Algo resulta verosímil cuando no entra en total contradicción con lo que se considera la realidad. Los argumentos para vender ilícitamente la más perfecta imitación de una joya son argumentos que la describen precisamente como auténtica. Sobre su brillo, transparencia, belleza, etc. Son argumentos tan verosímiles que el comprador puede caer en el engaño.
En la película Titanic, dos jóvenes que se acaban de conocer, se enamoran y viven peripecias en las que, en el culmen de una situación extrema, tienen relaciones sexuales en el interior de un coche en una bodega del barco en que viajan… Después, el varón muere como héroe. Décadas más tarde, la joven de entonces, ya anciana, lo recuerda aún enamorada, tirando al mar una joya en su memoria.
Lamentablemente para muchos jóvenes, cualquier parecido de esta historia con la vida real no es mera coincidencia, pues son engañados por una supuesta liberación sexual basada en el culto a la espontaneidad y la sinceridad.
El objetivo de la escena de sexo es identificar el amor con el dar rienda suelta a lo que en una “moderna mentalidad” desconoce los límites morales propios de la sexualidad humana. Esa misma mentalidad descalifica cualquier límite e incluso los señala como inhibiciones y represiones.
Así, la liberación sexual se presenta empacada en la magnificencia de una impresionante y costosa película.
Como la historia termina en el hecho del hundimiento del gran barco y la muerte heroica del enamorado, pudiéramos preguntarnos:
¿Qué hubiera pasado si no hubiera sucedido tal catástrofe?
¿Se habría embarazado la heroína?
¿Se habrían convertido en fieles esposos y virtuosos padres?
¿Habrían vivido en una relación de entrega plena y total hasta la abnegación y el sacrificio, el resto de sus vidas?
Estas preguntas podrían surgir en una lógica actitud crítica de esa escena en particular, en la mente de los espectadores.
No, no surgirán, porque la escena del sexo es presentada con una supuesta “sinceridad y espontaneidad” tal que, aun cuando no correspondan a la verdad del amor humano, se filtran en la mente del espectador como algo auténtico, y, por lo tanto, bueno. Así, se deja al espectador sin derecho a emitir un juicio de valor.
¿Y si se les preguntase qué tan profundo podría ser el vínculo afectivo contraído por los jóvenes aventureros, expresado sexualmente en una situación extrema según la peliculesca historia? La respuesta que darían es que algo “tan bello” debía necesariamente contener la nota del “para siempre”, siendo felices y comiendo perdices.
Por supuesto que el escritor del guion lo quiso vender de esa manera, por lo que, como nota de verosimilitud, al final de la película la joven ya anciana recordando a su amor, arroja una joya al mar en su recuerdo.
Lo cierto es que la buena fe, la sinceridad y la espontaneidad no son prueba de la verdad y, por lo tanto, son compatibles con el error. De eso dan testimonio tantas historias de amor que han roto a las personas por dentro. Como si, engañadas, hubieran comprado como auténtica una joya que resultó ser falsa.
Que sea verosímil no significa que sea verdadero
¿Y la verosimilitud de la escena sexual?
Ciertamente la verosimilitud “en los hechos” está hábilmente confeccionada con la sinceridad y espontaneidad de los personajes, pero la verosimilitud y la verdad no son lo mismo. La verosimilitud es un aderezo que la verdad comparte con el error.
Dicho de otra forma, si el error no fuere también verosímil, entonces, ¿quién se equivocaría?
En cuanto a la verdad que se intenta sustituir con la verosimilitud:
La sexualidad no pertenece solo al campo de la biología o de la fisiología. La sexualidad humana, sin dejar de serlo, sin perder su componente físico, alcanza al hombre en su máxima dignidad en cuanto a que lo cualifica profundamente en su totalidad y lo expresa en un vínculo conyugal indisoluble, fiel y perpetuo.
Por Orfa Astorga de Lira
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