Hay una pregunta que abre el corazón. Jesús nos indica cuál es. Él no tiene prisa en medio de su vida. Siempre tiene tiempo para lo urgente, para lo realmente importante. La voz de una persona necesitada detiene sus pasos.
Me gustaría tener esa actitud en la vida. Cuando me gritan y me piden que detenga mis pasos. Y me exigen que cambie mis planes. Cuando lo urgente tiene prioridad por encima de lo programado e importante.
Me cuesta tanto cambiar lo que tenía pensado… No quiero alterar mi agenda, mi rumbo, mis actividades.
Son importantes, pienso en mi corazón. Son valiosas. No quiero renunciar a ellas. No estoy dispuesto a cambiarlo todo.
Abrirse a lo inesperado
Pero Jesús me dice cómo tengo que ser. Jesús tiene compasión y se detiene. Da un alto a su paso. Altera su rumbo. Se vuelve flexible dejando a un lado la rigidez.
Me gusta esa forma de ser que envidio en muchos. Esa capacidad para abrirme a lo inesperado, a lo nuevo, al imprevisto.
Ser capaz de alterar lo mío, de dejar a un lado mis pretensiones y búsquedas. Esa actitud ante la vida me hace libre, me predispone para acoger lo nuevo, lo novedoso, lo que de verdad tiene valor.
Si me cierro a la novedad, me cierro a la vida. Y no aprendo a ver a Dios escondido en todo lo que me sucede.
Los imprevistos son llamadas de Dios a seguir sus pasos allí donde me encuentro.
Detenerse y preguntar
Hace falta tener un corazón libre, no apegado, sin cadenas. Quisiera ser siempre así. Detener mis pasos ante el que me necesita, ante el que me llama pidiendo ayuda.
No quiero pasar de largo ante el enfermo que vive en su angustia el dolor. Esa capacidad para adaptarme es la que deseo todos los días.
Miro a Jesús y me emociona ver su comportamiento, su mirada. Como cuando se detiene ante el hombre ciego Bartimeo y le pregunta:
¿Qué quieres que haga por ti?
Esa es la pregunta que siempre abre el corazón. El otro día en una serie de televisión el director de un hospital les hacía esta pregunta a sus subordinados: “¿Qué puedo hacer por ti?”.
Esa pregunta abre el corazón del que necesita ayuda. Normalmente nadie me pregunta eso. Cada uno va a lo suyo, angustiado por sus propios problemas.
Yo tampoco lo pregunto, no vaya a ser que me pidan algo que no pueda dar. Tengo miedo a hacer una pregunta que me compromete.
El que se ofrece preguntando de esta manera se ata y se obliga a ser fiel a lo que ha ofrecido. No puedo luego desentenderme del que me pide ayuda.