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La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va…, reza el clásico villancico. Ya se nos ha ido la noche más mágica del año, en la que el espíritu navideño (el Espíritu Santo, vestido para la ocasión) hizo de las suyas.
Y, probablemente, a muchos de los que me estáis leyendo ahora, os habrá soplado lo mismo que me sopló a mí mientras observaba a mis twelve entonando villancicos, con Mr. Square al mando y los abuelos disfrutando de la magia.
¿Qué me sopló? Que han merecido la pena todos y cada uno de ellos, como todos y cada uno de los días de los diecisiete embarazos, cada apendicitis, las tardes de lloros antes de los exámenes, las discrepancias con los que no comparten algunos aspectos de mi forma de entender la vida…
Porque, incluso hasta estos últimos, cuando superan las peleas, las diferencias, las confrontaciones, las discusiones…, se dan cuenta de que la familia es un tesoro de valor incalculable, de ésos que no tienen precio.
Y hoy quiero animarte a que te pongas el traje de guerra. No te olvides del escudo, de la espada, del tanque…, de lo que haga falta, para mantener unida a tu familia. Porque merece la pena, incluso con todas esas “listas de agravios” que tienes ahora mismo en la cabeza.
Yo quiero gritar, a todos los matrimonios que están arrancando, lo que una vez gritó San Juan Pablo II: "¡No tengáis miedo! ¡Abrid las puertas de par en par a Cristo!" No tengan miedo a tener una familia grande, no titubeéis a abrir esa puerta de vuestras vidas, de vuestra intimidad, de vuestro matrimonio, de vuestra familia, a Cristo.
He estado más de veinte años haciéndome la rubia, poniendo voz de tonta, cuando me preguntaban: ¿Otro más? ¡Ya pararás! ¿No tenéis televisión en el cuarto? Y no sé cuántas impertinencias más…
Y respondiendo: “A su casa viene”, o, "¿Por qué no doce?" Y hoy, desde este altavoz que me presta Aleteia, quiero gritarles, con mi voz más firme y contundente, ¡que merece la pena!
Esas penas que compartimos Mr. Square y yo, pero nunca los dos solos (ya sabéis a quién Le hemos abierto la puerta…). Penas, que este año nos han pesado bastante más que otros, y, aún así, no empañan la alegría por toda esta locura de familia que hemos creado, y que hemos paladeado el pasado día 24.
Vendrán tormentas, pesarán las cargas, pero los hogares grandes disfrutarán todos los días de lo que los del “ya pararás” tienen sólo en Navidad:
Todas esos regalos, que para muchos son exclusivamente navideños, resultan absolutamente ordinarios en las familias XXL. Y es algo que quise dejar reflejado en mi cuento dedicado a las familias numerosas, "El castillo de los calcetines perdidos".
Menciono todo esto en una de las páginas del cuento: “Estos castillos tienen tanta magia que, todos los días, sin saber a qué hora…, huele a Navidad”.
Con la esperanza de que todos estos regalos que consiguen que el hogar huela a Navidad se darán en casa todos los días, recogeré la mantelería, la cubertería y la vajilla, y guardaré los cancioneros, sabiendo que puedo abrir los cajones del corazón, las veces que haga falta, para recordar todo lo que el Espíritu Santo me sopló el 24 de diciembre: ¡Que ha merecido la pena abrir las puertas de par en par a Cristo!
Es más, creo que me ha salido barato, y eso que este año nos han subido el recibo de las penas. Pues, a pesar de la subida, aún así, no han sido tantas las penas como las satisfacciones.
Así que, si alguna vez me has preguntado, "¿por qué doce?", no sólo te responderé con ingenuidad y retranca gallega, "why not?", sino que te diré, con firmeza aragonesa: "¡Porque merece la pena abrir las puertas de par en par a Cristo!" Why not?