La Cuaresma es tiempo de conversión, de sacrificio, de meditar la pasión y muerte del Señor y de intensificar la oración, el ayuno y la limosna.
Estas ideas, aparentemente "para adultos" deben ser transmitidas a los niños en catequesis para que entiendan el misterio de la Cruz y den sentido cristiano al dolor.
Además, estos días nos levantamos con realidades llenas de violencia, con bombardeos y con imágenes de dolor y sufrimiento en la población ucraniana y en otros países del mundo. ¿Cómo hacerles entender que esa cruz puede ser llevada con dignidad y puede santificar?
Lo positivo (y lo negativo) viene de Dios
No todos los niños tienen las mismas oportunidades ni viven las mismas situaciones. Para muchos de ellos la vida es muy complicada ya sea por su situación familiar, por algún problema físico, por vivir en extrema pobreza o porque su país está pasando por alguna crisis o incluso sufriendo una guerra.
Los padres y los catequistas debemos explicar a los niños que el dolor existe, pero que todo lo positivo que sucede lo quiere Dios positivamente. Y lo negativo, no es querido por Dios, pero sí tolerado. Y si lo tolera, ¡es que alguna razón habrá!
En ocasiones esta afirmación no la entendemos ni los mayores. Nos cuesta ver que todo lo que pasa, pasa porque Dios quiere. Sin embargo, al final podemos llegar a comprender y aceptar que Dios tiene previsto obtener bienes de los males. ¿Pero cómo hacérselo ver a un niño?
Guiarles por el Via Crucis de sus vidas
En realidad, los niños vivirán a lo largo de los años ocasiones en que la cruz golpeará su vida o la de alguien cercano. Hay momentos buenos, malos y regulares.
Si a los niños se les guía de manera prudente y lo hace alguien de su entera confianza- padres, catequistas o algún familiar- seguramente esos niños sabrán encajar los golpes con entereza. De tal manera que convertirán esas ocasiones de dolor en momentos de confianza en Dios y de entrega a los demás.
¿Cómo puede ser posible? Porque sus corazones serán corazones que den gracias, solidarios y compasivos. Serán niños, y luego adultos, fuertes y acogedores. Sabrán llevar su cruz con un gran amor a Dios y a los demás.
Por el contrario, si no han sido dirigidos con el tacto y la atención adecuada en los momentos dolorosos -enfermedad, muerte de algún ser cercano, vivencia de algún trauma,…- esos niños desarrollarán probablemente un carácter rencoroso, frustrado o incluso cargado de rabia contenida.
El ejemplo de los dos ladrones
Un buen ejemplo para que los niños entiendan lo que es llevar la cruz -el dolor- con dignidad es citarles en catequesis el episodio de los dos ladrones a quienes se condenó a la cruz al lado de Jesús. Lo recoge San Lucas en su evangelio (Lc 23, 39-43).
Mientras Gestas, conocido como el mal ladrón, insultaba al Señor y le reprendía por no querer salvarse: “Si eres el Hijo de Dios, sálvate a Ti mismo y a nosotros”, el Buen Ladrón (Dimas) aceptaba la cruz con humildad y defendía al Señor: “Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino”.
Dimas es santo, Gestas no. Dimas llevó su cruz con dignidad y se santificó. Gestas no supo hacerlo y destruyó su vida. Son las dos maneras de llevar la cruz y el dolor.
Momentos para enseñar a llevar la cruz
- La cruz de Cristo es la señal de los cristianos, así que en primer lugar hay que enseñar a los niños, en casa o en catequesis, a hacer la señal de la Cruz: sobre su frente, sus labios y su pecho, para que ésta les guíe y así tener buenos pensamientos, palabras y obras.
- Después aprovechar cualquier circunstancia de la vida de los niños para señalarles la necesidad de mantener la dignidad y la alegría antes las "cruces" que puedan encontrarse en su día a día: una mal resultado en un examen, un plan divertido que ha fracasado, un enfado con un amigo, una derrota en un partido…
- Ante una enfermedad, una operación médica o simplemente una visita al dentista, es importante prepararles previamente, informándoles y manteniendo la calma. Hay que enseñarles a confiar y que aprendan a dejarlo todo en manos de Dios.
- Siempre, ante esos momentos difíciles, enseñarles que pueden rezar y pedir a Dios serenidad.
- Además, ¡qué bonito es cuando los niños entienden que pueden ofrecer ese dolor por una intención concreta o por alguien en particular!
- Y al final, cuando todo acaba y la situación parece mejorar, siempre enseñar a dar gracias a Dios.
En definitiva, se trata de transmitir a los más pequeños que la felicidad no consiste en la ausencia de dolor, sino en llevarlo con dignidad, como el buen ladrón.