buena Nueva viviendo lo más cerca posible del pueblo mongol. I.Media pudo entrevistarse con dos de ellos, que hablaron de su vocación.

La visita del Pontífice argentino a Mongolia es “un signo de esperanza para los católicos mongoles, que pueden sentirse como una minoría en su propio país”, sobre todo teniendo en cuenta el éxito del protestantismo, afirma la monja belga Lieve Stragier, Superiora General de la Congregación del Inmaculado Corazón de María (ICM), que pasó 15 años en Mongolia. “Aunque sean pequeñas, aunque su comunidad sea muy joven, muchas de estas personas se han bautizado en los últimos años y están contentas de saber que se les tiene en cuenta y que forman parte de la comunidad católica”, subraya.

El padre Mathieu Ndjoek, sacerdote camerunés de la Congregación del Inmaculado Corazón de María, que vivió en Mongolia durante diez años (2008-2018) y tiene previsto regresar allí próximamente, cree que la visita del Papa debería ayudar a “hacer sentir el amor de Dios” a todo el pueblo mongol. Cree que el pontífice también estará allí para llevar un “inestimable” mensaje de apoyo a los pastores de Mongolia.

Tras las huellas del Padre Verbist

Históricamente, Mongolia es un territorio de misión que debe mucho a la Iglesia católica de Bélgica: la presencia de misioneros belgas en esta región fue iniciada en la segunda mitad del siglo XIX por el padre Théophile Verbist (1823-1868). En 1862, este sacerdote del barrio de Scheut, en Anderlecht, decidió fundar una congregación de sacerdotes misioneros seculares, la Congregación del Inmaculado Corazón de María (CICM) -apodados los “Scheutistas”-, cuya vocación era viajar al norte de China.

El padre Matthieu Ndjoek forma parte de esta familia religiosa -598 miembros en la actualidad- que está repartida por una veintena de países de todo el mundo, entre ellos la RDC, Brasil, México e Indonesia. Nacido en Camerún en el seno de una familia practicante de religiones tradicionales, recuerda cómo el contacto con los hermanos scheutistas de su pueblo le convenció para hacerse cristiano y luego para comprometerse en la misión, lo que le llevó a Mongolia, de donde es originaria su orden.

Cuando comenzaron su andadura en China, los primeros scheutistas fueron enviados al vicariato de “Tartaria”, como se conocía entonces a la vasta extensión situada al noroeste de China. Este gigantesco territorio eclesiástico había sido confiado a misioneros lazaristas desde el siglo XVII -como el padre Évariste Huc (1813-1860), el famoso aventurero que visitó el Tíbet-, pero necesitaban refuerzos. Al igual que los lazaristas, los scheutistas dirigieron su misión hacia el vasto territorio de Mongolia Interior -China-, donde el padre Verbist murió en 1868, tras haber contraído el tifus.

679 miembros de su orden le siguieron para evangelizar China, a pesar de la hostilidad del clima y de la gente. Entre 1899 y 1901, durante la rebelión de los bóxers, muchos schoutistas murieron como mártires en esta difícil tierra de misión.

A principios del siglo XX, los scheutistas presentes en China se volvieron hacia Mongolia Exterior -la actual Mongolia- y se establecieron allí, pero demasiado tarde. La revolución soviética arrasó el país, que se convirtió en una república socialista y atea en 1924 y prohibió la presencia de misioneros. Los misioneros belgas permanecieron en Mongolia Exterior hasta la revolución china (1945-1949), durante la cual once misioneros fueron martirizados, mientras que todos los demás fueron expulsados.

Los pioneros de la evangelización en Mongolia

En 1992, cuando cayó el régimen comunista, tres sacerdotes scheutistas recibieron el encargo de retomar la labor de sus predecesores. Uno de ellos, el filipino Wenceslao Selga Padilla, se convirtió en 2002 en el primer obispo de la prefectura apostólica de Ulan-Bator. A estos pioneros se unieron los discípulos de otra gran misionera belga, la Madre Marie-Louise de Meester (1857-1928). Tres monjas de su congregación, las Hermanas Misioneras del Inmaculado Corazón de María (506 miembros en 2022), también conocidas como las “monjas de De Jacht” -nombre de su casa madre cerca de Lovaina- llegaron a Ulán Bator en 1995.

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Sor Lieve Stragier

“Bajé del avión y no vi… ¡nada de nada!”, recuerda Sor Lieve Stragier, una de las tres monjas, recordando el escaso desarrollo del país y de su capital en aquella época. Mongolia era entonces muy pobre y acababa de salir de largos años de ateísmo, pero la monja recuerda que enseguida sintió que “Dios ya había estado aquí”.

Los mongoles “buscaban un sentido, sustituir algo que les había sido arrebatado durante los años comunistas”, explica la Hermana Lieve. Recuerda que en sus primeros años, la misión acogía sobre todo a expatriados. Sin embargo, estos últimos “venían a misa con su chófer mongol”, y esta presencia católica pronto despertó curiosidad, sobre todo entre los jóvenes. “Había una fascinación por todo lo occidental”, explica la monja flamenca.

Entre los mongoles

Durante los primeros años, los misioneros esperaron a dominar el idioma y luego se dedicaron a averiguar cómo podían servir al pueblo mongol en su vida cotidiana. “Teníamos que aprender a vivir en comunidad, ésa era nuestra prioridad”, dice la hermana Lieve.

Así que se ocupó de los niños de la calle que entonces vivían en las alcantarillas de Ulán Bator, “el único lugar donde hacía calor en invierno”. Trabajó en el primer centro del país para niños discapacitados mentales y abrió un centro comunitario en las afueras de la capital.

Estas actividades dieron lugar a momentos de evangelización, sobre todo durante las sesiones de “compartir la Biblia”, intercambios “muy prácticos” organizados para adultos en torno a textos bíblicos. Poco a poco, la pequeña comunidad fue creciendo. Lieve Strieger recuerda con especial ternura el día en que, para la cuna viviente de Navidad, el muñeco del niño Jesús fue sustituido por primera vez por un niño mongol, hijo de una pareja de conversos.

El padre Mathieu Ndjoek, que vivió en Mongolia de 2008 a 2018, fue el principal responsable del centro para niños abandonados de Ulan Bator, fundado por sus predecesores scheutistas allá por 1995. Aunque tuvo que enfrentarse a momentos difíciles, como los prejuicios sobre sus orígenes africanos, fue sensible al “gran sentido de la acogida de los mongoles”, especialmente fuera de las ciudades.

Al igual que la Hermana Lieve Stragier, el sacerdote camerunés considera que la misión “no progresa como nos hubiera gustado”, pero cree que hay muchos signos muy positivos en esta comunidad tan pequeña. En particular, señala, el hecho de que el “padre Giorgio” -Giorgio Marengo-, un sacerdote italiano que formó parte de los misioneros en Mongolia, se convirtiera, para sorpresa de todos, en el primer cardenal del país en 2022.

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