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Religiosas sin salarios, mientras curas y obispos son pagados

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Ary Waldir Ramos Díaz - publicado el 07/10/21
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Explotación de las mujeres consagradas. El diario del 'partido', L'Osservatore Romano, como lo llama el Papa Francisco, presenta la cuestión: "Derechos, reglas, contratos también si se trabaja para la Iglesia”

“Las religiosas, esto es lo que hay que aclarar, a diferencia del clero -sacerdotes, párrocos, obispos, cardenales-, no reciben un salario”, denuncia el editorial de apertura del inserto femenino del Vaticano: "Donne, Chiesa, Mondo" (Mujer, Iglesia, Mundo) de octubre de 2021. 

En el número 104, se explora cómo viven las religiosas y las monjas. Se analizan aspectos que “parecerían lejanos” de lo sacro: dinero, salarios, trabajo y consumos. 

“Cada convento y cada congregación encuentra sus propios medios de subsistencia e ingresos, cada monja y hermana regula su vida y su trabajo, y se relaciona de manera diferente con el mundo de la producción y el consumo”. Escribe en el editorial de apertura, la directora Ritanna Armeni. 

Pensiones sociales y salarios regulares, exigen las religiosas y monjas en la Iglesia. Además porque ellas cumplen una función social y profesional extendida en varios ámbitos institucionales, entre oficios humildes y profesiones de alto nivel. 

La revista presenta a esos monasterios que apenas sobreviven con la venta de productos de la huerta y otros que se han convertido en empresas, dirigidas por monjas tituladas en administración de empresas y expertas en economía. 

Un mundo el de las religiosas y monjas “capaz de responder con inteligencia y competencia, con flexibilidad e imaginación, a las exigencias del trabajo moderno, de superar los límites impuestos por la globalización y la tecnología”. 

La revista al femenino del Vaticano plantea que los antiguos modelos jerárquicos, exclusivamente mercantiles, basados en la competencia y la desigualdad, ya no podían funcionar. 

Asimismo, Sor Maryanne Loughry denuncia la cuestión aún abierta en la Iglesia: "Derechos, reglas, contratos también si se trabaja para la Iglesia". 

En efecto, explica Loughry, que las relaciones de trabajo de las religiosas con sus ‘patrones’ son confusas y sin limitaciones. Ella pide contratos de trabajo escritos, definir los derechos y las funciones de las mujeres consagradas. 

“Pasa en el momento en que las obligaciones cambian, que la hermana se encuentra con que tiene que trabajar hasta tarde en la noche o los fines de semana, sin tiempo para ella o su congregación. Y que ni ella ni el superior tienen un texto escrito al que referirse”. 

Por eso, considera que sería útil llegar a acuerdos con los distintos ministerios asociados sobre los salarios, los horarios, las funciones y las personas de contacto. 

Sor Loughry es una psicóloga que trabaja con refugiados, investigadora del Boston College, actualmente directora asociada al servicio de refugiados de los Jesuitas en Australia, además colabora con el gobierno de su país como asesor sobre solicitudes de asilo. 

“Puede que sea así en los países europeos y occidentales, donde estamos familiarizados con estos acuerdos y contratos. Pero hay personas o congregaciones de las que se siguen aprovechando cuando no existen esos acuerdos escritos. 

Esto puede llevar a situaciones en las que una o más hermanas dejan de trabajar para la iglesia o el párroco y, en consecuencia, pierden su trabajo y se quedan casi sin hogar sin previo aviso”.

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Las religiosas y monjas, muchas veces, tienen más de un empleador y luego el nexo con su propia congregación. Es decir, dos veces, subordinadas. 

“Las autoridades eclesiásticas le dicen que debe hacer esto o aquello, sin tener en cuenta sus obligaciones con su comunidad. 

Y las dos cosas entran en conflicto... es como si tuviera dos jefes. En la Iglesia hay muchas cosas que se dan por supuestas: que somos muy generosos, que nos salimos de la norma si hay que hacer algo especial. No quiero renunciar a este carácter, pero creo que a veces se explota. Y luego hay un problema mayor.”, ha declarado. 

La propuesta es que las Congregaciones sean claras con las normas y sugerencias de conducta de una religiosa al servicio de una parroquia, la oficina de un obispo, o al servicio de cardenal. Y para ello, la Unión Internacional de Superioras Generales sugiera políticas que se apliquen en Roma como en India. 

Sor Loughry denuncia el clericalismo en la Iglesia. “Vivimos en un mundo con conciencia de género. Pero en la Iglesia está la cuestión del clericalismo, y el control sobre las feligresas y las religiosas se está convirtiendo en una fuente de tensión en algunas zonas”. 

Asimismo, afirmó, las religiosas “estamos llamadas a trabajar pero no siempre a dirigir. Movimientos como Me Too y Black Lives Matter han traído una gran señal de igualdad en el mundo. 

Pero nuestra Iglesia es muy jerárquica, alguien ha utilizado el término gender blind: es difícil entender nuestra contribución y cómo nos sentimos cuando no se nos reconoce ni se nos escucha. Cada vez tenemos más mujeres líderes en la política mundial y la Iglesia no sobrevivirá si no se adapta”. 

Por otro lado, denuncia las consecuencias psicológicas de la explotación, el cansancio y la frustración de las religiosas. “Conozco hermanas que salen a trabajar, luego vuelven a la congregación y tienen que cuidar a las hermanas mayores, cocinar... no tienen vida privada ni tiempo libre. 

Si no nos cuidamos a nosotros mismos, incluso con ayuda psicológica, no podemos cuidar de las personas que nos rodean con la energía necesaria. 

No es fácil, porque las religiosas piensan que sólo tienen que ocuparse de los demás. Pero si no te cuidas, puedes acabar agotado, enfadado, deprimido.... Si dices en voz alta que hay un problema, que necesitas ayuda para cocinar, todo el mundo sabe que hay un problema. 

Si lo mantienes dentro, tal vez lo hagas todo. Pero tú estás más enfadado. Y no sale bien”, expresa Sor Loughry. 

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