Todos llevamos en el corazón un profundo deseo, el deseo de ser amados. Es como la sed: no podemos evitarla.
Es un anhelo que nunca se llena por completo, un abismo. Parece que nunca somos lo suficientemente amados y por eso nos sentimos heridos, como si nadie pudiera jamás comprendernos en este apremiante deseo nuestro.
La sed siempre ha sido la imagen más frecuente para indicar el deseo: nos pueden faltar muchas cosas, pero no podemos prescindir de algunas.
Así como no podemos prescindir del agua, no podemos renunciar a nuestro deseo de ser amados. Buscamos constantemente o esperamos y, a veces, hasta buscamos en los lugares equivocados.
El Señor, en cambio, nos conoce y sale a nuestro encuentro para responder a nuestra sed de amor que sólo Él puede saciar.
1El sol del medio día
La mujer samaritana del Evangelio es una mujer que anhela ser amada, tiene sed y tal vez ha buscado una respuesta en las fuentes equivocadas.
Juan sitúa el encuentro de esta mujer con Jesús en un pozo. Es un encuentro que tiene lugar en un horario inusual, al mediodía, cuando, debido al alto sol, la gente prefiere quedarse bajo techo o a la sombra. Sin embargo, esta mujer va a sacar agua del pozo a esa hora, sometiéndose a un esfuerzo muy duro y arriesgándose a llevar a casa agua ya caliente.
Podemos imaginar que si elige ir al pozo a esa hora es porque no quiere encontrarse con nadie. No quiere que la vean, porque lo más probable es que la gente conozca su historia, una historia hecha de errores, una historia que la gente, como siempre sucede, ya ha juzgado y condenado.
Pero la hora sexta, el mediodía, es también la hora en que hay más luz. Juan tal vez quiera decirnos que ese encuentro es un momento de luz, un momento de revelación: Jesús se da a conocer, y en esta revelación, ilumina la vida de esta mujer, saca a la luz su historia.
Una historia marcada por la búsqueda de un amor que no ha encontrado respuesta, de hecho falta el verdadero esposo, el que es capaz de saciar esa sed de amor.
2El encuentro
Este encuentro corre el riesgo de naufragar debido a las difíciles relaciones entre los pueblos a los que pertenecen, es necesario ir más allá de los esquemas y prejuicios.
Para hacer posible este encuentro, Jesús se muestra pobre, indigente, necesitado: pide de beber, confiesa su sed, pide a esta mujer que lo cuide.
Cuando nos mostramos poderosos y capaces, es fácil que los demás se distancien de nosotros. La humildad abre un espacio donde el otro puede entrar sin sentirse amenazado.
Jesús saca a relucir la historia de esta mujer, no para juzgarla, sino para ayudarla a comprender dónde puede encontrar lo que busca.
Sin embargo, cuando esta mujer se da cuenta de que Jesús está tocando su historia, comienza a defenderse. Son esas formas elegantes y cerebrales con las que, a veces incluso en nuestra oración, tratamos de impedir que la Palabra de Dios toque nuestra vida.
3La tinaja llena a los pies de Jesús
Jesús vence estas resistencias y cuando la mujer samaritana habla de esperar al Mesías, Jesús aprovecha para revelarle lo más importante: a quien esperas soy yo quien te habla. Esta frase es en realidad una maravillosa declaración de amor: Jesús es quien colma nuestro profundo deseo de ser amados.
El texto del Evangelio nos muestra a una mujer enamorada, hasta el punto de que sale corriendo a anunciar su experiencia. Llevar el Evangelio significa ante todo traer la propia experiencia de ser amada: esta mujer se sintió escuchada, comprendida y perdonada.
En este punto Juan añade un detalle significativo: la mujer samaritana sale corriendo dejando su tinaja a los pies de Jesús, esta tinaja, vista más de cerca, representa su pasado, el peso que se vio obligada a llevar sobre sus hombros debido a su historia.
Ahora puede dejar ese peso a los pies de Jesús: es una mujer reconciliada con su vida. Su deseo finalmente ha encontrado una respuesta.