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Beata María de Jesús: La “letradillo” de Santa Teresa

MARIA DE JESUS

Missori | carmelitefriarsocd.org

Sandra Ferrer - publicado el 14/04/23

Fiel seguidora de la orden carmelita, la santa le confió la lectura de los manuscritos de algunas de sus obras

Cuando Santa Teresa de Jesús inició su proyecto de vida, fueron muchas las mujeres que no dudaron en seguir sus pasos ayudando a impulsar el Carmelo en España, Europa y Latinoamérica.

Las mujeres que ingresaron en los cada vez más numerosos conventos que empezaron a fundarse en tiempos de la santa recibieron el apoyo de los suyos; otras, lo hicieron enfrentándose a sus familias. Eso fue lo que le sucedió a una joven de buena cuna y hermoso rostro a la que su madre no gustó demasiado su decisión. A pesar de las dificultades, consiguió su objetivo convirtiéndose en una de las primeras impulsoras del Carmelo.

Se llamaba María López de Rivas y había nacido en Tartanedo, Guadalajara, el 18 de agosto de 1560 en el seno de una familia hidalga. Tenía cuatro años cuando falleció su padre y su madre volvió a casarse.

En aquella época, la niña se trasladó a vivir con sus abuelos a Molina de Aragón, donde creció hasta convertirse en una joven hermosa a la que los suyos empezaron a buscar marido.

Ella, sin embargo, tenía otros planes. Despertando en su corazón la vocación religiosa, pidió ayuda a su confesor, un jesuita llamado Antonio de Castro quien la puso en el camino del Carmelo.

Desde muy pequeña, María había mostrado una profunda fe canalizada en sus juegos infantiles, devota desde niña de la Virgen María, solía vestir a sus muñecas emulando los mantos con los que se la representaba en las iglesias. A pesar de ello, hubo un tiempo en el que María quiso disfrutar de la vida mundana, hasta que en varias ocasiones, mientras rezaba, oyó una voz del Cielo que le decía “Te quiero para Carmelita Descalza”.

Su madre y otros familiares se negaron a que María tomara los hábitos, pero ella no se rindió. Algunas fuentes aseguran que alguno de sus familiares llegó incluso a intentar asesinar al padre Antonio, por haberla convencido de que abrazara la vida religiosa.

Primero se presentó ante el corregidor de Molina de Aragón para argumentar las razones que la habían llevado a tomar aquella decisión, mostrando su voluntad de seguir la obra de Teresa de Jesús, queriendo acudir a Toledo. Así lo hizo en el verano de 1577 cuando pudo, al fin, ingresar en el convento de las Descalzas de la ciudad del Tajo.

Convertida en la hermana María de Jesús, su salud empezó a verse afectada por los rigores a los que empezó a someterse. Así lo cuenta el padre Francisco de Acosta en su obra Vida prodigiosa y heroicas virtudes de la venerable madre María de Jesús: “También nos mostró la firmeza de su esperanza en la turbación, que para profesar causó su poca salud en las religiosas y la que esta poca salud le causó a ella, temiendo si profesaba, o perder la vida, o derogar el rigor de su instituto, y si no profesaba, perder también la vida, afirmando que en medio de estas congojas, jamás dudó que había de profesar”.

Enferma y agotada, las otras religiosas llegaron incluso a recelar de ella, quejándose a la madre fundadora de que no podía continuar en el convento. Santa Teresa se negó a perder a aquella religiosa en la que pronto descubrió a una mujer culta e inteligente.

“Miren hijas mías lo que hacen, – les dijo – pues si no dan la profesión a María de Jesús, yo me la traeré a Ávila, segura de que será más dichoso que todos el convento que la tenga; porque aun cuando sea para estar en una cama toda la vida, la quiero tener en mi casa”.

Además de compartir con ella distintas cuestiones que le preocupaban, Santa Teresa escuchaba sus consejos y la consideró como una de sus hijas predilectas. La llamaba cariñosamente “Mi letradillo”.

El padre Acosta lo relataba así: “Decía la humilde su parecer. Reconocíale muchas veces nuestra Madre Santa Teresa por de mayor acierto que el suyo, y con aquel donaire del cielo disimulando con el agrado, y amor, lo que con la razón admiraba, decía, ‘En verdad, que ha de ser eso que tú dices, porque lo dices tú, que eres mi letradillo’, nombre con que la llamaba de ordinario”.

Santa Teresa confió en ella para que leyera los manuscritos de obras como Las Moradas o El castillo interior: “… no lo fue solo ayudándola con la vida activa, porque fue, sin comparación, más lo que ayudó con la contemplativa, de que es buena prueba haberle entregado la Santa Madre sus libros, para que los revisase, consultándole las mayores dificultades del de las Moradas, y entregándole el del Camino de Perfección para que lo enmendase.”

El padre Jerónimo Gracián, en su obra Peregrinación de Anastasio, le dedicó a María de Jesús estas palabras: “Una religiosa a quien la Madre cuando vivía amó con particularísimo amor, porque, además de haber sido santa desde niña y tener virtudes aventajadas y heroicas, pidiendo a Nuestro Señor le diese en esta vida algo que sentir de su Pasión visiblemente, Su Majestad se le apareció y le puso una corona de espinas sobre la cabeza, de donde le resultó un tan extraordinario dolor de ella, que nunca se le quita, y es misterio cómo puede vivir con él y no faltar a las cosas de la orden; y después de muerta la santa madre Teresa, prosiguiendo su deseo de padecer por Cristo en memoria de su Pasión, le ha dado tan grandes dolores en pies y manos y costado, que es admiración. A esta sierva de Dios le han acaecido muchas cosas dignas de considerar.”

María de Jesús sobrevivió muchos años a la santa de Ávila, pero aún tras su muerte, aseguraría haber tenido visiones de Teresa, como testificó el padre Gracián: “Una vez se le apareció en visión interior y le dijo que importaba perseverar en la pobreza comenzada en las descalzas, porque Dios daría espíritu doblado a las casas de pobreza, y que a los que con ella confiasen verdaderamente en Cristo su esposo, no les faltaría nada de lo temporal”.

Más de seis décadas vivió María de Jesús como carmelita descalza. Años en los que ejerció oficios humildes dentro del convento, como tornera o enfermera, hasta llegar a ser sacristana, maestra de novicias y priora.

Este cargo lo asumió por primera vez en septiembre de 1591. Fueron momentos duros para la religiosa, pues a sus constantes dolencias e importante responsabilidad, se unió la crítica y oposición que recibió de algunos religiosos en un tiempo en el que el Carmelo se vio sometido a duras críticas.

María de Jesús permaneció firme en su postura de defender el legado de su querida Teresa y, con el apoyo de muchas religiosas, continuó trabajando por la mejora de la vida conventual, siempre siguiendo los pasos que le había marcado la santa de Ávila.

María de Jesús experimentó arrobos místicos y éxtasis en varias ocasiones, notando la presencia de la Santísima Trinidad y de la propia madre Teresa. Según cuenta el padre Francisco de Acosta en su biografía sobre la Beata María de Jesús, “el conocimiento que esta Venerable Virgen tuvo del misterio de la Santísima Trinidad, fue proporcionado a la luz, con que la vio muchas veces (según es visible e inteligible en esta mortalidad ) y esto por lo menos cada año en su vida.”

El 13 de septiembre de 1640, la madre María de Jesús falleció en el convento en el que había vivido. “Pusieron a nuestra Venerable Madre en su lecho; – relató el padre Acosta – junto a la reja del coro des de la tarde hasta las once de la mañana y del día siguiente, a petición de los que concurrieron que la querían tener allí, aclamándola todos como Santa”. Enterrada en el convento toledano, fue exhumada en varias ocasiones en las que se descubrió que su cuerpo permanecía incorrupto y exhalaba un agradable perfume.

El 14 de noviembre de 1976 fue beatificada por el Papa Pablo VI.

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