La serena reflexión de Víctor Frankl tras experimentar múltiples experiencias en campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial propone:
“El hombre puede conservar un vestigio de la libertad espiritual, de independencia mental, incluso en las terribles circunstancias de tensión psíquica y física”.
Al hombre, escribía contemplando la solidaridad en los campos, “se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas –la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias– para decidir su propio camino”.
Entre su apertura en mayo de 1940 y su liberación, en enero de 1945, fueron cinco las Navidades vividas en los campos de concentración y exterminio de Auschwitz.
Y aun en un marco de horror extremo, con una persistente intención de destruir su espíritu de parte de las fuerzas nazis, dentro de las barracas los prisioneros se las arreglaron para encontrar motivos para la celebración y la esperanza. Como si de confirmar lo que tiempo después Frankl escribiría se tratase.
Testimonios de supervivientes
El Memorial y Museo Auschwitz-Birkenau hace un pormenorizado recorrido por las Navidades en los campos de acuerdo a los testimonios recolectados entre supervivientes.
De su recopilación, se sabe que en 1940 los nazis montaron un árbol navideño debajo del que pusieron cuerpos de prisioneros fallecidos durante las tareas.
Según recoge el museo, el comandante del campo Karl Fritzsch, cínicamente, ofrecía los cuerpos como regalo para los que estaban con vida.