Decía en una de sus homilías el Santo Cura de Ars (Juan Maria Bautista Vianney, 1786-1859): “Una persona orgullosa corre a mendigar las alabanzas de los hombres; ¡y veréis que apenas si es conocido en su parroquia!”.
Muchos padecemos de un ego inflado, lleno de sensaciones de vanidad, engreimiento y necesidad de llamar la atención.
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Estamos atentos al reconocimiento social, al "qué dirán", a recoger alabanzas y admiración. Buscar los honores transitorios de las personas mortales que nos acompañan en este mundo, en vez de procurar la estima de Dios, es uno de los más grandes errores que cometemos.
El Cura de Ars supo muy bien identificar esta afección mental, que nos aleja de la salud y del crecimiento espiritual. La descripción que hace es tan certera y actual, que vale la pena reflexionar sobre ella, también en estos tiempos. Nos damos cuenta así de la oportunidad de identificar qué tan orgullosos estamos siendo en nuestra vida diaria.
El orgullo nos conduce a estar en constante polémica con los demás, a incitar discusiones, controversias y acalorados debates. Le gusta demostrar que es muy capaz e inteligente, a veces elevándose por encima de los demás y en otras siendo un igualado, con los que considera que están por arriba de él.
Si eres propenso a estar buscando reconocimiento y aplausos, contando tus hazañas, logros y triunfos, con tal de arrancar la admiración, estás atrapado en esa sensación de orgullo inflamado.
¿Eres de los que relatan sus aventuras y las narran una y otra vez a los amigos y familiares? ¿A veces exageras y hasta mientes con fantasías sobre tus hazañas, sin darte cuenta de que cansas y hasta llegan a aburres con tus historias? De seguro también estás afectado por el orgullo.
El problema, como bien lo señala Vianney, es que "el orgulloso no rebaja a los demás sin elevarse a sí mismo". Hará énfasis en las obras que ha realizado y lo difícil que ha sido. Lo hará con tal de obtener el reconocimiento de que es una persona muy importante e inteligente por salir airoso de las complejas dificultades que ha enfrentado.
El asunto principal es que cree que sus logros son fruto de su talento y esfuerzo. Ya no deja espacio alguno para la presencia de la gracia y la Providencia divina.
"Quien se enorgullece de su hogar y de sus mascotas, de asistir a misa, de orar bien, de ser buena persona, de tener unos magníficos hijos, de ser un labrador con las mejores tierras cultivadas" y ya no es capaz de reconocer que son gracias a Dios, cae en una falta de humildad que finalmente es el mejor y más importante remedio para sanar el orgullo inflado.
Y el Cura de Ars agrega: "Nada más ridículo, nada más tonto que estar siempre dispuesto a hablar de lo que se ha hecho, de lo que se ha dicho... para que le oigan los demás y se enteren que tiene dinero, lujos, viajes, conocimientos y amistades importantes".
Son personas que disfrutan de que los demás se enteren de sus obras y buenas acciones. Simplemente no pueden dar sin que se entere la mano izquierda lo que han dado con la derecha.
El ser orgulloso no es una afección sólo de ricos, de famosos y gente encumbrada. Afecta por igual a los pobres. "Se desliza hasta entre los que ejercen las más bajas funciones", señala Vianney.
El santo llegó a entender tan bien este problema psicológico que vio muy claro que los deseos de más y mejores bienes están acompañados por la envidia. A tal punto que si alguien cercano alaba y reconoce a otros y no a él, es capaz de devaluar los triunfos ajenos y buscar dejar claro que él también los tiene por igual. Así, piensa recibir el ansiado reconocimiento que tanto busca.
Llegó al detalle de decir, en su homilía, que "el orgullo se mete hasta en nuestras buenas obras. Son muchos los que no darían limosna ni favorecerían al prójimo si no fuese porque, mediante ello, son tenidos por personas caritativas y de buenos sentimientos. Si ocurre tener que dar limosna delante de los demás, dan mayor cantidad que cuando están a solas. Si desean hacer público el bien que han practicado o los servicios que han prestado a los demás, comenzarán hablando de esta manera: <<Fulano es muy desgraciado, apenas puede vivir; tal día vino a manifestarme su miseria y le di tal cosa>>.”
"El orgulloso nunca quiere ser reprendido, en todo lo asiste el derecho; todo cuanto dice está bien dicho; todo cuanto hace está bien hecho". Siente que está en lo correcto y posee mucho de la verdad.
Solo practicando la humildad y la sencillez nos libramos de tan perjudicial error que nos aleja tanto del bien y de Dios.