Las vidas de muchas personas tienen varias etapas y facetas, y unas a menudo silencian a las otras. Eso es lo que sucedió con María Concepción Argüello, una joven de California que, en el siglo XIX escribió una página importante en la historia del catolicismo en los Estados Unidos de América.
Cuando en 1851 tomó los hábitos, se convertía en la primera mujer nacida en California en hacerse monja. A pesar de que su vida como religiosa y todo el tiempo que dedicó a los más necesitados y a transmitir el ejemplo de Jesús por aquellas tierras americanas antes y después de ingresar en el convento, fue muy importante, su nombre trascendió por un hecho mucho más prosaico. Pocos conocen a la Hermana María Dominica, pero sí a María Concepción Argüello por haber sufrido una trágica historia de amor.
María de la Concepción Marcela Arqüello y Moraga era la sexta hija del entonces gobernador de la Alta California y Comandante del Presidio de San Francisco. Fue en este lugar donde nació el 19 de febrero de 1791. José Darío Argüello, originario de Nueva España, servía a Carlos II en el entonces territorio del Imperio Español. Casado con María Ignacia Moraga, sobrina del teniente José Joaquín Moraga, fundador de San Francisco, la pareja llegó a tener una extensa familia de quince hijos fundada en valores católicos.
Concha, como la llamaban cariñosamente, creció junto a su familia observando la ajetreada vida del presidio que dirigía su padre. Un día de principios de abril de 1806, un pequeño bergantín llamado “Juno” arribaba a las costas de San Francisco.
En él viajaba Nikolai Petrovich Rezanov, un chambelán del zar Alejandro I de Rusia que había navegado hasta Alaska, hasta el territorio ruso de Sitka. Nikolai se había encontrado una situación caótica y desesperada, con falta de alimentos y bienes necesarios para sobrevivir. Esa era la razón por la que el chambelán ruso había viajado hasta California, para pedir ayuda al comandante Argüelles.
Este lo acogió en el presidio durante un tiempo, el suficiente para que se enamorara de su joven hija. Nikolai tenía cuarenta y dos años, pero la diferencia de edad, ni la distinta religión (ella era católica y él ortodoxo), impidieron que desearan casarse. Después de pedir la mano de Concha, Nikolai puso rumbo a San Petersburgo para pedir la autorización del zar.
El 21 de mayo de 1806 partió del puerto de San Francisco dejando a Concha esperando su regreso. Es en este punto de la historia de la conocida popularmente como la “Julieta de California” que las versiones se confunden.
No se sabe el tiempo que permaneció esperando a su amado, pero lo cierto es que Nikolai falleció en marzo de 1807 cuando cayó de su caballo antes de poder llegar a su destino. En algún momento pasados los años, Concha supo de su trágico final que dejó a la joven sumida en la tristeza.
Es en este punto que muchos terminan su relato. Un relato que, según Rebecca Lawrence Lee, escritora y autora de la novela Concha, my dancing saint, aseguró que “fue el romance más célebre de la historia de California”. Una historia que inspiró novelas, obras de arte e incluso una ópera rock. Pero era una historia incompleta. Como asegura Yolanda Calderón-Wallace, coautora de Latinas in the United States, “centrarse en un solo echo de su vida niega sus años de servicio social a los pobres tanto en California como en México”.
Concha tenía toda una vida por delante. Durante años, rechazó varias propuestas de matrimonio y se centró en llevar una vida piadosa y en realizar obras de caridad. Algunas fuentes afirman que llevaba siempre una botella de agua bendita cuando visitaba las misiones y presidios de la zona.
En algún momento de la década de los años treinta, Concha tomó el hábito de la Orden Tercera de San Francisco. Su piedad y amor por los más necesitados la convirtieron en alguien muy querido en la comunidad y en la nueva diócesis, siendo conocida como “La Beata”. Ya fuera con españoles, mexicanos o indios, Concha enseñaba y ejercía la caridad por todo el territorio de la Alta y la Baja California.
Concha continuó durante años llevando una vida piadosa como terciaria. En 1850, supo de la futura fundación de un nuevo convento en California. A pesar de que entonces ya había superado los sesenta años, el 11 de abril de 1851 ingresó como hermana dominica en el Convento de Santa Catalina de Siena en Monterrey.
María Concepción Argüello procesó los votos y asumió el nombre de Hermana María Dominica. Se convertía así en la primera religiosa católica nativa de California. Tres años después, las hermanas se trasladaban a un nuevo convento en Benicia, entonces capital de California.
La hermana María Dominica asumió el cargo de maestra en la escuela del convento, enseñando a las niñas a bordar y coser mientras continuaba con su labor asistencial. Trabajó activamente hasta su muerte, el 23 de diciembre de 1857. Su compromiso con la iglesia y con la comunidad se vieron ensombrecidos, sin embargo, por su historia de amor de juventud.