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A veces el Señor permite que crucemos la noche, que tengamos viento contrario, que seamos asolados por la tempestad.
Hay momentos en que el viento no es favorable. Las tormentas suceden. A veces una noche terrible cae sobre nuestra vida.
Sin embargo, aunque nos encontremos en medio de la tempestad, la vida sigue. Nos vemos “obligados” a cruzar el lago, a seguir levantándonos, aunque las olas nos derrumben.
Ese paso sobre las aguas implica siempre un riesgo de muerte, pensamos que no lo lograremos.
Nos agitamos, perdemos la esperanza, tratamos de reaccionar, nos damos cuenta de que no podemos solos.
Invocamos al Señor, pero parece ausente. Dios no nos escucha, quizás se ha olvidado de nosotros.
Es momento para redescubrir y renovar nuestra fe.
1Una espera larga pero no infinita
Casi siempre nuestras tormentas son largas. Jesús no llega inmediatamente para ayudarnos. Jesús llega solo al final de la noche.
Si hemos perdido la esperanza, aunque venga el Señor, nos parece que no es cierto. No creemos que sea posible.
Estamos tan convencidos de que nos ha abandonado, que nos cuesta creer que Dios haya encontrado la manera de llegar a nosotros.
En el Evangelio, Jesús les llega de la única manera posible, pero hasta entonces impensable: llega caminando sobre las aguas.
Y si las aguas son símbolo de muerte, porque siempre pueden hacernos hundir en el abismo, el que nos salva es el único que puede caminar sobre ellas.
2El riesgo de la fe
En ese momento, lo más importante no es que la tormenta haya pasado, sino estar seguros de que Dios no se ha olvidado de nosotros.
Por eso Pedro no piensa en subir a Jesús a la barca o pedirle que detenga la tormenta, sino que quiere ir hacia Jesús, quiere renovar su fe en Él.
Y para ello tiene que correr riesgos, tiene que enfrentarse al miedo a morir.
Pedro saca los pies de la barca y camina hacia Jesús. Y mientras mantiene la mirada en Jesús, puede caminar sobre las aguas de la muerte.
Pero cuando aparta la mirada de Jesús, se encuentra de nuevo dentro de sus límites personales, a la merced de la fuerza del viento y sobre su pobre humanidad. Solo puede hundirse.
3Hundirnos para salvarnos
Y en ese momento Pedro tiene la experiencia bautismal: se hunde y se salva.
Pedro se da cuenta de que solo no puede ir a ninguna parte, pero, así como se hunde bajo el peso de sus límites, también experimenta que hay una mano que lo saca de las traicioneras aguas de la muerte.
Nuestra vida espiritual es un camino entre el miedo a morir que nos hace gritar y la experiencia de ser salvados.