El Monasterio de Santo Domingo de Silos es uno de los lugares culturales de España más emblemáticos, desde la Edad Media. Situada en la provincia de Burgos, esta abadía benedictina está compuesta hoy por una comunidad de 25 monjes. Su construcción románica se remonta a los siglos XI y XII.
¿En qué consiste, entonces, la aportación a la humanidad que ofrece este icónico monasterio? Estas son algunas de sus contribuciones más evidentes.
1Contribución histórica
En un documento del año 954, que se conserva en el archivo monástico, aparece nombrado por primera vez el Monasterio de San Sebastián de Silos. De hecho, diferentes fuentes aseguran que el monasterio se remonta a la época visigótica (siglo VII), si bien se desvaneció durante la ocupación musulmana.
El rey Fernando I el Magno, primer rey de Castilla, confió en 1041 al monje benedictino Domingo Manso, anterior prior del Monasterio de San Millán de la Cogolla (entonces Reino de Navarra y actualmente La Rioja), la refundación de la abadía.
Domingo Manso levantó la iglesia románica y el claustro, y organizó el scriptorium o sala de copistas, donde se creó una de las más ricas bibliotecas de la España medieval.
El primer poeta castellano de nombre conocido, Gonzalo de Berceo, trazó su biografía en la «Vida de Santo Domingo de Silos», escrita en el siglo XIII.
Domingo muere con fama de santidad el 20 de diciembre de 1073. Solo tres años después, en 1076, es canonizado, convirtiendo Silos en lugar de peregrinación. Los benedictinos cambiaron entonces el nombre del Monasterio, asignándole el de su santo prior.
En noviembre de 1835, obedeciendo al decreto de exclaustración del gobierno de Juan Álvarez Mendizábal, la comunidad se dispersa y se interrumpe la vida monástica benedictina de Silos durante 45 años.
El 18 de diciembre de 1880, un grupo de monjes benedictinos de la abadía francesa de San Martín de Ligugé, ante la imposibilidad de seguir en su monasterio por las leyes francesas, abandonan su abadía y llegan a Silos, restauran la vida monástica en el monasterio castellano y lo salvan de una ruina total.
En el siglo XX, la comunidad benedictina de Silos ha fundado nuevos monasterios tanto en Latinoamérica (México y Argentina), como en España.
2Contribución artística
El Monasterio de Silos es ejemplo admirable de la contribución artística que ha dejado a la humanidad el monacato benedictino: la arquitectura, la escultura, la pintura, la música, se unen en esta abadía para inspirar la mente y el corazón, promoviendo profundos valores culturales, estéticos, religiosos y comunitarios.
Desde el punto de vista arquitectónico, el Monasterio de Silos es mundialmente conocido por su claustro románico, que ha sido siempre el centro de la vida de la comunidad monástica.
El claustro es el lugar para la contemplación «física», para pasear y para descansar: por este motivo está adornado con las manos inspiradas del artista, del arquitecto, del escultor y del jardinero.
Arquitectónicamente, el claustro de Silos tiene dos niveles superpuestos: el claustro inferior y el claustro superior. El inferior fue construido entre la segunda mitad del siglo XI y el siglo XII. El claustro superior se construyó a finales del siglo XII.
Está adornado con bajorrelieves, algunos de los cuales constituyen auténticas obras maestras de la escultura románica europea.
El claustro envuelve al jardín, del que surge el famoso ciprés plantado en 1882, que hoy alcanza, esbelto, los 25 metros de altura. Grandes poetas han exaltado su belleza, en particular, son famosos los versos compuestos, en 1924, por Gerardo Diego, que aquí se pueden leer «El ciprés de Silos».
3El Canto Gregoriano
El Canto Gregoriano constituye otro de los motivos del renombre mundial del Monasterio de Santo Domingo. Se trata del canto propio de la liturgia de la Iglesia Católica Romana, que hunde sus orígenes en los siglos III y IV.
En 1993, la filial española de la discográfica EMI pensó en lanzar un CD con «Las mejores obras del canto gregoriano», que presentaba antiguas grabaciones de la década de los años setenta del siglo XX realizadas por los monjes de Silos.
En un primer momento, pensaron en tirar 40 mil copias. Para sorpresa de todos –discográfica, monjes, crítica musical–, en solo unos meses esa primera edición se multiplicó por diez y los discos de platino comenzaron a sucederse.
En la primavera de 1994, la edición para el mercado anglosajón, que llevó por título «Chant», había superado los cuatro millones de copias vendidas.
El disco arrasó en Europa, Estados Unidos, Sudamérica, Asia, Australia y Sudáfrica, y alcanzó el primer puesto de la lista Billboard en el apartado de música clásica.
Dada la extraordinaria acogida de aquel disco, los responsables de la discográfica se frotaron las manos, y presentaron a los monjes de Silos una millonaria oferta, imposible de ser rechazada: grabar un nuevo disco y actuar en distintos lugares del mundo.
La comunidad, sin embargo, rechazó la propuesta por considerarla incompatible con su consagración a Dios, según «La Regla» de San Benito de Nursia, en oración y trabajo.
4La oración y el trabajo
Y es que ninguna de estas contribuciones del Monasterio de Santo Domingo de Silos podría comprenderse sin el lema «ora et labora», ora y trabaja, atribuido a la Orden de San Benito.
La oración y el trabajo son los pilares que sustentan la vida de estos monjes, ya que son medios privilegiados para encontrarse con Dios.
Los mismos monjes de Silos nos explican: «San Benito quiere que la oración ocupe el primer lugar: ‘Nada se anteponga a la obra de Dios’, o sea al Oficio Divino, las alabanzas que cotidianamente cantamos a Dios, de día y de noche. Son los momentos más importantes de nuestra vida».
Los monjes reúnen siete veces al día en la iglesia para la plegaria litúrgica.
Además de la oración litúrgica, los monjes dedican tiempos del día a la oración privada, momentos de intimidad con Dios, en particular, la «lectio divina», un periodo de tiempo de lectura orante de la Palabra de Dios, entregada en la Biblia.
No solo en la oración. El encuentro con Dios también se da en la vida del monje durante el trabajo. En el capítulo 48 de su Regla, San Benito insiste en que cada monje debe ser diligente en el trabajo que le sea asignado.
Fruto del trabajo de los monjes es su botica (farmacia) del siglo XVIII, testigo del servicio médico que ofrecían al pueblo de Silos y que estuvo a punto de desaparecer, pues se iba a vender al extranjero. Por suerte, en 1927 volvió al monasterio.
La contribución más importante
Los monjes dan vida a un museo, que conserva algunos objetos de gran importancia para la comunidad. Entre ellos, el Cáliz de Santo Domingo de Silos, de plata dorada y con una decoración finísima, que el propio santo mandó realizar en el siglo XI.
Otro de los trabajos principales de los monjes consiste en la acogida en su hospedería. La comunidad benedictina de Silos, fiel al espíritu evangélico resaltado por San Benito en La Regla, capítulo 53, abre sus puertas y su corazón a todos los hombres que buscan encontrarse con Dios y consigo mismos en un tiempo fuerte de sosiego y reflexión.
El huésped goza de independencia y libertad para asistir a la oración comunitaria de los monjes, orar, reflexionar, leer, meditar en su habitación, en la huerta o fuera del monasterio. La estancia mínima son tres días y la máxima, ocho.
Con su oración y trabajo, los monjes están disponibles para rezar por todas las personas que quieran encomendarles sus intenciones, sufrimientos, preocupaciones y dichas. Esta es la contribución más importante que hacen los monjes de Silos a la humanidad (más importante que los discos de música y su patrimonio artístico), aunque todo el mundo no podrá comprenderlo.