Sínodo proviene del griego que significa “caminando juntos en el mismo camino”.
Que ese camino sea de santidad.
Esta tarde me he sentado en una banca afuera mi casa. Me puse a reflexionar en las preguntas que me hicieron en la encuesta para el sínodo del papa Francisco.
Eran preguntas que parecían sencillas, pero en realidad eran profundas. Me hicieron entrar en mi alma y preguntarme primero qué clase de católico soy. Qué le doy a la Iglesia.
¿Qué esperas que la Iglesia haga por ti y tu familia? ¿Qué cambiarías de la Iglesia católica?
Mi familia por parte de mi papá es hebrea, y de mi mamá católica. Crecí con ambas culturas.
Tengo primos que son Rabinos. Yo soy católico por convicción. Creo en las palabras de san Juan Pablo II cuando dijo que “la Iglesia es la caricia de Dios para la humanidad”.
Cuando voy a la Iglesia y participo de la santa Eucaristía, me digo como aquella hermosa canción que solíamos repetir de jóvenes: “Dios está aquí, tan cierto como el aire que respiro…”. Y me siento feliz y comprendo que es un motivo de gran dignidad la fe que profesamos los católicos.
En esa histórica intervención del 7 de febrero del 2001 en la audiencia general de los miércoles, el papa Juan Pablo II dijo muchas palabras llenas de una sabiduría sobrenatural, que da el Espíritu de Dios.
Precisamente porque ha sido engendrada en el amor, la Iglesia difunde amor. Lo hace anunciando el mandamiento de amarse los unos a los otros como Cristo nos ha amado (cf. Juan 15, 12). La Iglesia tiene que dejar translucir este amor supremo, recordando a la humanidad que con frecuencia tiene la sensación de estar sola y abandonada en los páramos de la historia, que nunca será olvidada ni que quedará privada del calor de la ternura divina. Isaías dice de manera atrayente: «¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque esas llegasen a olvidar, yo no te olvido (Isaías 49,15).
Una pregunta adicional
Me habría gustado una pregunta adicional, aunque esté relacionada con la primera: “¿Qué le pedirías a la Iglesia como Madre?”.
Nos trae a Jesús Sacramentado, todos los días, en cada Eucaristía. Nada hay más valioso. Sabiendo que ya tenemos ese gran milagro de amor, respondería: “la fe”. Le pediría también que nos hable más de la santidad que estamos llamados.
Decía san Josemaría Escrivá: “Un secreto, a voces: estas crisis mundiales son crisis de santos”. Es cuando surgen los grandes santos de la Iglesia. Hoy ese llamado también es para ti.
Quisiera que nos recuerden en cada homilía que existen el cielo, el infierno, el paraíso. Y que volvamos al inicio cuando éramos uno.
Lee el siguiente texto Bíblico con atención (Hechos 4, 32-35):
La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo era en común entre ellos. Los apóstoles daban testimonio con gran poder de la resurrección del Señor Jesús. Y gozaban todos de gran simpatía. No había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que poseían campos o casas los vendían, traían el importe de la venta, y lo ponían a los pies de los apóstoles, y se repartía a cada uno según su necesidad.
¿Crees que hoy sería esto posible?
La Iglesia es Madre y maestra, ¿qué le pedimos a una Madre? No es necesario hacerlo, la madre sabe con antelación lo que le vas a pedir, y necesitas.
Toda madre nace con ese sentido de maternidad que la hace conocer, proteger y amar a sus hijos. Así me he sentido siempre en la Iglesia: protegido, amado.
Siempre que he tenido una necesidad espiritual o la inquietud para resolver una dificultad, he tenido la alegría de conseguir sacerdotes dispuestos como directores espirituales que me han dado luces para salir adelante.
A la Iglesia que es santa y católica no le pido más que la fe. El resto sé que se me dará por añadidura.
Hoy que todo es sinodal, Iglesia sinodal, camino sinodal,... rezo para que nunca olvidemos que la Iglesia también es santa y para que perseveremos en la fe y la sana doctrina. Y que ese camino nos lleve al Paraíso prometido.
Créeme, he hilado muy delgado y he pasado ratos de oración antes de sentarme a escribir. Y lo hago porque como católico, quiero lo mejor para mi Iglesia, que reconozco como un don de Dios, una caricia del cielo.
Cuidémosla, demos lo mejor de nosotros y no temamos levantar nuestras voces cuando sea imprescindible. En mi país solemos decir: “La Iglesia eres tú”, por tanto… Cuídala, ámala, abrázala.
Recemos por el buen papa Francisco, por la Iglesia y por el Sínodo, que sea “un caminar juntos hacia Dios, la santidad, y la vida eterna”.
Que resuene en cada corazón el nombre santo y todopoderoso de Jesús.
¡Dios te bendiga!