Cuando has dejado de resistirte y te sientes totalmente de Dios, descubres que su presencia lo llena todo de esperanza, que Él está en cada hermano. Y que cada instante y lugar son buenos para rezarle:
No vamos solos.
Cristo nos une. Con él. Entre nosotros.
Y con tantos que viven, lloran, aman, anhelan,
crecen, luchan y esperan.
Cada vez más descalzos e inseguros.
Cada vez más cerca de la cruz y lejos
de los pedestales.
Cada vez más libres de modas e inercias.
Cada vez más capaces de reírnos
de nuestras pretensiones
y tomar en serio las suyas.
Unos, aún vacilantes,
dando los primeros pasos,
otros exigidos por el ritmo
de jornadas intensas,
y algunos, ya bien gastados,
vislumbrando la meta —que es abrazo—.
Juntos. Caminando en esperanza.
Hombres y mujeres de Dios,
consagrados a una misión,
a un anhelo,
al proyecto de quien nos invitó
a compartir su camino.
Amén.