Aunque no se explica en el guión, el título original de “CODA” es el acrónimo de “Child Of Deaf Adults”, es decir, “Hijo de Padres Sordos”. Ganadora de algunos premios y nominada a 3 Oscar, entre ellos Mejor Película, “CODA. Los sonidos del silencio” es un remake del filme francés “La familia Bélier” (2014).
Tras las cámaras de esta nueva versión encontramos el nombre de Sian Heder, directora que lleva años ejercitándose en series de televisión y cortometrajes, quien ha calificado su película como “una comedia dramática familiar”. Éste es su segundo filme.
El argumento cuenta la historia de Ruby (Emilia Jones), la hija de una familia de sordos: Frank (Troy Kotsur), el padre; Jackie (Marlee Matlin), la madre; Leo (Daniel Durant), el primogénito. Ruby, en cambio, sí oye. Su papel, dentro del núcleo familiar y sus obligaciones correspondientes, es agotador: estudia en el instituto, se levanta de noche para faenar junto a su padre y su hermano en un pesquero y sirve de intérprete entre sus familiares y el resto del mundo, ya que ha aprendido el lenguaje de signos.
Su familia es sólida, los miembros se ayudan unos a otros y suelen permanecer como una piña. En una escena en la que los dos hermanos discuten por asuntos relacionados con la venta de pescado en el puerto, el padre les pone firmes.
Mediante signos les pide que no discutan porque “La familia debe permanecer unida”. Pero Ruby ha cumplido 17 años y empieza a interesarse por otros asuntos. Le gusta un muchacho de su instituto y pronto se interesa por la canción. Tras apuntarse al coro de la escuela, descubre que tal vez tenga más talento de lo que creía. Cantar le sirve como método de canalizar la frustración que la acomete después de vivir en un sitio donde no puede compartir el sonido: ni la música ni las palabras.
En ese coro encontrará a un profesor, Bernardo (Eugenio Derbez), justo pero estricto, quien está decidido a moldear su talento en bruto. Y ahí entran en conflicto los dos intereses entre los que se mueve la chica: ¿debería dedicarse siempre a trabajar con su familia y ser su intérprete o debería forjarse una carrera en la universidad y en la música?
Tan previsible como encantadora
“CODA. Los sonidos del silencio” es la clase de filme que puede gustar al público que busca historias complacientes en las que no faltan secuencias que invitan a la risa y al llanto. Tiene aspectos o partes buenas y aspectos o partes malas.
Las partes perjudiciales se ven ya al principio, pues en seguida notamos que la historia adolece de clichés (la estudiante menospreciada por sus compañeras de instituto, la amiga íntima obsesionada con los hombres, el profesor gruñón con corazoncito de oro, la chica que quiere cantar pero encuentra oposición familiar, etcétera). Son lugares comunes que hemos visto en cientos de películas, sobre todo en comedias románticas, y por eso intuimos cómo se van a desarrollar y cómo terminarán.
Sin embargo hay cierta destreza en los actores y en el guión que logran que, pese a esos defectos, la película nos gane, nos convenza, nos haga sonreír aunque vislumbremos su final desde el inicio.
En primer lugar por el esfuerzo de su protagonista, quien además de actuar, canta y se ha aprendido el lenguaje de signos para sordos. Ella es el hilo férreo que permite que sus familiares se comuniquen con el mundo, pues saben que sin ella estarían perdidos. En segundo lugar por el trabajo de esos familiares, especialmente el divertido Troy Kotsur y la entrañable Marlee Matlin, a la que siempre recordaremos por “Hijos de un dios menor”, por la que obtuvo el Oscar.
Ambos dan vida a unos padres que se alejan de los estereotipos que vemos en muchas películas: en vez de discutir, se aman con pasión; en vez de mostrarse amargados o gruñones, demuestran tener más humor que sus hijos.
“CODA” coloca el foco en lo difícil que es la marginación en una sociedad cerrada (ya sea por una discapacidad, en este caso auditiva, ya sea por el menosprecio propio de algunos adolescentes en el ámbito educativo) y establece el núcleo familiar como un motor esencial tanto en la educación personal como en las relaciones con el mundo. Cuando el espectador llega a una de las escenas finales entre Ruby y su padre, la directora ya se lo ha ganado.