¿Qué es lo más grande que me ha pasado en la vida? ¿Qué ha sido lo más emocionante, lo más profundo, lo más bello? ¿Dónde se esconde el misterio de todo mi caminar?
No sé responder a menudo. Es como si todo fuera muy natural, nada tan extraordinario. Una vida como otras muchas. No tiene nada de especial.
Me quedo pensando. ¿Qué cambiaría? ¿Qué hubiera hecho de forma diferente? Tampoco encuentro una respuesta rápida.
No sé qué borraría. Los dolores tal vez, o las pérdidas. Los errores y esos pecados que han dolido.
Aceptar el pasado
Las omisiones de las que me arrepiento. Esos silencios incómodos que no me dejaron crecer.
Sacaría todas las cárceles en las que yo mismo me hice esclavo. Borraría de un plumazo los miedos que no me dejaron ser feliz.
Eliminaría mis ansiedades que me hicieron huir muchas veces hacia delante. Y le daría un sí grande a todo lo vivido.
Lo pasado está pisado, queda atrás, no hay como levantar el tiempo que se ha ido. Simplemente aprendo a dar gracias por lo vivido.
Así llego ante el Belén, el nacimiento oculto en medio de la noche. Unos ángeles me anuncian que ha nacido la salvación.
Aceptar, no condenar, pero también cambiar
¿Quiero que algo cambie en mi vida, es acaso necesario? Miro mi corazón herido y necesitado de cariño y de esperanza.
Sí, quiero cambiar. Pero al mismo tiempo quiero aceptar lo inaceptable. ¿Cómo se puede perdonar al que me ha hecho daño? A mí, o a alguno de los míos, un hijo, un papá o una mamá, un hermano.
¿Cómo hago para no condenar a los causantes de injusticias que viven junto a mí?
El alma se envenena al pensar en cómo podían cambiar las cosas y ser diferentes.
Indigno como un sucio pastor, pero...
No lo sé, tiemblo. Me duele el alma ante la cueva. Quiero tomar al niño entre mis brazos.
Me siento tan indigno... Como ese pastor que corría desde sus rebaños para abrazar, estando sucio, a un niño recién nacido.
No llegaba sin manchas, más bien manchado, sucio, maloliente, despreciado. Un hombre indigno.
Y quiero que cambie todo en esa noche. Con la impaciencia propia de mi alma.
Me gustaría que fuera ya el cambio, que todo se arreglara de repente, que la noche amaneciera, y la tormenta se apaciguara, que el frío menguara y el calor refrescara.
Me cuesta tanto aceptar la realidad llena de aristas. Sufro. Y entonces como ese pastor me arrodillo ante un niño, sin comprender nada.
¿Quién acabará con las injusticias?
¿Cómo podrá esa familia indefensa mejorar mi vida? ¿Qué podrán cambiar ellos que no pueden elegir siquiera un lugar digno para su hijo?
Me desilusiono y busco a los poderosos, a los que pueden cambiar algo, a los que tienen poder en esta tierra para mejorar las cosas. Ellos podrán, pienso, traer la paz.
¿Cómo se hace para calmar las guerras y apaciguar los odios? ¿No será necesario alguien poderoso que ponga fin a las injusticias?
Las alegrías vividas
Vuelvo a pensar en mi vida. En los grandes regalos vividos. En los momentos de luz y fiesta que me llenaron el corazón de alegría.
Pienso en mi historia, tanto es lo vivido, lo disfrutado, lo sufrido. No estoy triste, más bien la alegría llena mis entrañas de paz y optimismo.
Dios puede cambiar mi corazón naciendo de nuevo en mi alma. Puede tocar las campanas que tengo ya oxidadas en mi interior, en el fondo del mar.
Puede cambiar mis sueños despertando alegrías dormidas. Lo más grande que me ha pasado en la vida fue encontrarme con Jesús.
O más bien, todo lo que vino después ha sido como es ahora gracias a aquel encuentro.
El poder del amor
Porque un día me dejé abrazar por la espalda cuando me escapaba de sus manos y tapaba mis oídos a sus voces.
Y escuché entonces una voz que no era la mía dentro del alma. Y supe que su amor era poderoso porque vencía mis resistencias y me llevaba donde yo nunca hubiera pensado ir.
Es curioso ese plan de Dios que altera todos mis proyectos tan humanos, tan ordinarios y cotidianos.
Lo extraordinario en mi vida ha sido ver a Dios caminando a mi lado cuando no comprendía yo nada. Y saber que en mis manos Él se hacía carne, era Navidad.
Lo más grande que me ha pasado ha sido esa fe que me dio Dios como sacada de debajo de las piedras.
Y puso en mi alma sin merecerlo una fuente de luz, de agua, de alegría que yo desconocía.
Lo más grande ha sido que me dio un mundo para amar ante mis ojos y la capacidad inmensa de dejarme amar en lo humano, sin ascender a las alturas alejándome del mundo.
Mi historia es sagrada
No quiero borrar nada de mi historia, tampoco mis pecados. Ellos siempre me han hecho más humilde y más niño, más necesitado y pobre. Más indigno como ese cordero con mancha que no cumple el requisito de perfección.
Pero no importa porque Jesús me llama a mí a que le siga por los caminos, sin miedo, sin reservas.
Tengo el corazón tranquilo en medio de la vida. Me arrodillo conmovido.
No sé cómo lo hará ese niño para cambiar este mundo lleno de guerras y odios. No sé cómo lo hará para gestar unidad en medio de las divisiones.
Cómo armonizará en mí y en todos, esa tensión entre lo humano y lo de divino. Y cómo logrará hacer que mis palabras sean las suyas.
No sé cómo y por eso me impaciento, quiero más, quiero el cielo en la tierra de forma inmediata. A mi manera y en mis tiempos.
Es imposible, lo acepto y miro a Dios conmovido.