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¿Qué hacer ante el destino hostil?, Don Álvaro o la fuerza del sino

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¿Qué nos deparará el destino?

Manuel Ballester - publicado el 03/07/22

Es muy agradable que las cosas salgan bien, como las habíamos previsto

Nos gusta tener el control de nuestros actos y de nuestra vida.
Pero ¿controlamos realmente el alcance de nuestras acciones, somos dueños de nuestra vida?

¿No ocurre a veces que las cosas se tuercen, que salen mal, que surgen imprevistos? ¿No sucede, en definitiva, que nuestras claras decisiones se tuercen porque surgen circunstancias que ni habíamos previsto ni controlamos ni deseamos?

Ángel de Saavedra (1791-1865), duque de Rivas, aborda esta cuestión capital en su célebre Don Álvaro o la fuerza del sino (1835). La obra supuso la consolidación del romanticismo en la literatura española, y tuvo un éxito enorme.

El misterio empapa los personajes y la trama. No sabemos el origen de D. Álvaro: parece un indiano rico y bien plantado, sabemos que no es de Sevilla pero nada de su linaje y posición («Fuera de Sevilla nacen también caballeros. El asunto es saber si D. Álvaro lo es»).

El misterio del origen de D. Álvaro se mantendrá hasta el final: así conviene a la historia y así es, en definitiva, la vida. No sólo D. Álvaro sino casi todos los personajes centrales (su amada Leonor, los hijos del marqués de Calatrava) se ven forzados a ocultar su identidad para intentar encauzar los acontecimientos de la vida esquivando los golpes del destino.

Fingen ser lo que no son para mantener en pie la honorabilidad, la dignidad. Y ello porque la vorágine de los acontecimientos los va zarandeando en un torbellino en el que el amor parece mancillar al honor, y el honor mancillado exige venganza de quien en realidad es inocente y, por eso, intentan huir de ese bullir que es la vida. Unos huyen buscando la soledad de la vida eremítica radical; otros, zambulléndose en la vida militar que les permite acudir a la batalla sin temor, mirar a la muerte con más deseo que temor.

Todos saben que el amante ama y que la muerte la causó el destino. Así, Leonor, la amada y amante piensa en su amado: «Aunque inocente, manchado con sangre del padre mío está, y nunca, nunca…», nunca podrá vencerse al destino que ha establecido un amor imposible.

¿Qué imagen de sí puede tener un personaje que es juguete del destino? Soy, dice uno, «la criatura más infeliz del mundo», mientras que otro busca «ansioso el morir por no osar resistir de los astros el furor. Si el mundo colma de honores al que mata a su enemigo, el que lo lleva consigo, ¿por qué no puede?», ¿qué impide el suicidio, qué nos obligará a soportar el juego en el que se nos ha otorgado el papel de perdedor y víctima sufriente?

La vida misma aparece como odiosa, el tiempo como una condena y condena eterna: «¡Qué carga tan insufrible es el ambiente vital para el mezquino mortal que nace en signo terrible! ¡Qué eternidad tan horrible la breve vida! ¡Este mundo, qué calabozo profundo para el hombre desdichado a quien mira el cielo airado con su ceño furibundo».

Puesto que el destino, el ciego azar, rige nuestras vidas, «casi siempre conviene el ignorarlo». Tendremos así sosiego.

Este mundo romántico, trágico, radical se asienta sobre lo que Max Weber ha llamado el “desencanto” del mundo. En la obra se mantiene aún alguna referencia a lo divino, a ese Dios que no permite el suicidio aunque sí otros modos de “escapar” del juego terrible que es la vida. La vida eremítica y la vida del soldado que arremete contra los enemigos tienen, en este contexto, el mismo significado de deseo de escapar de un mundo y una vida que aparecen como pesadas cargas. Es un mundo mecánico en el que la libertad y el misterio son ignorancia.

Don Álvaro o la fuerza del sino contribuye al lento proceso mediante el cual se va fraguando la mentalidad moderna que ignora que la vida es un don, un regalo, un amoroso desafío.

Ignora el hombre moderno que sólo podemos tener el control de lo que es mecánico, necesario. Pero la vida es diálogo, relación. Relación cualitativamente diferenciada, que hay gente indiferente (que pasan por nuestras vidas sin dejar huella), gente hostil y personas que nos aman y a las que queremos.

Relación, radicalmente, con Dios que no está sólo como refugio o censor (como aparece en la obra) sino sobre todo como donante amoroso de nuestra vida y nuestras circunstancias. Porque cada “golpe” del destino es una oferta a nuestra libertad, un reto, una posibilidad de responder creativa y amorosamente. La vida es lucha, sí, pero Dios coloca en las batallas más arduas a sus mejores soldados. Y no los deja solos. Más que un mecanismo, algo así es la vida.

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