En una de las escenas primordiales de esta película, Kitty le dice a su marido, J. Robert Oppenheimer (la traducción no es literal): “¿Crees que, porque dejas que te humillen, el mundo te perdonará? No lo hará”. Tras la destrucción de las ciudades de Hiroshima y Nagasaki por las bombas atómicas que aquel ayudó a fabricar durante el Proyecto Manhattan, en Los Álamos, Oppenheimer elige convertirse en una especie de mártir: alguien dividido entre su éxito (el doctor que sale en las portadas de las publicaciones más prestigiosas) y su conciencia (el hombre atormentado por convertirse en un “destructor de mundos”). Una figura arrasada por la culpa y la necesidad de perdón, aunque, como atestigua uno de los personajes del filme, nunca mostró arrepentimiento en público.
El nuevo largometraje de Christopher Nolan, de una duración de tres horas, exige un esfuerzo por parte del espectador, algo habitual en su filmografía: sus películas deben verse como puzzles desarmados que hay que articular mediante pistas y dedicación mental. Por eso tantos espectadores reniegan de su cine: detestan que, al llegar los créditos finales, sus mentes aún traten de desentrañar su particular andamiaje sobre el espacio y el tiempo. Para quienes sabemos que el cine, además de entretenimiento, puede ser una exploración compleja sobre la condición humana aunque el director no lo ponga fácil, las películas de Nolan suponen un goce total.
Un filme en el que no faltan las alusiones religiosas
Quienes se queden solo en la superficie, no comprenderán del todo la reconstrucción cinematográfica sobre el personaje. Aquí Oppenheimer es una figura trágica, alguien que al mismo tiempo despierta nuestra ira y nuestra piedad. Un hombre que, junto a militares, políticos y científicos, ha jugado a convertirse en un dios… pero en un dios que causa perjuicios a la humanidad. Esto es: esa ambición de convertirse en dioses es lo que degenera que se hayan convertido en demonios, en destructores de mundos, tal vez lo opuesto a lo que querían.
En otro momento de la película J. Robert alude a su posible condición de “profeta”. Pero Isidor Rabi, otro físico, le advierte: “A un profeta no se le permite equivocarse. Ni una sola vez”. El propio Albert Einstein también le alerta: le dice que, una vez le hayan castigado lo suficiente, empezarán a darle medallas y dedicarle homenajes, pero no serán en beneficio de él, sino de ellos mismos.
Oppenheimer también es devorado por la rivalidad que mantiene con algunos de sus colegas. La envidia de otros, sobre todo de Lewis Strauss, le acabará conduciendo a una farsa de juicio privado en el que no se aportan pruebas… pero que servirá a sus detractores para despojarlo de sus funciones. En este sentido, y tal y como apuntaba el propio Nolan, esta parte del filme homenajea al “Amadeus” dirigido por Milos Forman, con Oppenheimer como un Mozart exitoso, brillante y humorístico; y Strauss como un Salieri envidioso y menor, sumido en las sombras. Nolan reconstruye su historia saltando de continuo entre los momentos esenciales del Proyecto, los años posteriores y las audiencias y juicios a los dos protagonistas.
Oppenheimer es un filme en el que no faltan las referencias religiosas y los conceptos de culpa y perdón. Es el caso de la escena en la que el científico pronuncia lo siguiente: “Golpea mi corazón, Dios Uno y Trino”, cita de un poema/oración de John Donne que utiliza Oppenheimer para exponer su idea de nombrar la primera prueba atómica en Nuevo México como Trinity (es decir: la Santísima Trinidad). O ese otro momento en el que Kitty, la mujer fuerte pero traicionada por su marido infiel, dice: “No puedes cometer un pecado y luego pedirnos a todos que sintamos lástima por ti cuando haya consecuencias”. O cuando otro de los científicos sostiene que la bomba caerá sobre los justos y los injustos.
Oppenheimer es, sin duda, uno de los mejores trabajos de Christopher Nolan, un biopic atípico para su filmografía (como lo fueron, por ejemplo, el “Lincoln” de Steven Spielberg y el “Mank” de David Fincher), con interpretaciones ejemplares del reparto al completo, desde la primera estrella a la última, pasando por los actores menos conocidos y los famosos que intervienen en cameos, donde destacan Cillian Murphy, Emily Blunt, Robert Downey Jr., Matt Damon, Tom Conti, Kenneth Branagh y Jason Clarke. Es, además, una película que nos alerta sobre los peligros del poder, del control y del armamento, y de cómo algunos hombres terminan quemados a causa de sus ambiciones.