A veces no quiero mostrarte cómo soy. No estoy dispuesto a desnudar mi alma. Me parece injusto desvelar mis debilidades, mostrarme vulnerable ante tus ojos y ver cómo tu mirada cambia, y cae la imagen que tenías de mí.
Tal vez por eso me escondo. Me he inventado disfraces tras los cuales la vida se ve desde la trinchera. Oculto detrás de una máscara, escondido a los ojos del mundo.
Con ese aspecto me parece que soy mejor, más bello, más alto, más poderoso. Me he puesto maquillaje para disimular las arrugas y cubrir mis carencias.
Con pintura logro que desaparezca la tristeza y no se vea la angustia. Detrás de algún biombo parezco más delgado, más profundo, más inteligente, más audaz.
Desde la barrera me veo más atractivo, más valiente, más aventurero. Es curioso lo que consigue un buen disfraz.
Te hago ver que soy valiente contando hazañas que no he logrado. Te muestro mi seguridad con palabras fuertes para ocultar como puedo mi inseguridad más profunda.
Hago como que no necesito tu abrazo mientras te lo suplico callado, con ademanes mudos.
Hago bromas para quitar la tensión que me provoca ser yo mismo ante tus ojos y que tú me descubras en mi verdad.
¿Me aceptarás cuando sepas quién soy en lo más hondo? ¿Seguirás queriéndome cuando no esté a la altura de tus expectativas, esas que nunca has verbalizado?
Soñabas con alguien distinto y no soy el que hace posibles tus sueños. No tengo la fuerza que pensabas, ni la sagacidad que imaginabas.
Por eso te engaño y te digo que hice lo que no hice. Porque eso era lo que esperabas de mí y no quiero defraudarte.
No quiero confesar que lo que me pediste lo olvidé. Temo tu reacción, tu desprecio, tu desencanto.
He hecho cosas muy distintas de aquellas que tú esperabas. Tienes una imagen de mí tan perfecta que no puedo sostenerla en el tiempo. Y me avergüenza tener que estropearla.
No soy esa persona perfecta que te mostré para que me amaras. Tengo el alma herida desde niño y he tocado muchas veces la piel áspera de la derrota.
Por eso me cuesta tener que asumir nuevas batallas perdidas. Me he sentido solo muy a menudo y no quiero que notes el miedo que tengo a volver a sufrir la soledad.
Me cuesta decirte quién soy porque no sé si me reconocerás cuando me veas desnudo y sin maquillajes ante tus ojos.
Puede que entonces me abandones al sentirte engañado. Así me ha ocurrido tantas veces y ya no pienso que ahora pueda ser diferente.
Por eso veo que las máscaras que me he inventado me protegen en un mundo hostil que sólo quiere conocer las historias bonitas de los héroes.
Este mundo ingrato no quiere saber nada de villanos. Menos aún de cobardes indignos.
Desea escuchar las virtudes de los hombres porque teme enfrentarse continuamente con sus defectos y pecados.
Pero sé en el fondo de mi alma que soy más que mi pecado más terrible. Valgo más que ese crimen que no soy capaz de confesar. Mucho más que el desprecio que me produce mi propia pobreza.
Miro con dolor mi miseria y no la acepto, no la quiero. Por eso la escondo detrás de alguna máscara sonriente que ahuyente las penas.
Siempre estaré sereno y con paz, siempre veré el lado bueno de las cosas, nunca tendré un momento de temor o de angustia, en ningún momento me verás amargado o lleno de miedos.
Así, oculto tras mis máscaras serenas, me siento más seguro. Y tú me aceptas. Pero siempre de nuevo me confronto con mi verdad.
Y vuelvo a pensar que sí, que estoy dispuesto a desenmascarar al yo escondido en lo más profundo de mi ser, bajo la apariencia de esa piel perfecta que te muestro, para que me alabes y te alegres al verme perfecto.
Soy imperfecto y me duele el dolor de mi propia vida. Pero sé que quiero decirte quién soy.
Es cierto que temo que nunca más quieras saber de mí. Pero tengo que hacerlo. Quiero quitarme todas las máscaras y decirte quién soy.
Aunque me asuste el rechazo. Lo he vivido ya antes. He sobrevivido al desprecio oculto bajo mi maquillaje.
Disfrazado valgo más, eso he pensado. Pero me duelen las mentiras y quiero dejar de vivir con mentiras.
Soy el que soy y no temo la verdad de mi vida. No temo tu rechazo. Quiero ser honesto conmigo mismo, contigo, con Dios.
No quiero olvidarme nada. Ni le oculto a Dios ninguno de mis pecados. No le escondo mi fragilidad.
Él me conoce mejor que yo y me anima a ser sincero. Me desnudo ante ti. Fuera todas las máscaras.
¿Me aceptarás? No lo dudo. Mi vulnerabilidad atraerá tu misericordia. Estoy seguro.