Llevada en alto durante ceremonias religiosas, sobre todo al comienzo de la misa, la cruz de procesión, delante del sacerdote, indica a todos los presentes que es Cristo quien abre el camino.
Cristo se representa además siempre en esta cruz porque Él está a la cabeza de su pueblo. Como el buen pastor, orienta el sentido de la marcha.
Esta famosa cruz, muy alta para que sea visible por todos, es portada por una persona a la que se llama cruciferario, crucífero o crucero.
Cuando el número de monaguillos lo permite, viene precedida del incensario, llevado en este caso por el turiferario para purificar la iglesia.
Los ceroferarios, que llevan cirios encendidos, acompañan la cruz para mostrar a la asamblea que Cristo es la luz del mundo.
A la llegada al altar, la cruz procesional se coloca en su lugar correspondiente, en el tripié, en el coro, previsto para tal efecto.
Tras la celebración, durante la procesión de salida, la cruz se coloca siempre en primer lugar porque ya no es necesario purificar la iglesia.
De la cruz de procesión a la cruz fija
Esta gran cruz puede utilizarse para otras procesiones distintas de la de la misa, pero la presencia de un sacerdote o de un miembro del clero es siempre obligatoria.
Las primeras cruces empleadas en las iglesias eran únicamente cruces de procesión, también llamadas cruces estacionales.
Se remontan a los primerísimos siglos, cuando los cristianos reconocieron en la cruz el signo de su Salvación.
Algunas cruces procesionales podían despegarse del asta para colocarse sobre el altar. Más tarde, durante la Edad Media, se instalaría otra cruz, esta vez fija, para que permaneciera en el altar.
La riqueza de las cruces de procesión varía según las épocas y la riqueza de los patrocinadores.
Algunas están decoradas con piedras preciosas o camafeos, mientras que otras presentan un trabajo de orfebrería.
La más conocida de todas es la cruz de Lotario, que se conserva en la catedral de Aquisgrán, en Alemania.
Esta cruz fue realizada por orfebres en torno al año 1000 y utiliza un camafeo del emperador romano Augusto del siglo I para legitimar el poder imperial.
Debajo, un sello de cuarzo representa a Lotario con la inscripción latina “Cristo, ayuda al rey Lotario”.