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Es fundamental aprender a compartir la vida. Con quienes te caen bien y con los que no tanto. Pero a veces me pregunto cómo tener una buena relación con personas que me incomodan.
Quisiera ser capaz de crear intimidad sin miedo al vínculo. Porque los vínculos me hacen crecer.
No le tengo miedo a la vida con todo lo que implica vivir desde lo más hondo de mi ser.
Necesito aprender a descansar cuando el alma se llena de compromisos y todo me pesa.
En esos momentos dejaré a un lado lo que me abruma, lo que me angustia, lo que me incomoda.
Aprender a desconectar es quizás la tarea de toda mi vida.
No quiero quedarme solo. Quiero compartir la vida con los que caminan conmigo, sin miedo a perder, sin temor a que me quiten lo que ahora retengo en un afán por conservar todo lo que amo.
Sé cómo es la realidad en la que me encuentro, y soy consciente de lo que me preocupa en mi corazón.
No vivo de forma inconsciente sino tomándole el peso a mis pasos. Me enfrento cada día con la diversidad que forma parte de mi camino y acepto a aquel que tiene opiniones diferentes a las mías.
No quiero vivir en tensión descalificando al que no piensa como yo. Quiero más bien conocerlo, saber sus razones y el por qué de lo que piensa y ser su amigo.
Siempre habrá personas que piensan y reaccionan de forma diferente ante los contratiempos que trae la vida.
Una misma realidad puede despertar atracción o producir un fuerte rechazo. Depende de quién se enfrente a ella.
La atracción y el rechazo son una oportunidad formativa.
Si experimento el rechazo puedo analizar las causas. ¿Por qué reacciono con asco, rabia, odio, desprecio? ¿De dónde nace lo que siento?
Miro en mi interior. Hay razones escondidas que a veces yo mismo desconozco. Cuando me doy cuenta de lo que se despierta en mi interior, veo con claridad cómo es mi corazón.
Algo pasó en mi historia. Un encuentro, o un desencuentro. Aprendo de lo que siento, de mi percepción de las cosas y me hago cargo de mis tensiones internas.
Acepto que no soy tan objetivo como pretendo. Soy hijo de mi historia. Tengo un pasado que cargo y me llena el alma de emociones.
Mirarme con paz y alegría me hace sentir mejor. Quiero ser yo mismo y sentir lo que siento. No es malo.
Al mismo tiempo comprendo que otros tengan otras reacciones y otros sentimientos.
Para ello tengo que abrirme a sus historias, a sus vidas. Para poder hacerlo tengo que salir de mí y sé que salir de la propia autorreferencia exige mucha humildad y apertura.
Salir de mí mismo para acercarme a mi hermano, al diferente, al lejano e intentar comprenderlo y aceptarlo.
Todo lo que me sucede, lo que siento, lo que sufro, son oportunidades que me da la vida para aprender. No paso por encima de las cosas.
Todo me afecta, profundizo, me adentro, descubro y siento. Soy consciente de las dificultades de trabajar en equipo dejándome tocar por lo que los demás sienten o sufren.
Es fácil aconsejar a otros pero yo tengo que hacer lo mismo que aconsejo. A veces me veo diciendo cosas que otros deberían hacer o pensar.
Me veo dictando cátedra o poniendo cargas sobre hombros ajenos mientras yo camino ligero rehuyendo la lucha y la entrega.
Me cierro en mis pensamientos y posturas creyendo que allí nadie podrá hacerme daño. Vana ilusión.
No estoy seguro en mis seguridades y no me siento en paz dentro de mis muros protectores.
Con el tiempo he comprobado que no todo está absolutamente claro. Que puede haber diferentes puntos de vista.
Y que lo que expreso ahora con pasión, quizás de forma un poco exagerada, no es absoluto. Lo que me sucede es que no me dejo ayudar por nadie para subir la montaña.
Tal vez tengo miedo al conflicto o a decir la verdad a mi hermano y enfrentar su desprecio, o su crítica.
Me asusta reconocer todo lo que siento en mi alma. Pero sé que quiero compartir la vida y los sueños con los que caminan conmigo.
Echando raíces en la tierra que piso. Amando lo concreto, lo humano, la vida que vivo.
Me calmo al mirar el futuro, lo que hay a mi alrededor, lo que aún no poseo, lo que no entiendo. Y sueño con una vida mucho más grande que la que ahora tengo.
Asumo que la diversidad es real, porque no hay un pensamiento único. Eso no me desanima, muy al contrario, me alegra el alma.
No necesito que todos piensen como yo para tener paz y ser feliz. Mientras tanto sigo mi camino y brota de mi corazón el deseo de llegar más lejos, más alto.
No le tengo miedo al esfuerzo, ni a la lucha, ni a la renuncia. Son palabras que forman parte de la vida.
No todo siempre es bienvenido. Sé que la misericordia es la experiencia más fuerte que voy a tener. Mucho más que la justicia.
Aquí en la tierra son más frecuentes la injusticia y la impunidad. El mal parece más fuerte que el bien y el odio más poderoso que el amor.
La verdad es que la misericordia es la llave que abre todas las puertas. El amor que se abaja sobre el que sufre, sobre el que no hace las cosas bien y regala un perdón inmerecido.
Nunca merezco ser perdonado. Pero abrazar un amor misericordioso me salva en mi indigencia.
No soy digno y no merezco los dones que recibo. Aprendo a ser agradecido. Y no pretendo que todos compartan mi mirada.
Asumo que la vida es larga y sólo tengo una oportunidad de vivir mi presente. Quiero hacerlo con amor, sin dejar espacio al rencor ni al odio.
Sólo así merece la pena dar la vida y sentir que todo lo que vivo forma parte de un sueño tejido por Dios en mi alma.