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Cuando cuesta alcanzar un sueño, el esfuerzo se incrementa y la conciencia del proceso queda marcada para siempre. Quizás es por eso por lo que muchas personas pioneras, tras conseguir sus objetivos, dedicaron parte de sus vidas a mejorar el camino de quienes querían seguir sus propios pasos.
Euphemia fue una de esas pioneras, una mujer inteligente que aprovechó la oportunidad que le brindó el destino, con unos padres dispuestos a ayudarla y una capacidad excepcional de sacrificio. Un sacrificio que la convirtió en un referente para la comunidad afroamericana de los Estados Unidos en general y para las mujeres en particular.
Martha Euphemia Lofton Haynes nació en Washington D.C. el 11 de septiembre de 1890. Su padre, William Lofton, era un dentista y reputado financiero que ayudaba a impulsar las carreras de los miembros de la comunidad negra de la ciudad.
Su madre, Lavinia Día, era maestra en un jardín de infancia y dedicaba buena parte de su tiempo a la comunidad católica afroamericana. Sus padres le ofrecieron a Euphemia una buena educación que aprovechó desde el primer momento.
Se graduó con honores en el instituto y continuó sus estudios de ciencias en distintas universidades, graduándose en matemáticas en el Smith College. En 1917 se casó con un amigo de la infancia, Harold Appo Haynes, quien no frenó, todo lo contrario, la carrera de su esposa. Ambos compartirían la inquietud de cambiar el mundo, sobre todo mejorar las condiciones de su comunidad afroamericana.
Años después, Euphemia se convertía en la primera mujer afroamericana en conseguir un doctorado en matemáticas y lo hizo en la Universidad Católica de América. Durante casi cincuenta años, ejerció como maestra en distintas escuelas públicas de Columbia hasta que en 1959 se retiró e ingresó en el departamento de matemáticas del Colegio Universitario para Maestros de Miner. Entre sus muchas labores, dedicó parte de su tiempo a formar a otras mujeres afroamericanas que querían ejercer de maestras.
Euphemia compaginó su labor como docente con la vida comunitaria, siendo una mujer activa principalmente en organizaciones católicas. Desde pequeña, había aprendido de su madre la importancia que tenía trabajar para estas instituciones y así lo hizo ella cuando tuvo la oportunidad como miembro, entre otras, del Consejo Archidiocesano de Mujeres Católicas, la Conferencia Nacional de Cristianos y Judíos o el Consejo Interracial Católico de Washington, que ella ayudó a fundar. Esta implicación le valió el máximo reconocimiento a un católico laico, la condecoración papal “Pro Ecclesia et Pontifice”, otorgado por el Papa Juan XXIII.
Hasta su muerte, el 25 de mayo de 1980, Euphemia Lofton continuó trabajando para mejorar las condiciones educativas de los niños y niñas afroamericanos, que durante mucho tiempo tuvieron que estudiar en escuelas segregadas y en peores condiciones que los blancos.
Tras su desaparición, la memoria de Euphemia Lofton no se desvaneció. Antes de morir, había creado un fondo de setecientos mil dólares en favor de la Universidad Católica para poder impulsar una cátedra y préstamos para estudiantes.