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Jesús no busca los primeros lugares, no prefiere a los que en el mundo ocupan los primeros lugares.
Así lo hizo cuando pasó entre los hombres. No optó por los ricos, por los poderosos. Eligió a los que el mundo había despreciado.
Jesús vino a servir y no a ser servido. No se amparó en el poder de los poderosos. No buscó a los que tenían más influencia para cambiar el mundo. Optó por los débiles y despreciados, por los pecadores públicos.
Me detengo a escuchar sus palabras pero no acabo de entender esas categorías. No es precisamente lo que el mundo me pide.
El mundo siempre me exige competir con el que está a mi lado.
Hay pocas posibilidades de triunfar y si no me esfuerzo no lograré vencer al que lucha junto a mí por la misma meta, por esa plaza, por ese lugar.
El mundo tiene otros valores. Pero Jesús me pide que no luche con mi hermano. Que no pretenda que me sirvan.
Me pide que me ponga en el último lugar y sirva. Que no viva en guardia continuamente. Que no intente ganar siempre en todas las batallas.
Que no piense que ser el último es denigrante. No es tan duro vivir en el último lugar.
Me dice que pasar desapercibido y no ser valorado ni tomado en cuenta, no es el fin de nada. Es simplemente una forma de estar en la vida.
Pero a mí me cuesta entenderlo. ¿Cuál es el sentido de vivir así si lo que pretendo es cambiar este mundo?
Ser el servidor de todos puede ser agotador. A mí lo que me gusta es que me sirvan, que me den, que me cuiden, que me atiendan. No quiero vivir dando sin recibir nada a cambio.
Estoy dispuesto a dar si recibo algo como pago por mi entrega. No entiendo la gratuidad. Siento que este deseo de Jesús va contra mis propios deseos.
Yo no quiero vivir subyugado, dominado por los poderosos. No quiero que otros venzan siempre mientras yo pierdo en todas mis luchas.
Quiero los primeros lugares, las primeras posiciones, porque me gusta ser reconocido y eso aumenta mi autoestima.
Me cuestan la derrota y el olvido, porque ahí me siento poco valorado y amado.
Vivir como si no me importara es mentirme a mí mismo. Todo lo que hago es por mejorar mi lugar en el mundo.
Siento que ser el servidor de todos, quedar el último, o ser el perdedor me resulta muy difícil. Me parece que va contra lo que me han inculcado desde niño.
¿Es eso lo que quiere Jesús? ¿Desea que me ponga siempre en el último lugar? ¿Quiere que acepte ser humillado para que un día me ensalcen?
Jesús pone a un niño en el centro. Un niño que en el ambiente judío en el que vivió Jesús no tenía voz y no era importante.
Pero para Jesús el niño tiene un corazón abierto, un corazón inocente y grande. La actitud de Jesús hacia los niños impresiona.
Pone al niño en el centro. Le importan los niños. Ve en ellos una pureza y una inocencia que los adultos han perdido.
Y me pide que acoja a los niños, a los vulnerables, a los débiles. Que los acoja con ternura y no los rechace. Que los abrace y les dé mi ternura. Que los sostenga cuando se sientan débiles.
Esa actitud ante los niños es la actitud que quiere que yo tenga ante mi hermano. Ante aquel que es débil y me necesita.
Y haciéndolo así estaré acogiéndolo a Él mismo en mi vida. Esa actitud es la que deseo. Mirar a mi hermano siempre como superior a mí.
Resaltar su belleza, su valor, su poder. Sentirme pequeño ante él para tratarle con dignidad. Esa mirada ante el niño es la que me hace realmente poderoso.
Si logro enaltecer al débil como hizo Jesús mi corazón se ensanchará, será inmenso.
Quiero mirar así al que está herido, al menospreciado por el mundo, al que no es poderoso y no tiene nada que ofrecerme. Es esta la actitud humilde y filial que quiero tener en la vida.
Acojo a los niños en mi alma para que mi corazón se parezca al del niño en su pureza e inocencia.