El entorno urbano de finales de los años 70 que retrata “The Black Phone” es tan hostil y tan violento que la aparición de un hombre enmascarado que secuestra a niños y más tarde los asesina sólo puede ser una consecuencia lógica de esas tensiones donde proliferan el odio, el acoso escolar y el alcoholismo.
Los protagonistas son dos hermanos, Finney (13 años) y Gwen (12 años). Ambos soportan a un padre viudo, consumido por el alcohol y la pérdida, que le impulsan a la ira y al azote de sus hijos (pero el padre acabará atravesando su propio proceso de culpa y redención).
El niño suele tener problemas con los matones del colegio. Él y la niña también suelen presenciar las peleas de otros muchachos a la salida de clase. En la televisión ven películas de miedo y quieren ir al cine a ver los estrenos de terror. En las calles se tropiezan con carteles que piden ayuda para encontrar a críos desaparecidos. Todo parece desprender desasosiego y maldad.
Las religiosas herramientas de Gwen
En ese territorio tan áspero Finney no sabe cómo desenvolverse, salvo escondiéndose cuando los matones le buscan o callando cuando una respuesta puede implicar más violencia. Gwen, en cambio, tiene sus propias armas de lucha guarecidas dentro de una casita de muñecas: el Nuevo Testamento, un crucifijo, un rosario, una estampa de la Virgen María y una especie de pez de madera con las letras JESÚS en su lomo.
Por las noches, con la cruz en la mano y de rodillas, pide a Jesús que la ayude a tener sueños. Porque los sueños de la niña son premonitorios: durmiendo vio a un hombre con globos negros que conducía una furgoneta y secuestraba a un muchacho que, después, desaparece realmente. La policía ha encontrado globos negros en el lugar donde ocurrió. Una noche reza para volver a tener esos sueños, que tal vez le proporcionen una pista sobre el paradero de uno de los amigos de su hermano, recién desaparecido.
El Raptor: un mago con máscara de demonio
Una mañana, a plena luz del día, Finney se topa con un mago que sale de una furgoneta en la que pone ABRACADABRA. El hombre lleva globos negros y secuestra al niño. Luego lo encierra en un sótano en el que hay un jergón y un teléfono negro adosado a la pared, del que dice que “no funciona”. El individuo es un secuestrador y asesino en serie, apodado por la prensa El Raptor (Ethan Hawke, a quien apenas llegamos a ver la cara).
Suele cobijar su rostro con máscaras que representan a demonios. En los ratos de soledad, mientras espera la tortura o quizá la muerte, Finney comienza a recibir llamadas de ese receptor negro. Al otro lado del teléfono le hablan los espíritus de los niños asesinados. Con cada llamada, los muchachos le proporcionan pistas para que intente escapar de aquella ratonera.
Cada uno de los hermanos lucha a su manera contra el monstruo. Gwen reza y pide a Jesús que le dé pistas oníricas. Finney escucha a los fantasmas y por fin empieza a actuar, en vez de quedarse quieto. Y el padre de ambos empieza a sentirse culpable y a cambiar: sabe que puede perder a uno de sus hijos y está desesperado.
Joe Hill y Scott Derrickson: las formas del terror
“The Black Phone” surge de la mente del escritor Joe Hill, uno de los hijos de Stephen King: el cuento homónimo fue incluido en su antología de relatos “Fantasmas”. Scott Derrickson nos ha aterrorizado unas cuantas veces en el cine como director de “Sinister” o “El exorcismo de Emily Rose”, entre otras. “The Black Phone” continúa por el mismo camino de “Sinister”, pero ofrece menos terror.
De hecho, su nueva película no da realmente miedo: pero sí es perturbadora, inquietante, proporciona la desazón propia del tema de los secuestros, y su narrativa es sólida, pues en realidad no sólo habla de las fechorías de un asesino, también retrata una sociedad en la que todavía imperaban muchos males y demasiada intolerancia.
Las llamadas del filme funcionan en dos direcciones: Finney recibe llamadas de los muertos que tratan de ayudarle y Gwen llama a Dios para obtener ayuda. Ella simboliza la esperanza en ese entorno tan sórdido y violento.