Cuando era pequeña, tenía dos amigos, dos hermanos con los que compartía tardes de verano: nadando, remando y pescando, utilizando como anzuelo trozos de nuestros bocadillos de Nocilla. Estos dos hermanos formaban parte de una familia numerosa. Eran seis, tres mayores y tres pequeños, éstos más o menos de mi edad.
Una de esas tardes, mientras estábamos sentados cerca del río filosofando sobre la vida, llegó otra niña del pueblo (no creo que llegase a los diez años), y le preguntó a uno de mis amigos si Jaime, uno de los mayores, era su hermano. "¡Claro!", contestó él sorprendido. "¡No!", le respondió la retropetuda niña mientras sonreía, "es tu medio hermano". "¿A qué sí?", le preguntó a un señor que pasaba por allí, y que era, ni más ni menos, el tío de mis amigos.
Con toda la delicadeza que permitía la situación, el tío explicó a los dos niños que, efectivamente, su padre estaba casado y tenía tres hijos cuando su primera mujer falleció. Luego, se volvió a casar, y nacieron ellos. Como os podéis imaginar, mis amigos se quedaron en shock, y la niña impertinente se fue encantada por cómo se habían desarrollado los hechos.
Con este tipo de situaciones incómodas, que pueden producirse después de la muerte de un familiar, de divorcios, de enfados, en familias cercanas a la nuestra, debemos ser responsables. No como los desafortunados padres de esa niña, que, sin ningún pudor o precaución, contaron unos hechos delante de ella sin haberla preparado para ser prudente, sin haberla llevado de la mano por el camino de la empatía, explicándole: "¡Que no se entere por ti! Hay que ser discretos para no hacer daño. Tienen derecho a que se lo cuente su padre o su madre, de la manera que crean conveniente, y en el momento que consideren oportuno".
En las casas se nos pueden escapar datos delicados de otras personas sin mala intención, pero hemos de aprovechar la ocasión para educar en la caridad, y conseguir que los pueblos pequeños dejen de ser infiernos grandes.
El tema delicado por excelencia con los niños es, sin lugar a dudas, todo lo relacionado con la sexualidad. Hemos de tener meridianamente claro que, el ladrillo que no ponemos nosotros, lo ponen otros. Y debemos querer ser los albañiles de sus corazones, de sus almas, pero…, no cuentes más de lo que ellos quieran saber. Su cara será el termómetro. Si sigue preguntando, contesta. Detente cuando ya no quiera saber más, cuando ya no te pueda mirar a la cara.
En una ocasión, mientras tenía esta conversación con uno de los twelve (mis doce hijos), notaba que estaba claramente atento y callado, y pensé: "¡Qué bien se lo he explicado todo! Creo que le ha quedado claro". Pero su pregunta final me hizo dudar: "¿Se hace en un hospital, no?". Mi respuesta sorprendida fue: “¡También!, también se puede hacer en un hospital…". Why not?
¿Y del dinero?
Otro tema del que debemos hablar en casa con sencillez y sinceridad es el dinero. No tenemos que hacerles sufrir, pero sí enseñarles la vida misma. Si en casa ganamos ocho, no debemos gastar más de seis. Tienes que ser feliz sabiendo que no vas a pasar las próximas navidades en el Palacio de Buckingham. No debemos tener miedo, ni pena, por decirles que algo no está para nosotros. Incluso habrá cosas buenas (convivencias, estudios, etc.), a las que no podremos acceder, y debemos tratarlo con muchísima naturalidad.
Los enfados de los padres son de esos temas que nunca deberíamos mostrar delante de los hijos. Deberíamos buscar la intimidad: salir de casa, ir a nuestro cuarto… Si el enfado nos ha desbordado y ha estallado delante de ellos, pues habrá que pedir perdón también delante de ellos.
San Josemaría decía sobre esta cuestión:
"No riñáis delante de los hijos jamás. Les haréis sufrir y se pondrán de una parte, contribuyendo quizá a aumentar inconscientemente vuestra desunión."
Y otro tema que es complicado de gestionar, porque la frontera entre lo comprensible y lo excesivo es muy sibilina, son los desahogos en familia frente a críticas externas.
Es normal, justo y necesario, que nos desahoguemos al llegar a casa, y, si alguien nos molestó o nos hirió, nuestro hogar tiene que escucharnos, recogernos, animarnos y empatizar con nosotros. Han herido a uno de los nuestros, así que esa persona nos cae un poco mal a todos. Pero, después del desahogo, de un poco de risas, y de dejar claro que a todos nos han hecho daño, hemos de ser capaces de animar a todos a rezar por esa persona.
Y ahora nos toca hablar de lo que no es bueno: la crítica. Algo que no tiene nada que ver con un desahogo. Es un chismorreo, un cotilleo, que busca degradar a la persona que no está presente.
Los hogares en que se produce habitualmente, se convierten en las oficinas del demonio, desde donde se graba su podcast anticaridad. No aumentemos el perímetro de la finca de nuestros hijos en el infierno, haciéndoles oyentes y locutores de ese podcast. Cuidemos algo tan difícil como son las conversaciones en casa. Why not?