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Ahora que estamos en Pascua nos hace bien conocer el camino que tuvieron que recorrer algunos de los discípulos de Jesús para llegar a la alegría de la fe.
Para ellos no fue fácil entender que Jesús no estaba muerto, que todo no había acabado ya.
La fe es un camino agotador, porque implica dejarse sanar de las heridas de la desconfianza, de nuestras traiciones, de la desilusión.
Los discípulos no creen inmediatamente, necesitan andar un camino. Y este camino no será el mismo para todos.
Porque cada uno, a partir de su propia historia y situación, seguirá su propio camino, un itinerario de interrogantes y descubrimientos hasta convertirse en testigos.
Busca en la noche
María de Magdala es la que tiene el coraje de lanzarse a la oscuridad.
Es una imagen que evoca la figura de la novia del Cantar de los Cantares. Esa novia que primero vaciló, no quiso abrirse al novio para no ensuciarse los pies, y luego se lanzó a la noche en su busca movida por el olor del perfume que el novio dejó en la puerta.
María también es la que probablemente se quedó despierta toda la noche, esperando el momento oportuno para irse.
Sin embargo, el corazón de María parece un corazón resignado, sin esperanza: va al sepulcro buscando a un muerto.
Y cuando ve que la piedra ha sido removida del sepulcro, su corazón no se llena de alegría, sino de desesperación, porque solo le importa que ahora ya no tendrá un cuerpo para quejarse.
Miedo a otra decepción
A veces la fe se nos convierte en ocasión de llanto y resignación más que en motivo de alegría y esperanza. Jesús a veces es un muerto para llorar y no un resucitado para anunciar.
Te entendemos, María. Tu corazón quedó tan marcado por el dolor de la derrota, por la pérdida del amado, por el dolor de la traición de los hombres, que es difícil volver a la esperanza.
Nuestro corazón tiende a resignarse porque tiene miedo de volver a decepcionarse.
Pregunta que pone en camino
Luego María es quien trae la noticia del sepulcro vacío: el cuerpo de Jesús no está allí. Esta noticia es la que pone a los discípulos temerosos, en movimiento.
Corren, van a ver. No es una evidencia, una explicación, sino una situación que simplemente plantea interrogantes.
La tumba vacía no es una respuesta, sino una pregunta. Necesitamos buscar.
Una vez más, como el novio del Cantar de los Cantares, Jesús se deja buscar, nos pide a cada uno de nosotros emprender un camino, movidos por el deseo o por la inquietud, para llegar a su encuentro.
Fatiga y confianza
Pedro y el discípulo a quien Jesús amaba corren, porque a pesar de sus dudas y debilidades, su corazón nunca ha dejado de anhelar volver a encontrarse con el maestro.
Ellos dos son expresión de formas de buscar al Señor.
Pedro es la imagen de una fe cansada, una fe que quisiera correr, pero no puede. Es una fe marcada por la traición y que, precisamente por eso, todavía necesita recorrer un camino de reconciliación. Pedro es la imagen de la fe que necesita ser sanada por el amor del Señor.
Por el contrario, el discípulo que ha tenido la experiencia de sentirse amado, que no se ha apartado de la cruz, es capaz de correr. Es la imagen de una fe joven, una fe en el amor.
Este discípulo vislumbra, no entra, intuye, pero esto le basta para creer. Cuando amamos a una persona, no necesitamos hacer muchas preguntas para comprender lo que está experimentando.
Pedro, en cambio, a pesar de ver, sigue sin creer. El discípulo a quien Jesús ama no necesita comprender para creer, a diferencia de Pedro que busca respuestas para poder reconocer la verdad de lo que ve.
Nuestro camino
No importa cuál haya sido tu camino o cuál sea tu camino, lo importante es tratar de llegar al encuentro con el Resucitado, el encuentro con Aquel por quien nos sentimos amados para convertirnos en sus testigos.
Por lo tanto, la Pascua no es un punto de llegada, sino un punto de partida.
Dondequiera que estés en tu vida, comienza a buscar, no te canses, no te desanimes. Mira lo que el Señor pone hoy en tu vida y déjate guiar por el perfume que dejó en la puerta de tu corazón.