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El error que no debes cometer en el examen de conciencia de fin de año

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Matilde Latorre - publicado el 29/12/22

San Agustín de Hipona, padre de generaciones de contemplativos y contemplativas, mostró por qué la primera pregunta a la que debemos responder no es «¿Qué pecados he cometido?», sino más bien «¿Quién soy yo ante ti, Dios mío?»

Llega el final de año. Desde tiempos antiguos, se trata de una ocasión natural para hacer un alto en el camino de la vida, un examen de conciencia, y así poder dar gracias a Dios por los dones recibidos. Una manera ideal para después comenzar el nuevo año con nuevo impulso vital.

San Agustín de Hipona (354-430), padre con su Regla de generaciones de contemplativos y contemplativas, ofreció en su libro más leído, «Las Confesiones» la clave para comprender el sentido del examen de conciencia: una reflexión, en oración, para evaluar la propia vida con los ojos de Dios.

Un gran conocedor de san Agustín, el cardenal Carlo María Martini S.I., arzobispo de Milán (1927 – 2012), constataba que «el examen de conciencia es la primera de las prácticas de piedad que desaparece cuando la vida interior comienza a declinar». 

¿Por qué ocurre esto? Probablemente, porque el examen de conciencia se ha convertido para muchos en una práctica formal, de escasa utilidad, en la que se limitan a responder a la pregunta: «¿Qué pecados he cometido?».

Aconsejados por san Agustín, nuestro examen de conciencia debería responder a la pregunta central: «¿Quién soy yo ante ti, Dios mío?»; «¿Cómo vivo ante ti, Padre?».

Quien lee «Las Confesiones» puede comprender que estas dos preguntas constituyen la clave para vivir una verdadera relación a la luz de Dios, con los demás y con la naturaleza que nos rodea. 

San Agustín propone tres momentos, o tres etapas, para poder comprender la vida a la luz de Dios. Las presentamos según las ilustraba el cardenal Martini al predicar Ejercicios Espirituales. Se trata de tres momentos que también pueden ser analizados para preparar la confesión sacramental. 

1
Confesión de alabanza

Todo examen de conciencia debería comenzar respondiendo a la pregunta: ¿por qué motivo debo dar gracias a Dios principalmente en este tiempo?

Es la «confesión de alabanza» o acción de gracias. Se trata de poner nuestra vida a la luz del amor misericordioso de Dios. 

Hay muchas páginas de san Agustín que nos pueden inspirar para responder a esta pregunta: «Yo te alabo y te glorifico, Dios mío, porque tú me has amado, me has perdonado, me has conservado hasta este momento, porque solo tú eres grande, misericordioso, poderoso, santo, porque riges el mundo con tu fuerza y tu sabiduría, porque tú te manifiestas en todas las situaciones de la Tierra, en las personas que conozco».

2
Confesión de vida

Tras ponernos en presencia de Dios, surge de manera espontánea después la «confesión de vida»

Se trata de responder a las preguntas: «¿Qué aspecto de mi vida no agrada a la mirada de Dios?».  ¿Por qué mi pobre vida no está a la altura de los dones y del amor de Dios? 

La confesión de vida no consiste en un amargo arrepentimiento, en la conmiseración con uno mismo, en el sentimiento de culpa.

La confesión de vida es confesar: «Señor, tú me has conservado hasta ahora en tu amor y yo no he sido capaz de corresponderte, de estar a la altura de mi vocación».

Es el momento para reconocer aquello que me aleja de Dios, aquello que mancha la armonía de mi relación con Él, mis pecados, con los demás, con los dones que el Señor me ha dado.

Puedo hacer esta confesión con el lenguaje de alabanza, de confianza y de paz, a pesar de que se trata de un verdadero arrepentimiento de mis pecados. La confesión de vida reconoce las ofensas provocadas al corazón de Dios. De este modo, sufrimos con Él, por las heridas que le provocamos. En última instancia, nuestro dolor por el dolor que le infligimos nos debe llevar a un acto de amor.

3
Confesión de fe

De este modo, vemos ya como el segundo momento, la confesión de vida, nos lleva después a la confesión de fe: la certeza de que Dios, con su amor, me acoge y me cura. El acto de dolor se convierte en en una manifestación de fe y, por consecuencia, de amor. 

De ahí surge no solo el propósito de enmienda, sino también la resolución concreta que adoptaré para que en 2023 mi vida esté en armonía con el amor de Dios.

La confesión de fe es la esencia misma de la fe cristiana: fe en Jesús salvador, fe evangélica en Jesús que salva al hombre del pecado

Ha llegado el momento de decir: «Señor, creo en tu fuerza que me sostiene en mi debilidad, creo en el poder de tus dones, que fortalecen mi flaqueza e iluminan mi falta de serenidad, que alumbran mi camino oscuro y sombrío; creo que tú eres el Salvador de mi vida, que has muerto en la cruz por mis pecados». 

En definitiva, san Agustín, con sus Confesiones, y tantos  contemplativos y contemplativas a lo largo de la historia, nos muestran que el examen de conciencia, si es verdadero, necesariamente se convierte en un acto de amor a Dios. 

«Te Deum»

Por este motivo, tras este examen de conciencia, la Iglesia aconseja concluir el año con la proclamación del «Te Deum», himno que durante siglos los cristianos han atribuido (no es casualidad) a San Agustín y a San Ambrosio, el obispo que tuvo un papel decisivo en su conversión y que le bautizó.

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