Ollanta, Olllantay o Apu Ollantay es un drama, una pasión amorosa entre la princesa CCusi Ccoyllu y el general Ollanta, amor que choca con la razón de Estado.
Discuten los estudiosos si Ollantay fue escrito originalmente en Quechua o en español recogiendo tradiciones precolombinas; por otra parte, es de señalar que la bella sonoridad del Quechua se ha trasladado de varios modos; así, donde algunos escriben Ccoyllu, otros optan por Quyllur; y así con todo.
Sea como fuere, es de destacar que Ollantay narra algo que trasciende a la cultura incaica porque pertenece a la esencia de lo humano, hable la lengua que hable e independientemente de los tiempos y los espacios en que habite.
Ollanta y Ccoyllu se aman. Esa es la realidad central de sus vidas. Pero Ccoyllu, además de amante, es hija del inka Pachacútec; y Ollanta, además de amante, es general de origen plebeyo al servicio de su señor, el inka Pachacútec. Que la realidad se acomode al deseo de los amantes no depende de ellos.
La pretensión de Ollanta, desposar a Ccoyllu sin tener sangre real, es un riesgo.
Se lo advierte su servidor, Piki Chaki: «El día que el monarca sepa tus atrevidos pensamientos, la cabeza te cortará». Se lo advierte también el sabio Willka Uma, aconsejándole que olvide su intento. Pero Ollanta, guerrero enamorado, sólo aspira a conseguir a quien puede apagar su sed de infinita felicidad, no concibe una vida sin su amor:
«- Ollanta: Hallándote enfermo y sediento, ¿lo que debes beber arrojarías?
- Willka Uma: Cuántas veces bebemos la muerte en vasos de oro».
Es un gran peligro. Para el general y para la princesa. Ollanta debiera saberlo, debiera ser consciente de la realidad. Pero quizá piensa que un hombre corriente puede aspirar a una princesa si la ama lo suficiente, si tiene, en suma, alma de príncipe.
La historia, por el contrario, se hace drama y tragedia para los amantes porque el señor y padre se opone con toda la fuerza de su poder regio y paterno. Prohíbe y castiga el atrevimiento de los amantes que serán marido y mujer para siempre… pero sólo un día, sólo una noche.
Pachacútec hace valer su poder para encerrar a la hija… para siempre e ignorada de todos quedará para siempre. Ollanta hará valer su oficio y levantará un ejército y un pueblo contra Pachacútec.
El padre e inka muere, pero los actos de los hombres y los decretos de los reyes sobreviven a los mortales. La rebelión de Ollanta contra el inka continúa contra Túpac Yupanki, el heredero, quien finalmente vence a Ollanta.
El vencido es colocado ante lo que exige la ley para un rebelde: la muerte.
El hombre se constituye, se perfila y se define por sus relaciones. La relación de Pachacútec se basaba en su poder, era una relación de dominio respecto a sus súbditos (Ollanta) y su hija (Ccoyllu); la relación de Ollanta y Ccoyllu era una relación de amor. De ahí la tragedia: nos gustaría que triunfase el amor; nos duele ver que en la realidad se impone el poder que separa al señor de los súbditos, al amo de sus sometidos. Duele porque intuimos que, aunque en muchas ocasiones sea así, podría ser de otro modo… incluso debería ser de otro modo.
Pachacútec impone la ley, afirma su poder y dominio. Y lleva al desastre las vidas de su hija y su general. Y atrae la guerra a sus dominios. Así afirma su poder y pierde todo.
El sucesor, Túpac Yupanki, tras vencer a Ollanta y mostrarle la muerte hace algo insólito para Pachacútec: «Viste ya tu condena [a muerte] […] Voy a rehabilitarte cien veces, diez mil veces». El inka confirma y perdona al rebelde, y Willka Uma, el sumo sacerdote subraya la enseñanza para que el lector aprenda y Ollanta no lo olvide: «Ollanta, aprende a conocer el poderío de Túpac Yupanki, tu adhesión no le falte en adelante y nunca olvides su perdón; Payta qhátiy kunanmanta, khuyasqantari unánchay».
Túpac Yupanki muestra su fuerza, su poderío, venciendo al rebelde. Según la ley, tiene derecho a darle muerte. Pero Túpac muestra su poder de un modo superior: le devuelve la vida a quien ya se sabía muerto: le vuelve a otorgar la confianza, es decir, le perdona. Perdonar es poner la relación de amor por encima de la relación de dominio.
Así afirma su poder y salva todo: el poder, la autoridad y el amor. Se salva y enaltece a sí mismo. Salva al reino. Salva y reúne, finalmente, a los amantes.
La tragedia forma parte de la existencia pero la vida incorpora también la esperanza de que el amor nos salve. Y ocurre, quizá siempre, aunque no siempre lo veamos porque no nos sea dado contemplar la vida en su plenitud.