Rembrandt, el famoso pintor holandés, nos pinto a ti, a mí y a toda la humanidad en un óleo bellísimo y conmovedor: “El Regreso del Hijo Pródigo”. Busca el cuadro y mírate, ahí estás pintado.
Una parábola: “El hijo pródigo”. ¿La recuerdan? Un muchacho rebelde pide su herencia, la malgasta y cuando pasa penurias, vuelve a la casa de su padre. Su regreso colma de felicidad al padre y hay una gran fiesta; pero el hermano mayor se molesta y reclama.
Un cuadro: “El Regreso del Hijo Pródigo”, de Rembrandt.
Un sacerdote: Henri Nouwen. Holandés, psicólogo, docente de Harvard y Yale; famoso conferencista y escritor.
Esos tres ingredientes se mezclan en un libro hermoso y esclarecedor (que se llama igual que el cuadro).
Allí Nouwen nos revela que todos somos el hijo pródigo y el hijo mayor; pero estamos llamados a ser la imagen del Padre misericordioso en el mundo.
Un sacerdote en crisis
Detrás de este libro hay una linda historia. El sacerdote Henri Nouwen estaba agotado tras una vida de grandes éxitos. Entonces renunció a su trabajo en Harvard y se fue a convivir con personas con discapacidad mental, en una comunidad llamada El Arca.
Estando allí, casualmente vio una reproducción del famoso cuadro de Rembrandt en una pared, y su corazón dio un brinco.
Sintió que él era ese pobre muchacho derrumbado, que necesita desesperadamente el abrazo de su Padre.
El cuadro le reveló lo que su corazón siempre había anhelado, pero el mundo nunca podría darle: ser amado de verdad, sin condiciones.
Tres años después, tuvo la oportunidad de visitar el museo Hermitage en Rusia, y observar en detalle el imponente cuadro.
Fruto de largas meditaciones, reflexionando sobre el cuadro y la parábola, surge este libro, que está dividido en tres partes: el hijo menor, el hijo mayor y el Padre.
Somos el hijo pródigo
Sí, todos somos el hijo menor, cada vez que nos alejamos del Padre porque nos sentimos autosuficientes.
Dice Nouwen que esto ocurre porque en nuestro interior “surge la idea equivocada de que el mundo es quien da sentido a mi vida” (Pág.47).
Explica que al estar empeñados en buscar la felicidad en el mundo, nos desgastamos en agradar, tener éxito y ser reconocidos.
Entonces fácilmente pasamos del júbilo a la depresión, y así terminamos como una pequeña barquita en medio del océano, a merced del oleaje… y lejos de Dios.
También somos el hijo mayor
Sí, también somos el resentido hijo mayor. Ese muchacho obediente, que permanece en casa y aparentemente es “el de mostrar”, pero resulta que también se extravió.
Dice que este caso es aún más difícil, porque está perdido en la ira y el resentimiento: le parece que no es valorado como merece y que a su hermano lo quieren más. Entonces la envidia le impide compartir la alegría de su padre.
Este hijo cumple con todo, pero no es feliz. Aunque permanece en casa, también está lejos porque no vive en comunión con el Padre.
El padre amoroso que debemos ser
Concluye Nouwen que los dos hijos están igualmente perdidos y ambos habitan en nuestro interior, cada vez que olvidamos la voz interior que nos llama “mi hijo amado”.
El texto nos muestra el camino para avanzar y llegar a ser la imagen del amor del Padre para los demás.
Nuestras manos deben extenderse a los otros, como las del padre del cuadro de Rembrandt, para acoger y bendecir al prójimo.
Un libro honesto
Este libro comenzó con un cuadro que causó un impacto emocional en Nouwen. Había sido sacerdote por muchos años, sin embargo, la imagen lo cuestionó profundamente:
¿Me había atrevido a llegar al fondo de lo esencial, a arrodillarme y dejarme abrazar por un Dios misericordioso?
Tienen estas meditaciones el encanto de la sinceridad. Nouwen reconoce que en su interior también habitan los dos hijos extraviados que necesitan dejarse abrazar por al Padre.
Además, concluye que tras el viaje espiritual que inició con el cuadro, pasó de “profesor de cómo se ama, a persona que se deja amar” (Pág.19).
El excesivo amor de Dios
Como buen profesor, Nouwen sabía que se debe insistir en los temas clave. El mensaje que recalca en todo el libro es que el Señor nos ama a todos con un amor incondicional, descomunal e inagotable. En la página 88 lo dice así:
Todo el mundo es amado única y totalmente
Tan grande es el amor de Dios, que no nos cabe en la cabeza y por eso dudamos que sea cierto. Entonces, no tratemos de entenderlo, sencillamente confiemos en la parábola que nos dice:
No importa cuántas veces abandonemos el hogar, siempre podemos volver. E Padre siempre desborda de alegría al vernos, porque aunque cueste creerlo, a cada uno de nosotros nos dice:
Vuelve a la casa de tu Padre, te está esperando.