La persona relacional, solidaria, se guía por sus vínculos: deberes, compromisos contraídos en función de proyectos, de fines a largo plazo encarnados en alianzas fuertes. Y añado un vínculo más: necesitamos una educación y una cultura familiar que emerge a menudo desde el encuentro de familias amigas.
Añadamos un elemento más: una familia (familias) puede dar muchos pasos para vivir solidariamente, para sostener una red comunitaria de lazos y reciprocidades si hay una escuela ambiciosa y sabía que tira del carro en clave eminentemente cristiana.
Entonces puede emerger desde la escuela, la familia y la comunidad la reflexión sobre la identidad, sobre el pasado, la historia y la herencia de los gigantes (música, literatura, arte: entre Jerusalén, Atenas y Roma) que nos precedieron.
Y es que la formación cristiana de los hijos no se puede desligar de una formación humanística que la sitúa en el tiempo, en su contexto histórico, entre las civilizaciones precedentes y posteriores.
La estrecha relación de las familias y la escuela
En el lugar de verano, en el barrio, en la vida parroquial, en la vida asociativa, en las visitas a la biblioteca, en los libros domésticos, la escuela sabia y ambiciosa puede marcar el ritmo de la adquisición de una vasta cultura que gozosamente incluye el baile, la astronomía, el arte. Y este camino se traza en una estrecha solidaridad con las familias, con las familias implicadas en la escuela.
El hiperindividualismo nos puede estar arrebatando nuestra herencia y nuestro futuro. En otras palabras: las familias deben, quizá promover, pero siempre ponerse a favor de una escuela emprendedora y comunitaria que educa en profundidad. Escuelas comunitarias que se pueden convertir en un punto de ignición y modelo que reconstruye lazos y apuesta por acercarnos a una sabiduría –entendida en sentido fuerte- anclada en las tradiciones locales e universales. Estamos pensando en escuelas comunitarias como base de comunidades locales.
La escuela no es una agencia de colocación
La escuela comprometida con una cultura que apunta a la Trascendencia se ocupa de dotar a sus alumnos de una formación que los haga más humanos, más templados, capaces de entenderse con los demás, capaces de construir lazos, proyectos e ideales.
Alumnos, como se insiste ahora, capaces de convertirse en ciudadanos cívicos quizá siguiendo el modelo aristotélico de ciudadanos virtuosos que construyen la polis con vistas a una vida plena. Hay más: la escuela –en colaboración con la familia- tiene el papel de abrir las puertas a la verdad desde la pasión por convertirse en la mejor persona que uno está llamado a ser. Y ahí radica la verdad de cada persona.
La apuesta por el afán de saber y de progresar en la realización del bien: no solo individual, sino compartido. Sin embargo, el bien más privado, hiperindividualista no es un bien pleno: es soledad, incluso la tristeza y alienación en diferentes planos mencionados más arriba. La escuela debe abrir las puertas del mundo ante lo mejor.
Los alumnos deben crecer hasta albergar un alma grande, magnánima, esperanzada, entusiasmada por alcanzar significativos trabajos o crear empresas socialmente responsables, pero también iniciativas donde la alta cultura, la solidaridad, la vida ejemplar llenan de sentido la propia vida. Lo contrario es ser una escuela únicamente eficaz en el peor sentido de la palabra.
Una escuela de compartimentos estancos donde solo cabe mirar el valor de un sistema que culmina en el éxito escolar medido en los resultados, por ejemplo, de la selectividad. No rechazo que ese sea un objetivo: denuncio que sea el único objetivo. Apuntar a una escuela solo encaminada a que sus alumnos accedan a una capacitación profesional, cuando sea el momento oportuno, después de la ESO, después del Bachillerato (sea en la formación profesional –de grado medio o superior- o universitaria) es importante, pero a la vez es insuficiente
Familia y escuelas mancomunadas
Estos objetivos escolares ligados a la grandeza de los grandes proyectos personales y sociales no se logran sin una coherencia familia-escuela. La familia debe seguir a la escuela y la escuela debe formar a las familias.
Las familias deben aspirar a crecer en cultura, en un ocio de altura, en una vida familiar singular, estrecha, llena de vínculos con unos gustos cuando menos elevados y lejanos a la vulgaridad de mucha de la industria del ocio que es a menudo digital. Se me dirá que es un proyecto muy elitista.
Es un proyecto muy difícil y que requiere mucho esfuerzo, pero no es elitista. Es un proyecto que debe estar muy abierto a todas las adhesiones y lleno de realismo. Y hablo de realismo pues nuestra búsqueda de sentido, pertenecía y amistad es muy potente en el vacío en que vivimos. Y no es, desde luego, una propuesta para ricos.
La cultura, la alta cultura está llena de libros de buen cine, de viajes sabios, de tertulias maravillosas en los que la buena gente se encuentra para disfrutar de la vida sosegada e ilustrada.
Las bibliotecas están abiertas para todos, los cines, o las mejores plataformas en streaming donde se puede elegir el mejor cine, están al alcance de casi todos los bolsillos. Quizá debamos recuperar, frente al feísmo reinante, un canon de belleza literaria, cinematográfica, biografías, viajes, música, grandes momentos históricos, el periodismo veraz para compartirlo.
Pero un canon de belleza es seminal: son los primeros momentos de un árbol que se planta y luego da grandes frutos que definen la narrativa escolar y personal de cada familia, de cada grupo de familias, del alma de muchas familias unidas por una gran escuela sabia.
El hiperindividualismo es uno de los escollos a salvar cuando a lo que se aspira es a ir más allá y crear las condiciones de posibilidad de una vida plena inspirada en las lecciones de la herencia de los gigantes (sabios y santos) sobre cuyos hombros basamos nuestros logros y proyectos. El síntoma de que andamos en el buen camino es la conciencia de vivir, sin proponérnoslo, una vida bella y luminosa.