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Soy un abrazo tierno en la soledad, ¿qué eres tú?

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 30/09/21
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Hay formas muy diferentes de amar, de entregar la vida,... el Espíritu es mucho más que mi forma de ver las cosas

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Poseer el Espíritu de Dios, ser portador de su luz, ser mensajero de su palabra es la misión de todo cristiano.

Soy hijo de Dios por obra del Espíritu Santo en mi alma. Él me llena el corazón y me cambia por dentro.

Me vuelvo misionero, profeta, apóstol al sentirme profundamente amado por Dios.

El Espíritu me envía y me saca de mi comodidad y yo salgo feliz, dispuesto a darlo todo.

Dejo de vivir ensimismado para ir al encuentro de mi hermano, del que sufre. Anuncio la palabra de Dios y denuncio las cosas que están lejos de Dios.

Soy un profeta lanzado al desierto a proclamar la verdad de Dios, su misericordia infinita como el mensaje central.

SOY un momento de luz en medio de la noche. Una mano que muestra un camino a los hombres necesitados de esperanza.

Quiero ser instrumento, una voz que rasga el silencio, una carrera en medio de la calma, un abrazo lleno de ternura en la soledad, una mano lanzada al aire para señalar la cima más alta.

Quiero dejarme llevar por la fuerza de su viento. Llenar mi pozo vacío con su agua. Arder con su fuego hasta consumirme. Así es el Espíritu que toca a mi puerta.

WDZIĘCZNOŚĆ

Al mismo tiempo asumo que nadie posee el Espíritu en plenitud y de forma exclusiva.

Sólo soy una rama sobre la que el pájaro posa sus patas por un instante fugaz y luego se escapa.

Soy cauce que deja pasar el agua que sacia la sed de muchos. No retengo, dejo fluir.

Tengo claro que nadie se puede adueñar de lo que no es suyo. No puedo poseer ese Espíritu que recorre la tierra elevando al cielo los corazones y llenándome de vida.

El Espíritu se posa sobre los hombres y los convierte en profetas. Se posa sobre mí cuando me dejo tocar por la presencia de Dios.

No todo es del mundo. Dios conduce mi alma a lo más alto con el soplo de su Espíritu, con su sabiduría que me hace aspirar a lo más grande.

Hay cosas que brotan en mi interior y no son mías, no me pertenecen. No son la creación de mi imaginación. No las creo yo como buen artista.

Yo no soy Dios. Es obra del Espíritu en mí.

Para dejarme llevar por el Espíritu se me exige una docilidad de la que carezco. Me resisto al cambio, a dejarme tocar por Dios, no soy dócil.

Pero el poder del Espíritu es más grande que mis resistencias. Aun así me puedo cerrar, puedo obstaculizar su labor en mí.

Es más poderoso que mis resistencias pero siempre respeta mi sí, mi voluntad a abrir la puerta de mi alma.

Pienso en la fuerza y el poder del Espíritu y me niego a dejar que su fuerza sea ineficaz.

Quiero ser instrumento en sus manos, portador de su Palabra, hacedor de sus obras y milagros.

Ojalá Dios moviera muchos corazones. Nadie posee el Espíritu en plenitud.

Los carismas se reparten en muchos corazones y así muchos son capaces de recomponer con sus obras el rostro de Jesús entre los hombres.

Cada uno aporta su originalidad, su carisma. Esa mirada hace que mire con alegría y no con envidia a los que profetizan en nombre de Dios. Son mis amigos, no tengo enemigos.

Pero surge la envidia y el demonio siembra la cizaña que divide lo que el Espíritu pretende unir.

La envidia brota del deseo de ser poseedores de todo el Espíritu de Dios. Me creo en posesión de la verdad absoluta. Pero eso no es lo que quiere Jesús.

El que no está contra Jesús está remando en la misma dirección que Él. Esa forma de ver la vida es abierta y generosa.

Hay muchas formas diferentes de hacer las cosas. Si remo en la misma dirección estoy sumando, construyendo.

Asumo que hay muchos carismas que casi parecen opuestos por ser tan diferentes. Pero no debo tener envidia ni desear el mal de los que no tienen mi mismo carisma, mi forma de hacer las cosas.

Cada carisma suma, aporta, y construye el rostro visible de la Iglesia. Hay muchas formas diferentes de mostrar el mensaje evangélico.

Hay diferentes acentos. No todos somos iguales. Cada uno refleja algo de ese amor de Dios.

El Espíritu habla donde quiere y se posa en el corazón que quiere. Hay formas muy diferentes de amar, de entregar la vida.

Los carismas brotan en las almas abiertas a la gracia de Dios. Me hace falta abrirme al poder del Espíritu Santo. Esa presencia del Espíritu me hace más libre.

No se trata de prohibir, no quiero construir muros para que no fluya el agua del espíritu por donde quiera.

Me creo que yo poseo toda la verdad. Y no es así. El Espíritu es mucho más que mi forma de ver las cosas.

Otros pueden tener diferentes puntos de vista, diferentes acentos. Y se complementan conmigo. Acentúan cosas diferentes.

No creer en los carismas de los demás me limita, me empobrece, a mí y a la misma Iglesia.

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