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Esta historia de fe nos llega desde Porzus, una pequeña ciudad en el norte de Italia, casi limítrofe a la Eslovenia.
Como protagonista tenemos a una niña buena y dócil, llamada Teresa Dush.
Teresa nace el 11 de septiembre de 1845, en Porzus, y fue bautizada ese mismo día.
Sus padres, Giuseppe y Caterina Grimaz, llevaban casados 18 años, hasta que llegó la niña, por lo tanto la consideraban un gran regalo de Dios.
Era una familia muy pobre y vivían en un terreno escarpado y pedregoso donde la cosecha escasea y el resto es sólo prado y pasto.
Aunque Teresa era muy frágil de salud, compartía sin quejarse nunca el cansancio y trabajo con sus padres.
A los 9 años, Teresa comienza a tomar lecciones de catequesis con el párroco de su iglesia, y estaba siempre atenta a las enseñanzas impartidas.
Un evento que cambia toda la ciudad
El 8 de septiembre de 1855, día de la fiesta de la Natividad de la Virgen María, y faltando 3 días para el cumpleaños de Teresa, tiene lugar un evento extraordinario que marcará para siempre toda la ciudad de Porzus.
Caterina, la madre de la niña, se había olvidado por completo de las dos fiestas de precepto, la del 8 de septiembre, que en ese año caía de sábado, y la del domingo; y no había recogido la suficiente hierba para dar de comer a los animales.
Obviamente no podía dejar sin alimento por dos días a las pobres bestias, así que llamó a Teresa, y le dijo que fuera a cortar un poco en el prado.
La niña tímidamente le recordó a su madre lo que había aprendido en catecismo, que no se debe trabajar en día de precepto.
La madre le contesta: “Si nosotros comemos, los animales también deben comer”
Llena de dudas la niña obedece a su mamá y se dirige al prado, pidiendo ayuda a la Virgen que tanto ama, de aclarecer sus vacilaciones.
Apenas alza la hoz para cortar el pasto, siente que alguien se la quita de la mano.
Levanta la mirada y ve a una hermosa Dama, que con una voz dulce le dice:
“¡No deberías trabajar en la fiesta! Toma, esto será suficiente”, cortando un poco de hierba y entregándolo a la niña.
Luego agrega: “Di a todos que santifiquen el nombre del Señor y no blasfemen, porque al hacerlo ofenden a mi Hijo y hieren mi Corazón materno. Además, quiero que se observen ayunos y vigilias”.
Rápidamente la noticia se esparce por toda la ciudad y los pobladores que no creen a lo que dice Teresa, les dice: “Dile a Nuestra Señora que te dé otra señal”
La “otra señal”, no se hizo esperar mucho
El domingo siguiente mientras Teresa se encontraba en la iglesia, la Virgen María se le aparece de nuevo. Estaba junto al altar con un vestido cubierto de rosas y la llama.
La niña con miedo acude hasta Ella, todas sus amigas y lo que se encontraban en la iglesia, veían a la niña participar en un largo diálogo, pero no veían más nada.
Sale de la iglesia en éxtasis y más tarde contará que la Virgen la acompaño hasta su casa, y que antes de irse le dejó un regalo
Este regalo era la señal que los pobladores habían pedido: una cruz de 3 cm de largo, que brilla como el oro, impresa en la mano izquierda de la niña.
Esta señal pudieron verlos todos, y por más que intentaban borrar la cruz de la mano de Teresa, esta no se iba, es más, se volvía aún más brillante.
La Virgen María continuó más tarde revelando algunos secretos a Teresa, que, a su tiempo, se volvió religiosa.
Siendo su salud siempre precaria, se descubre que padece de tuberculosis pulmonar.
Durante el “calvario” de su enfermedad, la cruz de su mano se vuelve de color rojo, y al morir,(todavía no había cumplido 25 años), se volvió blanca.
El santuario dedicado a la Virgen de la Salud
Tras la primera aparición, la gente comienza a observar un fenómeno inusual en el lugar, el césped siempre está en flor, y se reúnen todos los domingos a rezar el Santo Rosario.
En 1885 deciden construir una pequeña capilla, y en 1886 colocan un cuadro que representa la escena de la aparición, con un mensaje escrito en la parte superior: “Santificad las fiestas. No blasfeméis y observad ayunos y vigilias”.
Fuente: porzus.net