Para ayudar a Aleteia a continuar su misión, haga una donación. De este modo, el futuro de Aleteia será también el suyo.
Como a tantos otros, a Imanol Uribe le causó un profundo impacto la matanza de Ignacio Ellacuría y el resto de los jesuitas de El Salvador en 1989. Pero, en su caso, había al menos tres razones añadidas.
La primera, que aunque se le identifica como cineasta vasco, Uribe nació en El Salvador, donde vivió los 7 primeros años de su vida. La segunda, que estudió con los jesuitas allí y en España, donde estuvo varios años internado. Y la tercera, que, además de admirar a Ignacio Ellacuría, llegó a conocerlo fugazmente, durante una de sus visitas a España.
Por todo ello, la idea de dedicarle a este asesinato colectivo una película merodeaba por su cabeza. Pero sólo hace unos años encontró la clave que le permitió desbloquear el proyecto.
“No soy creyente, aunque respeto las creencias de todo el mundo, pero admiraba mucho la lucha por la justicia y el compromiso por la paz de Ignacio Ellacuría y el resto de los jesuitas de El Salvador”, explica Uribe en declaraciones a Aleteia. “Me interesaba la teología de la liberación como a cualquier ciudadano. Pero no era algo que me tocara personalmente”.
Pero no fue su lucha por la justicia la causa principal de su asesinato. A posteriori ha quedado claro que se debió más a su búsqueda de la paz que a sus denuncias de las desigualdades. “Ellos intermediaban por la paz. Querían que el enfrentamiento entre el Ejército y la guerrilla del FMLN acabara. Pero había muchos intereses para que la guerra siguiera, porque el Gobierno recibía dinero de Estados Unidos”. Un dinero que se justificaba en el apoyo a la lucha contra la insurgencia comunista y que hubiera desaparecido, o reducido, en tiempos de paz.
Uribe llegó a conocer personalmente a Ellacuría, o Llacu, como le llamaban familiarmente en El Salvador, con motivo de una conferencia que impartió en Salamanca durante uno de sus viajes, pero el contacto fue fugaz. “Me lo presentaron. Fue una conversación muy breve. Creo que hizo algún comentario sobre el Athletic de Bilbao y poco más”, recuerda con humor Uribe.
Más recientemente, Uribe tuvo la ocasión de conocer a uno de sus hermanos. Y es que la familia, como la propia orden jesuítica, ha seguido la película con un gran interés, por ser la primera que da luz a unos sucesos ocurridos hace más de treinta años. “En el coloquio de una de las presentaciones asistió un hermano de Ellacuría y nos dio las gracias. Te impone”, recuerda el cineasta.
La tragedia le afectó a Uribe también como salvadoreño. Aunque reconoce que guarda un recuerdo muy feliz de los años que pasó en el país centroamericano, en los años 50, cuando todavía la violencia no se había desatado, reconoce también que vivía en un entorno social muy protegido, el de los profesionales extranjeros, grupo social que pertenecía su padre, ajeno a los graves problemas de desigualdad que ya padecía el país.
“Pasé allí mis siete primeros años y mis padres me enviaron a España, a un internado de los jesuitas. Como ellos siguieron allí unos años más, todos los veranos regresaba al país para estar con ellos. Hasta los 12 años cuando toda la familia regresó”.
En realidad, Uribe cursó todos sus estudios preuniversitarios con la orden de Ellecuría. Por ello, el autor de películas tan conocidas como ‘Días contados’ o ‘El rey pasmado’ reconoce que “es seguro que en mí hay una impronta jesuítica, aunque no sabría explicarla. Me han sugerido que podría ser la sensibilidad hacia los perdedores y los desfavorecidos; seguramente sea así”. No en balde, ha dedicado la mayor parte de su trabajo cinematográfico al mundo de los perdedores y de los que viven en las sombras de la historia, fuera de los escaparates habituales de la sociedad.
“Intenté hasta en dos ocasiones llevar al cine la vida de San Ignacio de Loyola”, recuerda Uribe, en los años ochenta y al comienzo de siglos, en uno de los casos como serie de televisión, “pero en ambas ocasiones los proyectos se frustraron porque requerían mucho presupuesto y no encontramos financiación. Es algo que me pasa con muchos. En realidad, por cada proyecto que sale adelante se caen dos o tres”, explica el realizador.
El interés por San Ignacio de Loyola no venía tanto de su faceta religiosa como de su insólita peripecia humana. “Su vida y su carácter aventurero me parecían muy atractivos y con muchas posibilidades cinematográficas”, admite. Pero no pudo ser.
El interés por la matanza de los jesuitas estaba ahí, pero durante mucho tiempo no logró encontrar el modo de poder contarla. Por eso todo cambió cuando llegó a las manos de Imanol Uribe un libro de Jorge Galán que agrupaba varias historias entre las que se encontraba la de Lucía Barrera de Serna y su familia, que finalmente proporciona la mirada y la perspectiva adecuadas para contar no sólo la historia en sí sino sus implicaciones.
Lucía Barrera era trabajadora de la limpieza en la Universidad de los jesuitas, la UCA, y les pidió ayuda porque en el barrio donde tenía su casa la guerra se había recrudecido, y la vida era imposible. Acudió a ‘Nachito’ Martín Baró, uno de los miembros de la comunidad, y la familia fue acogida en una de las viviendas que habían quedado vacías tras la construcción de la Residencia.
Allí estaba cuando oyó disparos que la despertaron. Se asomó a una de las ventanas y vio salir de la universidad a un grupo de soldados. Ellos no sabían que hubiera alguien en esas viviendas, que consideraban vacías, de lo contrario la hubieran matado, como hicieron con otra limpiadora, Elba, y su hija Celina, que tuvieron mucha peor suerte. A partir de ese momento Lucía denuncia los hechos, que contradicen la versión oficial del Gobierno, que busca encubrir su crimen culpando a la guerrilla, y se inicia una peripecia personal con rasgos de pesadilla.
“No podíamos abarcar todas las facetas de la historia, de modo que nos centramos en el personaje de Lucía y dábamos pinceladas sobre otros aspectos”, explica Uribe. El pobre papel jugado por la embajada española sólo se sugiere, aunque, en cambio, se resalta la actitud ejemplar del gobierno francés, que llegó a poner a disposición de los Barrera un avión militar propio para que pudieran abandonar El Salvador y viajar a Miami.
Entre los personajes, aparece también una colaboradora del arzobispo de San Salvador y defensor de los derechos humanos Óscar Romero, que había sido asesinado nueve años antes. Su actitud refleja el modo de operar en este tipo de sociedades donde la libertad y la justicia no están garantizadas. “Hay que documentarlo todo bien, para que más adelante la verdad pueda salir a la luz”, explica. Lo que se ajusta muy bien a lo que ha ocurrido con este caso. Y también a la actitud del padre José María Tojeira, provincial de los jesuitas y luego rector de la UCA.
“El problema de la verdad no es extraño a mis películas”, explica Uribe. En este caso, es la verdadera protagonista de la historia.
“Hablamos mucho con Tojeira y nos abrió las puertas de todo. Nos dio todas las facilidades, pero no pudimos rodar en El Salvador porque la seguridad no estaba garantizada”, explica el cineasta hispanosalvadoreño. Aún así, la recreación de los lugares es perfecta, como acreditan quienes los conocen.
“Creo que los jesuitas de El Salvador hacían y hacen una buena labor”, opina Uribe. “En una doble dimensión. Por un lado, ayudando a los más débiles. Por otro, educando a las élites. No percibí contradicción entre ambas facetas”, explica.
Los actores que interpretan al padre Tojeira (Carmelo Gómez) y a Lucía Barrera (una expresiva Juana Acosta) tuvieron la ocasión de conocerlos personalmente. Acosta, en concreto, ajustó su interpretación hasta el detalle a todos los sentimientos y emociones que Lucía le contó en varios días de convivencia.
“Tojeira es un personaje fascinante”, asegura Carmelo Gómez. “Es el hombre que impulsa el juicio y fue crucial para buscar el perdón de los jesuitas una vez conocidos los culpables”.
“El perdón cuesta porque hay que superar el impulso de la ira, el rencor y el odio. Para la ira todos valemos; para el perdón hace falta más formación”, añade el actor leonés. “Con el odio no se crea convivencia. La armonía se crea con sentimientos positivos como el perdón o la ayuda al prójimo”.
También Gómez encontró en su relación con los jesuitas durante sus años de estudiante un lazo emocional con la historia. “Yo sabía lo justo sobre Ellacuría y los demás. Pero estudié en Salamanca tres años de mi vida, y allí la huella de los jesuitas está muy presente”.
Cuando profundizó más en la historia de los jesuitas de El Salvador se fue aquilatando la comprensión sobre sus figuras. “La impresión que me dieron estos mártires es que, al fin, consiguen concienciar al mundo. Pero también es necesario saber que alguna facción de su propia orden les criticaba por su insistencia en el proceso de paz”. Este aspecto es uno de los que finalmente quedaron fuera de relato final de ‘Llegaron de noche’.
“Le pregunté a Tojeira: ¿Qué quieres ver en la película?”, recuerda Carmelo Gómez de su encuentro con el jesuita. “Y me respondió: “El triunfo de la verdad”. Creo que la película no le ha podido disgustar”.