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Para la elaboración de mi tesis, necesitaba investigar una concreta historia de amor conyugal, por lo que, entre otras iniciativas, recurrí a mi madre, que había heredado de mi abuela las cartas que se escribieron desde que se puso de novia con mi abuelo, y durante todo su matrimonio.
Mis abuelos, como suele decirse, “no la tuvieron fácil”, pues en su vida matrimonial les aconteció de todo, como lo propio de la contingencia humana, y, más que nada, por el fuerte temperamento de ambos.
Algo que, a su manera, iban resolviendo escribiéndose cortas misivas, aun estando juntos, y/o dejándose la carta en una mesilla.
Tal vez por ello, cuando celebraron sesenta años de matrimonio, y escuché decir a mi abuela que se volvería a casar con el mismo hombre, pensé que era un cumplido ante los demás; pero después de leer las cartas, tuve la certeza de que hablaba en serio. Resultaron ser un valioso legado.
Al leerlas, las separé en cinco etapas, en las que se puede apreciar cómo se fue configurando su enamoramiento, y fraguando ese amor que cubrió con su amorosa sombra a seis hijos y veinticuatro nietos.
Primera etapa
Cuando novios, mi abuelo viajaba con frecuencia por motivos de trabajo. Eran cartas que expresaban el disgusto de la separación, diciendo lo mucho que disfrutaban del estar juntos y el no querer separarse nunca.
El fuerte deseo de “estar juntos”, incubaba en ellos el deseo de “ser juntos” y plantaban la semilla de lo que sería su unión.
Segunda etapa
Más allá de un natural romanticismo, percibían en las cosas más ordinarias la novedad de sus sentimientos, que lo pintaba todo de colores. Deseaban que aquello que les “pasaba” nunca “se pasara”.
En su enamoramiento, sienten que todo parece renovarse, revivir, cobrar luz y vida inédita, como si por un inefable misterio, su amor editase para ellos el mundo, por primera vez.
Creaban su propia dimensión. Una dimensión que el tiempo no podría erosionar, y ahí estarían las cosas que les irían perteneciendo. Así hablaban de “nuestra luna, nuestra banca en el parque, nuestra canción”.
La suya era una incitación a la perpetuidad de la relación amorosa, pues el amor verdadero permanece y vence el tiempo.
Tercera etapa
Hay en sus expresiones el deseo de que no haya intromisiones de terceros, que puedan siquiera barruntar lo que ellos sienten. Los momentos de compartida soledad eran intensos.
Se dimensiona en su relación la tendencia a la exclusiva fidelidad: “Yo soy tuyo y tú eres mía”.
Cuarta etapa
Se intensifica un intercambio de mutuos dones, en el que cada uno se esmeraba por ser la mejor versión sí mismo. Cualquier forma de entrega, aun cuando costara, era poco para el amado.
Se intensifica el deseo de estar unidos en el ser, antes que en las obras, y lo expresan con sentidas las palabras: “Yo soy el que tú me haces ser”.
Quinta etapa
Se comprometen en matrimonio, y al llegarse la fecha, consienten en un vínculo de unidad en el ser, que expresan emocionados ante muchos testigos: “Prometo serte fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y la enfermedad, amarte y…”.
Las cartas, a propósito de desavenencias cada vez más espaciadas, siguen hasta los últimos años, con un estilo cada vez más corto e incisivo, pero siempre con el tono de un amor cada vez más maduro.
Peticiones de perdón
Lo cierto es que fueron felices sin comer perdices, pues en sus cartas aparecen las contrariedades, los reclamos, promesas, peticiones de perdón, y… promesas de cambio, en ese humilde recomenzar tan lleno de humanidad, por parte de ambos.
¿Cuál fue la profunda lección para mí?
Que muchos matrimonios se separan cuando descubren las diferencias con el otro, porque le habían aceptado solo en cuanto se acomodaba a sí mismo.
No fue así en la historia de amor arduamente construida por mis abuelos.
Por Orfa Astorga de Lira
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