Cuando hablas de rupturas matrimoniales, con frecuencia se pone de manifiesto que muchas personas no tienen claras las diferencias entre separación, divorcio y nulidad matrimonial, ni sus consecuencias.
Hoy quiero referirme a la separación. La Iglesia Católica confiesa que el matrimonio válido, si es sacramental y consumado, es radicalmente indisoluble y, por tanto, nadie lo puede romper . En consecuencia, no admite el divorcio, que es la pretensión de romper un matrimonio válido. Sí reconoce que, en determinadas situaciones, «la separación de los esposos con permanencia del vínculo matrimonial puede ser legítima en los casos previstos por el Derecho Canónico» Catecismo de la Iglesia católica, n. 2383.
Y afirma explícitamente que:
Separarse, como decíamos al principio, no es romper un matrimonio; es dejar de convivir los esposos. Y como ambos siguen casados, se deben mutua fidelidad. En una separación en estas circunstancias no estamos ante una “situación irregular”.
Pero como somos tan rápidos en el juicio, muchas personas sufren al verse señaladas por quienes deberían cuidarlas en momentos de especial debilidad. Un ejemplo concreto que me ha contado hace poco un amigo sacerdote: está acompañando un proceso de separación de una catequista que no tiene nueva pareja; sigue siendo catequista, pero sus compañeras (también catequistas) son las que le dicen que ni puede comulgar ni puede ser catequista.
Y así esta mujer se encuentra con que, además del sufrimiento que le ha llevado a separarse; además del dolor del proceso de separación, que es muy duro; y del temor al futuro, a cómo va a enfocar su vida en adelante.
Además de todo ese sufrimiento e incertidumbre, se encuentra con que se le cierran las puertas de la parroquia sin ningún fundamento. Y, desde nuestra ignorancia, señalamos a personas sin motivo ninguno y, desde luego, sin un mínimo de caridad. Les hacemos sentirse culpables de actos que no han cometido. Y, tal vez, con nuestros juicio y comentarios les creamos la duda de si pueden o no recibir los sacramentos; privándoles de lo que realmente puede sanar sus heridas.
Si os encontráis con alguien separado o en proceso de separación, es mucho mejor acompañarles, no dejarles solos, arroparles a ellos y a sus hijos, rezar por ellos… ¡y con ellos! Y no sólo no cerrarles las puertas sino estar lo más cerca posible para ayudarles en lo que podamos.