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Este verano bastantes jóvenes de nuestro país se han reunido frecuentemente en amplias plazas, bulevares y playas para dedicarse casi fundamentalmente a beber. Con bolsas repletas de bebidas y destilados han improvisado macrofiestas en las que el objetivo era reír y pasarlo bien de la forma menos sutil: beber y beber. Luego muchos se dedicaban también a fumar algunos porros. O a respirar el gas de la risa (óxido nitroso) que se ha puesto de moda. Y también algunos a ingerir drogas de diseño.
Se me responderá que beber no está mal y que es legal. No está mal beber si se hace con moderación, si se bebe alrededor de una mesa, en una comida, acompañando cada plato. ¿Y en una fiesta? Pues en una fiesta –en un gran local o discoteca- también es oportuno si se tienen en cuenta los mínimos criterios de higiene, vasos limpios, sillas, música y servicios para que cada uno haga sus necesidades también con los mínimos criterios de orden e higiene. ¡Pero resulta que el ocio nocturno está cerrado!
Es cierto. Y, además, ha habido temporadas en las que el toque de queda interrumpía el ocio juvenil a la una de la madrugada. La verdad es que hay toda una casuística que explica las razones de tantos botellones y despejar estas preguntas no me interesa tanto como analizar lo que ha sucedido en estos encuentros. Me importa menos descubrir la influencia de la pandemia, que la ha habido y de un modo determinante, en estas conductas como analizar las conductas sí mismas.
Lo que está claro es que se ha producido una oleada imparable de conductas miméticas en todo el país. Este sería el primer tema. Casi todos estos jóvenes han hecho lo mismo. Disfrutar a tope de la forma menos imaginativa posible. Ingerir alcohol hasta colocarse.
Hay formas más creativas de pasarlo bien entre jóvenes. Muchas: teatro, música, deportes. Sí, también por la noche. Los jóvenes que se lo han propuesto han logrado que se iluminara la cancha de básquet. Ir al cine. Quizá acampar tras una interesante excursión. Tocar la guitarra y cantar. O reunirse en un local de razonables dimensiones quizá para improvisar obras cortas de teatro. O salir en bicicleta con unas buenas luces capaces de iluminar los caminos. Pues parece que no, que solo había una alternativa. Mímesis: imitación, seguidismo. Aún más: apatía. Quizá debamos plantearnos seriamente cómo ofrecer una pedagogía del ocio a las nuevas generaciones.
Y estos botellones tienen algunos denominadores comunes: bolsas y envases, botellas y paquetes de tabaco tirados al suelo. Todo con una irresponsabilidad pasmosa. Nadie recoge bolsas y se las lleva a casa o al contenedor de residuos más cercano. No es la moda: lo más guay es ser impulsivo, espontáneo y desde luego comodón. Ya vendrá metafóricamente mi madre a recogerlo. Ahora mi madre son los servicios de limpieza de la ciudad que cargan con un plus de faena muy evitable. Y también violencia: cuando las policías locales les han venido a conminar que acabaran lo que casi no deberíamos llamar fiesta, las reacciones de los jóvenes, algunos muy bebidos, ha sido agredir a los agentes y a los coches que estos conducían. Y los agentes han sacado las porras y los jóvenes, ofendidísimos, han vuelto a cargar, en algunas ocasiones, contra los policías.
Procedamos a un breve análisis. Estos jóvenes ignoran qué es la vida cívica. La calle no es para todos sino para el último que la ocupa sin más. Luego, el que venga detrás que arree. Los principios de buena vecindad, de vida cívica y comunitaria no sirven para estos jóvenes sin iniciativas.
La pregunta más honda es la siguiente; ¿alguien les ha enseñado los elementos básicos de la vida cívica? Probablemente nadie. Esta juventud, también mucha adolescencia post-pandemia, vive el presente irreflexivamente. El placer parece ser el último criterio.
Manejemos la siguiente hipótesis de trabajo. ¿Cuando han salido con sus padres por ahí, sus progenitores no han hecho nada por exigirles conductas cívicas: solidarias, compartidas, recíprocas? Y si se las han enseñado, ¿las han olvidado? o ¿les da vergüenza comportarse civilizadamente ante sus compañeros? De nuevo el ejemplo arrastra.
Qué ha hecho la escuela: nada. La escuela para muchos centros educativos se reduce a lo que pasa en el aula. Y educar exige instruir, pero también preparar para la vida. Y la vida exige servicio. Atenciones. Existen unas prácticas educativas que se denominan aprendizaje servicio. Muy necesarias hoy. Se aprende sirviendo a la comunidad, en tareas de voluntariados sociales, medioambientales. Son experiencias muy educativas pues los mayores de la ESO y de bachillerato se ven a sí mismos atendiendo ancianos, plantando árboles, acompañando a niños discapacitados o recogiendo la suciedad de plástico, por ejemplo, en la playa.
El ciudadano, aquel que vive en sociedad, no vive solo, aislado. Existe una serie de derechos y de deberes. Y los deberes se olvidan muy pronto para estos jóvenes. Los deberes son para los adultos, “para los pringaos, puretas y viejos que nos cuidan”. Esta es la manifestación de un individualismo rampante e inconsciente que avanza inexorablemente. No han vivido en sociedad en sentido pleno, han vivido en su burbuja de amigos y coetáneos. Su cultura musical de letras y cantantes no ha sido precisamente ejemplar. Y detrás anda la colección de tiktokers e influencers. Y más allá, los videos de YouTube, por ejemplo, llenos de la máxima frivolidad.
Todo un mundo muy inmaduro que se refleja, creo, en estos encuentros etílicos. ¿Cuándo han compartido la vida en un deporte federado en una liga reglada, tras la batuta de un entrenador ejemplar? Poco. Estaban en la noche o en las redes sociales mamando, y lo digo en doble sentido con gran pena, unas identidades llenas de banalidad.
Un entorno pasota muy ajeno a la exigente vida de trabajo. Y la ausencia de adultos: ni los padres, ni maestros carismáticos, ni proyectos de voluntariado o culturales. ¿Estudio? Casi todos estudian o trabajan, o desde luego, andan en paro. Y no podemos olvidar que se viene de un gran fracaso escolar.
Resumen, como hipótesis de trabajo, muchos de nuestros jóvenes andan lejos de la realidad adulta, sacrificada y comprometida. Es verdad que en trabajos precarios o en estudios sin muchas salidas. Su vida está dramáticamente infantilizada, es juguetona y desconectada de asuntos tan importantes como formar una familia y alcanzar un buen trabajo. La crisis (que arrastramos ya hace muchos años y que muestra una desigualdad creciente) no les ha ayudado. La crisis pandémica tampoco.