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Si ha habido una imagen que ha llamado igual o más la atención que el ataúd de la reina Isabel II, ha sido la de los príncipes Guillermo y Enrique caminando juntos, acompañados de sus respectivas esposas, para agradecer a la gente los tributos dejados a su abuela en el castillo de Windsor.
Mientras algunos medios y en redes sociales se discutía sobre la cercanía entre cada pareja de cónyuges como si se tratase de una competencia de afecto público, es importante centrarse en la perspectiva más importante por lo que atañe a la familia real británica: ¿dónde está la cercanía entre ellos?
Sin caer en los detalles escandalosos, no cabe duda que la relación entre los hermanos ha estado bastante fracturada desde el 2020. Una relación que por mucho tiempo fue ejemplo de hermandad, mostrando siempre complicidad y amor fraterno, sobre todo tras pasar juntos la muerte de su madre la princesa Diana de Gales en 1997.
Otro momento difícil los ha vuelto a unir
Esta semana pudimos ver que, lamentablemente, ha sido otro momento difícil el que los ha vuelto a unir, esta vez la muerte de su abuela, la que se convirtió en su figura materna y mentora por más de 20 años.
En la situación de muchas familias
Ellos quizá son un caso público, pero al final son seres humanos como nosotros: ¿En cuántas familias no pasa esto? ¿Cuántos hermanos hay peleados por el mundo? ¿Cuántas veces sólo nos hablamos con un familiar cuando otro miembro de la familia muere? ¿Por qué esperar una tragedia para darle paso a la reconciliación?
La muerte, definitivamente, es un recordatorio de la vida y lo realmente importante. El príncipe William ha sido, como se ha leído en varios reportes, el que ha “extendido la rama de olivo a Harry”, una referencia bíblica muy bonita para hablar de la paz después de la tormenta.
El hermano mayor
Yo lo que veo es a un hermano mayor tomando la iniciativa como un acto de humildad, y a un hermano menor con el corazón abierto dispuesto a aceptarla para así, juntos, dar ese primer paso en el largo camino de la reconciliación y sentir el poder sanador del perdón.
Es evidente que tanto Guillermo como Enrique tienen heridas en su corazón, y esto también ha afectado a sus propias familias (por ejemplo, la interacción de sus propios hijos -George, Charlotte, Archie, Louis y Lilibet- más allá de la distancia física). El perdón no sólo ayudará con la restauración familiar sino, sobre todo, con su sanación interior que se irradia a todo lo demás.
El rey Carlos III también tiene la responsabilidad, como padre, de mediar y no alimentar las rivalidades. Ambos hijos han expresado en sus comunicados que están dispuestos a ayudarlo en todo lo posible en su nuevo rol como monarca: quizá ese pueda ser el primer punto de encuentro.
Perdonar es un acto de voluntad, pero también de liberación. Probablemente necesitaban estos meses de separación para reflexionar y comprender al otro. El perdón no necesariamente implica reconciliación, pero es el primer paso para sanar las fracturas del corazón. También quizá, en el escenario de Dios, entre las misas y vigilias, sea un poco más sencillo retomar esa fraternidad.