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Tengo claro que mi misión consiste en llevar alegría y esperanza al mundo. Jesús me envía sin que yo haga nada. Soy misionero.
No necesito ser muy capaz, o tener muchos talentos para merecer su llamada. No es cuestión de merecimientos, Dios llama a quien quiere.
Capacita a los incapacitados. Eso me consuela. Simplemente levanta su voz por encima de los vientos y yo la escucho cuando logro calmar los ruidos del alma.
He dicho "no" muchas veces
Muchas veces le digo que no a Dios, porque tengo miedo, o me duele el cansancio, o el egoísmo se me pega con fuerza a la piel.
Y pronuncio mi negativa reteniendo el viento a golpe de voces. Respondo que no sosteniendo los miedos entre mis brazos para que no me dominen.
Grito mi no, cortando de raíz mi deseo de dar la vida. Y me siento así aparentemente libre, tan lejos de sus voces, de sus leves deseos, de sus sueños imposibles.
Me parapeto seguro detrás de mi no labrado en roca, parece tan firme. Ese no tan duro me hace sentir indestructible, invulnerable, Dios no puede alcanzarme.
Retengo mis ansias de vivir y condeno a muerte mi deseo de generosidad. Me guardo para no perderme mientras mato mis prisas por entregar la vida.
Pronuncio mi no con fuerza, porque no quiero ir allí donde no deseo.
Mis razones tendré para no partir raudo en busca de un final imprevisible, allí mismo donde Dios parece llamarme.
Pero acabo diciendo sí
Y súbitamente, cuando menos lo espero, mi no se convierte en un sí. Sucede de repente, sin pretenderlo.
No sé cómo lo hace Dios conmigo, pero consigue romper la roca. Torna mis violentas decisiones y logra cambiarlas con su suave violencia.
Decido que sí casi sin quererlo y acabo rompiendo las expectativas propias y las ajenas.
Venzo mis resistencias y dejo que pase Dios a través de una rendija, de una puerta abierta, del hueco que dejan sus manos al empujar suavemente, sin ejercer violencia.
Y digo que sí con mis gestos, con mis silencios, con mis palabras calladas, apenas audibles. Y digo que sí al amanecer, gritándolo a la aurora que ilumina mis primeros pasos, o al atardecer, frente al sol en llamas.
Y digo que sí sonriendo, aunque me va a costar la vida seguir sus pasos, pero aun así sonrío.
Miedo a fallar
Y me da miedo fallarle a Dios cuando he gritado que sí, que lo amo y he escrito canciones en las que lo entregaba todo sin guardarme nada.
No quiero que luego cambien mis planes después de haber hecho tantas declaraciones de amor.
No quiero que un día mi sí se vuelva no, presa de mis miedos, de mis inseguridades y debilidades.
No quiero que mis deseos de amar se conviertan en desgana, en frialdad, en rutina. Y mi deseo de llegar hasta el final se deshaga entre mis dedos, como la nieve al tocar el calor del alma.
No quiero que mi sí sea tan frágil como una veleta, que ahora apunta en una dirección y mañana en otra.
No quiero que mi sí valiente de un día se llene de cobardía súbitamente. Mi sí blanco, se vuelva opaco. Mi sí lleno de luz, se transforme en noche. Mi sí valiente se vuelva pusilánime.
Una pequeña misión, pero única
Levanto mi alma al amanecer con el sí prendido en el cuerpo.
Lo hago lleno de valor y de alegría porque Dios me llama a seguir sus pasos, a ser su alegría y motivo de esperanza para los que caminen a mi lado.
Mi misión es tan pequeña. Como una gota de agua perdida en el océano, o un grano de arena caído en el desierto.
Es sólo una ráfaga de viento en una tarde tormentosa. Un aporte insignificante, pero único.
Mi sí hará posible tan solo lo que yo puedo dar, nadie daría lo mismo, aunque me supliera en mi mismo lugar y en el mismo instante. Sería distinto.
Me gusta mi sí que se concreta en gestos o simplemente en saber estar, callado y quieto, en silencio, acompañando la vida que comparto, de los que sufren, de los que lloran, de los que están solos, de los que han fallado, de los que no se sienten parte de nada, de los abandonados, de los heridos.
Me gusta mi misión tan pobre y pequeña. Me gusta saberme enviado cada mañana al despuntar la aurora.
Dios es quien salva
No salvaré el mundo, lo sé, no lo he intentado. Tampoco me salvaré a mí mismo, vana ilusión.
No tengo yo la fuerza para salvar nada, para rescatar a nadie. Es Dios quien salva y llena el corazón de luz y de vida.
Yo sólo pronuncio mi sí, tras muchos noes grabados en mi historia. Digo que sí, aunque me tiemble la voz, y se asuste mi alma. Aunque no sepa qué hacer, qué decir, qué proponer, no importa.
Me siento tan pequeño como Belén, que acogió el nacimiento del Mesías. No hay orgullo en mi voz al escuchar su llamada. No me siento bendito, sí agradecido.
Nada es mío
Me asusta perderme y vivir sin un sentido, sin una misión concreta, sin un lugar donde entregar la vida.
Me da miedo dejar preguntas sin respuesta, siendo esto lo más corriente. Me da miedo la soledad que habito, cuando no noto su mano.
Sé que quiero creer. Sencillamente asirme de su brazo para caminar seguro. Vale tanto el tiempo que acaricio con mis manos torpes...
Siento que no es nada lo que poseo. Nada es mío. Todo me lo da Dios para que viva tranquilo.
Espero callado a que suenen las campanas dentro del alma llamándome a ponerme en camino.
Misionero
Son campanas como velas que consume el fuego en el adviento. Un viento roto contra la roca ajada.
La paz brota de mi alma buscando caminos, asumiendo la misión, soy misionero. Sueño. Siento. Espero. Aguardo a que mi presente se tiña del color esperado.
Llevo dentro de mí el nombre escrito. El que Dios pronuncia. Mi nombre soñado.
No dejo pasar la vida. Soy un náufrago valiente despierto en medio de la noche. Albergo la esperanza de ser feliz cada día y lo consigo a menudo.
Camino despacio para llegar a la meta. No pretendo llegar el primero, sino sólo cuando pueda.
Sé que Dios tejera mas sueños dentro de mi piel tan dura. Lo hará con paciencia, llamándome, soy misionero.