Cuando nos enfrentamos a situaciones de sufrimiento, tanto personales o de las personas que amamos, la primera reacción generalmente es el rechazo: ¡no es posible! Buscamos un culpable, luchamos tratando de construir estrategias de venganza.
Por comprensibles y emocionales que sean, estas reacciones no nos ayudan a afrontar los difíciles acontecimientos de la vida, aquellos en los que se nos pone a prueba cuando experimentamos injusticias, enfermedades, traiciones o fracasos.
El sufrimiento está ahí y pide ser atravesado. Paradójicamente, el mundo nos dice que pasemos de largo y lo evitemos; pero el dolor es una escuela de la que podemos aprender y crecer humana y espiritualmente.
En el sufrimiento no puedes esconderte: es allí donde te ves a ti mismo como realmente eres.
Cuando todo va bien, de hecho, es fácil predicar, especialmente cuando hacemos discursos retóricos sobre cómo otros deben vivir, pero la verdadera predicación, la más efectiva, es nuestra vida en un momento de dificultad y de dolor.
1Es un lugar de revelación
Jesús habló abiertamente de su sufrimiento. Él sabe que es lugar de revelación: su mensaje sería incomprensible sin su voluntad de pasar por el sufrimiento:
Jesús no quiere ser para nosotros un hombre sin sufrimiento. No quiere ser para nosotros un mesías cómodo que no nos cuestiona ni nos mueve.
2Es una pregunta decisiva
Y aquí está el punto de inflexión: Jesús, con una pregunta audaz, ya no se dirige a la multitud en general, sino que comienza a cuidar más íntimamente a los discípulos, a los más cercanos a él.
Es a ellos a quienes les hace esta pregunta, que puede sonar un poco así: en este punto de tu viaje conmigo, después de lo que viviste, después de lo que viviste conmigo, ¿qué entendiste? ¿Quién soy yo para ti?
Es la pregunta que resuena en el corazón del discípulo de todos los tiempos. En cierto momento debemos detenernos y preguntarnos: ¿qué he entendido de Jesús hasta ahora?
3Es vida
Pedro siente y sabe cuál es la respuesta, pero no la comprende del todo. Siente un don de la gracia, pero no está dispuesto a vivirlo.
Quizás nosotros también hemos entendido muchas cosas de Jesús, quizás las conocemos; pero no es seguro que estemos dispuestos a vivirlas.
Y Pedro, de hecho, se sabe incapaz de vivir un aspecto fundamental del seguimiento: acoger el sufrimiento por y con Jesús.
Pedro no solo tiene miedo del sufrimiento de Jesús, como nosotros cuando obviamente no queremos el sufrimiento de un ser querido.
Pedro tiene miedo de su propio sufrimiento, porque sabe bien que el fracaso del maestro también significará su derrota personal. Sí, Pedro, como todos nosotros, tiene miedo de sufrir.
4Es el lugar donde te conviertes en discípulo
Sin embargo, así como la revelación de Jesús solo es posible en el momento del sufrimiento, nuestra profesión de fe más auténtica es solo la que hacemos en el momento de nuestro sufrimiento.
En el Evangelio de Marcos, Jesús acepta ser reconocido como Mesías e Hijo de Dios solo cuando tiene las manos atadas frente al Sumo Sacerdote y mientras está en la cruz bajo la mirada del centurión romano.
Uno se convierte en discípulo solo renunciando a sus razones, a sus exigencias, a sus tiempos.
Esto es lo que significa negarte a ti mismo. Solo así podrás liberarte y cargar sobre ti la propia cruz.
De hecho, no se trata tanto de sufrir por sufrir, sino de cómo sufrimos.
La cruz no es la desgracia que cae sobre nosotros, sino la forma de pensar y afrontar los acontecimientos de la vida cada día a la luz del Evangelio.
Tomar la cruz todos los días significa tomar el Evangelio como criterio de elección y este camino es el difícil.
Donde queremos destruir, buscar venganza, hacer justicia por nosotros mismos; estamos llamados a perdonar, a entregar, a confiar en Dios que tiene sus tiempos y caminos.
Por tanto, el discípulo está llamado a negarse a sí mismo, a tomar la cruz, y sobre todo, a seguir, a ponerse detrás de Jesús.
Casi siempre queremos ponernos delante de Él, queremos abrirnos camino, queremos construir nuestros proyectos.
Preferimos tomar nuestras decisiones y luego le pedimos a Dios que bendiga lo que hemos construido.
En cambio, Jesús nos pide que lo sigamos y que lo sigamos incluso donde no hubiéramos querido ir. Nos pide que lo sigamos cuando se trata de pasar por el sufrimiento con Él.