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Mediterráneo: Salvar al prójimo

MEDITERRANEO
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José Ángel Barrueco - publicado el 10/02/22
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El filme, en torno a la gestación de Open Arms, ya disponible en las plataformas de streaming 

Podríamos aventurar que la ayuda al prójimo es una especie de don. O se tiene o no se tiene. O uno lo siente dentro o no. Quienes desconfían de otras personas o no están dispuestos a ayudar a los demás probablemente no se detengan ante un transeúnte que igual sólo les va a preguntar la hora o las indicaciones pertinentes para llegar a una calle.

Pensemos en René Robert, el fotógrafo que murió congelado en una acera de París, tras una caída, en enero de este mismo año: nadie fue a socorrerle.

El protagonista de “Mediterráneo”, dirigida por Marcel Barrena, nominada a los Premios Goya en siete categorías, entre ellas las de Mejor Película y Mejor Actor, tiene ese don, esa necesidad constante de echar una mano, de no dejar que los demás caigan, naufraguen, se ahoguen. Carga con ese don como si, a veces, fuera una maldición.   

Cada vida cuenta

A Óscar Camps, el héroe real de la película, Eduard Fernández lo interpreta como si fuera un viejo marino, un lobo de mar marcado por una obsesión: ayudar a los demás, salvar a quienes peligran en las aguas.

El auxilio al prójimo es su ballena, su Moby Dick. Persigue ese cometido aunque le cueste arrestos de la policía, pintadas xenófobas en su coche o miradas de odio entre los habitantes de Lesbos, la isla griega a la que se traslada desde que ve la imagen de un niño ahogado en la playa.

Su oficio es el de socorrista. No un socorrista que se limite a ejercer el trabajo en la zona asignada y cumplir para la empresa que le paga, sino alguien que quiere salvar a los náufragos estén donde estén, aunque para ello deba viajar, perder dinero y quizá reputación. 

Camps acaba arrastrando consigo a otros socorristas: Gerard (Dani Rovira), Nico (Sergi López) y Esther (Anna Castillo), la hija de Óscar, quien mantiene una mala relación con su padre, pero al mismo tiempo siente que cada vez se parece más a él por su necesidad de ayudar al prójimo cueste lo que cueste. En las escenas que ambos comparten es donde el director introduce algunos de los bellos momentos de un filme sobre el que siempre planea la tragedia: esa conexión que renace entre padre e hija es uno de los pilares de la historia. 

En Lesbos comprobarán que las apariencias siempre engañan. Los policías hacen la vista gorda, en las playas no se divisan vigilantes, los traficantes ganan dinero pasando gente desde las costas de Turquía, la ONU da la espalda al problema y, mientras tanto, cientos de seres humanos se ahogan en barcas de goma acuchilladas por los propios pasajeros (para marcar la diferencia entre “refugiados” e “inmigrantes ilegales”). 

Ningún náufrago a la deriva

El filme de Barrena se construye alrededor de dos ejes: la sólida interpretación de Eduard Fernández, un actor siempre gigante en cada papel, y los pequeños dramas entre los personajes principales.

El Óscar Camps de Eduard Fernández puede persuadir a cualquiera cuando sostiene, con toda la convicción de un héroe de la épica, que la ley del mar aboga por no dejar ningún náufrago a la deriva e incide en que hay que proteger la vida. A Camps no le importan la fama ni la reputación, sino sólo la actitud humanitaria que lleva dentro, la profesión de socorrista como alguien que va a asistir al prójimo donde sea y cuando sea. Fernández hace suyo al personaje y nos trasmite la identidad de un hombre repleto de matices: a veces es hosco y testarudo y parece una roca, pero esconde un gran corazón.  

Mientras las obsesiones de Camps casi acaban con él y con las relaciones de amistad con sus colegas, el espectador se va concienciando del problema, que en algunos medios a menudo pintan con brocha gorda, lo que luego se traduce en esos comentarios bastante despectivos que oímos en la calle (“Vienen en las pateras para quitarnos el trabajo”), frases que sólo pueden alterar nuestro sentido de la decencia y de la responsabilidad. Y el problema es enorme, no cabe duda: es el reflejo contemporáneo de “La balsa de la Medusa” de Géricault, por mucho que suene a tópico. 

Hay un par de escenas necesarias para entender la obsesión humanitaria y la responsabilidad social de Camps: aquellas en las que cree que aún queda alguien en el agua y se lanza a intentar ayudarlas… Y su compañero le muestra que no, que no hay nadie, que son espejismos de su mente.

Todo lo que cuentan fue real y dio origen a Open Arms, la organización de rescate marítimo fundada por Camps. Puede que “Mediterráneo” sea un filme irregular en algunos tramos, pero nos compromete con nuestra conciencia y con nuestra solidaridad y nos empuja a preguntarnos: Ante una situación similar, ¿haríamos lo mismo?       

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