Cruces de colores, botellines de agua, ramos de flores y al fondo un altar con la imagen de la Vírgen de Guadalupe enmarcan el sitio donde el chófer del tráiler que transportaba a cerca de setenta migrantes en la caja trasera, cerrada con candado, decidió que hasta ahí llegaba. Un camino vecinal a pocos kilómetros de San Antonio (Texas).
El saldo –aún con la posibilidad de aumentar—se eleva a 53 personas fallecidas, de las cuales poco más de la mitad son de origen mexicano y el resto migrantes de los países del Triángulo Norte de Centroamérica: Honduras, en primer lugar (con 17 personas fallecidas), Guatemala y El Salvador.
Las palabras del obispo auxiliar de Washington, Mario E. Dorsonville, presidente del Comité de Migración de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos (USCCB) son elocuentes: "Esta es una trágica pérdida de vidas y una descripción desgarradora de los riesgos extremos que asumen los migrantes por pura desesperación".
Migrantes rociados con aroma de carne de res
Los migrantes murieron asfixiados, deshidratados, en la caja de un tráiler que el chófer abandonó. Luego éste se hizo pasar por uno de los supervivientes, pero fue detenido y se encuentra declarando, mientras 16 personas lograron sobrevivir. Una agravante más: el chófer se encontraba drogado con metanfetaminas.
"Desafortunadamente, este desprecio por la santidad de la vida humana es demasiado común en el contexto de la migración", dijo el obispo Dorsonville. Y es absoluta verdad. Un detalle: los migrantes fueron rociados, antes de cruzar la frontera, con aroma de carne de res, para camuflar que eran seres humanos.
La Iglesia católica en Centroamérica, en México y en Estados Unidos, ha sido un bastión firme en defensa de la dignidad humana de las personas migrantes. Por ello el obispo Dorsonville instó a los gobiernos y la sociedad civil a promover el acceso a la protección, incluido el asilo, desarrollar nuevas vías para quienes se ven obligados a migrar y combatir la trata de personas en todas sus formas".
Las historias detrás de cada migrante fallecido son sobrecogedoras. Hablan de la pobreza de estas personas que arriesgan todo por salir a buscar un trabajo digno en Estados Unidos. Ahí están los testimonios de Wilmer Tulul y su primo Pascual Melvin Guachiac, de 13 años, guatemaltecos, de la comunidad de Tzucubal que iban a Houston ganar unos dólares y con ello ayudar a sus papás.
50 grados en el interior del remolque
El último mensaje de Wilmer a su mamá es que ya estaban subiendo al remolque del tráiler. Se presume que lo hicieron ya internados en el otro lado del Río Bravo. El tráiler tenía registro de Estados Unidos. Hay hasta el momento cuatro detenidos, incluyendo al chófer. De encontrarlos culpables, podrían enfrentar cadena perpétua o pena de muerte.
También está el caso de Josué Díaz, un muchacho que salió del Estado de Oaxaca (al sureste de México) para reunirse con su hermano Noel en San Antonio. Le había dicho que se iba a ir en la caja del tráiler porque “lo iban a pasar más cómodo”.
No obstante la caja estaba refrigerada, los bomberos que la abrieron no la encontraron funcionando ni tampoco una gota de agua. El calor habrá llegado a los 50 grados centígrados al interior del remolque.
En cada rincón de las comunidades pobres de donde salieron los migrantes como Wilmer y Melvin, hay dolor y desesperanza. El padre de Wilmer –en el idioma quiché—lo resumió diciendo: “Querían construirnos una casa; aquí no tenía ninguna oportunidad más que trabajar en la milpa (sembradío de maíz).
La solución se ha dicho de muchas maneras estriba en copiar, a escala continental, el modelo de acogida, acompañamiento, educación e inserción de los migrantes de la Iglesia católica. Pero los gobiernos están más entretenidos en sus juegos de guerra que en proteger la vida de chiquillos como Wilmer y Melvin cuyas últimas palabras fueron: “ya vamos subiendo” al tráiler de la muerte.