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Llevo en mi mente, en mi cuerpo y en mi alma las heridas del abuso sexual que sufrí en mi niñez.
Aunque me he embarcado en un viaje de sanación, de ninguna manera estoy tratando de negar o minimizar el daño del abuso.
Además de tener un debate abierto y franco sobre el problema del abuso, nosotros como Iglesia debemos explorar la mejor manera de ayudar a las víctimas.
Escribí Os doy mi paz para ofrecer una forma con la que la Iglesia puede hacerlo. No es la única forma. Pero es un medio que me ha sido profundamente útil personalmente.
Heridas transformadas
Las heridas del abuso nunca desaparecen. Pero mis heridas no son las mismas que hace diez años, o incluso hace un año.
Mis heridas ahora son diferentes porque me he embarcado en un viaje que les ha dado un nuevo significado.
Las malas acciones que me hicieron mis atacantes siempre serán malas. Nada puede convertir un acto malo en un acto bueno.
Es por eso que nosotros, como Iglesia y como sociedad, debemos tomar medidas concretas para prevenir el abuso de niños y adultos vulnerables.
Habiendo dicho todo eso, en mi camino hacia la recuperación, el mal que perpetraron mis abusadores ya no tiene poder sobre mí. El mal ya no tiene la última palabra.
Más bien, las heridas que una vez fueron solo tóxicas para mí ahora se han convertido en aberturas para que la gracia sanadora de Dios entre en lo más profundo de mí.
La paradoja de la cruz
Es difícil describir esta experiencia sanadora a alguien que no la ha tenido. Pienso en las palabras de un amigo jesuita que murió hace muchos años, Francis Canavan, que era alcohólico y se preocupaba por sus compañeros alcohólicos. El padre Canavan dijo:
Asimismo, puedo decir, como víctima de abuso sexual infantil, que es terrible vivir el abuso, y sus efectos pueden causar una profunda miseria. Lo sé porque sufro trastorno de estrés postraumático.
Además, sufro ciertos impedimentos físicos, incluido el reflujo gastroesofágico, que creo que se han visto agravados por los efectos de este abuso.
Pero aun así, puedo decir honestamente, parafraseando al Padre Canavan, que la experiencia de sanación es una experiencia de bendición.
Hay una paradoja en lo que acabo de decir. Esta es la paradoja de la Cruz. Esto es lo que escuchamos en el himno cantado al comienzo de la Vigilia Pascual, el Exsultet:
Una dura historia de abusos
Cuando me hice católica, no me hacía ilusiones de que la Iglesia sería un lugar perfectamente seguro para los niños.
No me uní a la Iglesia porque creyera que estaba formada por personas perfectas. Me uní a la Iglesia porque creía que durante mi vida ella podría hacerme perfecta.
Lo creía, y lo sigo creyendo, porque sabía por experiencia personal que los perpetradores de abuso sexual no se limitan al clero.
Mi primer abuso fue perpetrado por un conserje en la sinagoga a la que asistía mi familia. Abusó de mí cuando yo tenía cinco años.
Unos años más tarde, después de que mis padres se divorciaran, uno de los novios de mi madre abusó de mí. Mi madre no detuvo este abuso; por el contrario, lo permitió. Mi madre no lo recuerda, pero yo lo recuerdo claramente.
La hipocresía es mala, pero la negación de la existencia misma del mal es imperdonable.
Porqué entré en la Iglesia
Cuando conocí a Jesús por primera vez a la edad de 31 años, fui bautizada como protestante.
Lo que principalmente me decidió a entrar en plena comunión con la Iglesia católica fue que me conmovieron profundamente las enseñanzas de la Iglesia sobre la dignidad que tiene toda vida humana a los ojos de Dios.
Lo que acabo de decir puede parecer increíble. Sabemos que los miembros de la Iglesia han fallado repetidamente en reconocer la dignidad divina de los niños, amarlos como Dios los ama y cuidarlos como Dios quiere que lo hagamos.
Sin embargo, ¿qué pasó con el corazón herido de Jesús? ¿Qué pasó con el corazón herido de María? Los corazones heridos de Jesús y María ahora están glorificados.
Estos dos corazones, unidos para siempre en el amor, son fuentes de gracia. Ellos irradian el amor de Dios al mundo.
Esto es lo que Dios me llama a hacer con mi corazón herido. Los corazones heridos están particularmente bien equipados para irradiar el amor de Cristo al mundo.
Este es el viaje de mi propio corazón, que ha pasado de llevar heridas que duelen a llevar heridas que sanan.
Por Dawn Eden Goldstein