Cornelio fue el papa número 21 en la Iglesia católica. Nació en Roma en torno al año 180 y murió mártir en Civitavecchia en junio del año 253. Ejerció su papado entre el 251 y el 253.
Cornelio era consciente desde el primer momento de que ser Papa era estar en situación de peligro. El emperador romano Decio había ordenado matar al papa Fabián. Después de una larga espera de 18 meses en la que Decio intensificó la persecución contra los cristianos, fue elegido Cornelio.
Así, cuando Cornelio emprende su andadura como sucesor de Pedro, se encuentra con una Iglesia en la que algunos cristianos han apostatado por miedo o vergüenza ante la sociedad y las autoridades. Son los lapsi, “caídos” en latín, ante los que se genera la duda de si aceptar o no que hayan vivido como impostores y que regresen a la Iglesia como si nada importante hubiera sucedido después de renegar de la fe en el pasado. Esto llegará a crear un cisma durante el pontificado de Cornelio.
San Cornelio se unió al entonces obispo de Cartago (en África del Norte), que era san Cipriano, para afirmar que era preferible ser misericordiosos con los “caídos” y readmitir a los que habían apostatado pero pedían el regreso a la Iglesia. En el lado opuesto se encontraba el presbítero romano Novaciano, muy docto y que está considerado el primer teólogo que escribe sus tratados en latín. Este sacerdote promulgaba que en la Iglesia solo cabían los santos y que, en consecuencia, había que rechazar a los lapsi. Esta doctrina acaba siendo herética ya que niega la posibilidad de redención de las personas que han cometido pecado mortal. Es lo que se llama Novacianismo.
Fue tal el enfrentamiento de Novaciano con el papa san Cornelio, que llegó a hacerse nombrar papa por tres obispos y fundó la “Iglesia de los puros”, que en griego se llaman “katharoi”, cátaros. Se hacían llamar también “los hombres buenos”.
Esta corriente se extendió sobre todo por el sur de la actual Francia y en el norte de la actual Italia.
En otoño del año 251 se convocó un sínodo en el que se condenó la doctrina novacianista y se excomulgó a Novaciano.
Sin embargo, la fuerza con que penetró la doctrina cátara hizo que perdurara hasta el siglo VII.
En el año 252, ya con el emperador Treboniano Galo, arreció la persecución contra los cristianos. San Cornelio fue desterrado a Civitavecchia porque se le acusó de ofender a los dioses romanos y haber provocado así una epidemia en Roma.
San Cornelio, además, fue encarcelado por estas razones y sufrió martirio. A consecuencia de ello murió en junio del año 253.
De san Cipriano sabemos que se llamaba Tascio Cecilio Cipriano y era de origen bereber o tal vez púnico. Nació en torno al año 200 y falleció mártir el 14 de septiembre del año 258.
Fue sacerdote y un gran escritor romano gracias a que había recibido una excelente educación clásica. Se habla, por ejemplo, de la “peste cipriana” por la descripción de que disponemos gracias a él y está considerado uno de los grandes autores cristianos hasta la aparición de san Jerónimo y san Agustín.
Se convirtió al cristianismo siendo adulto, a los 35 años, y fue nombrado obispo de Cartago catorce años después, en el 249. Allí entregaría su vida.
De san Cipriano destacaron su garra al hablar de Dios y su fortaleza a la hora de tratar la herejía novaciana que tanto daño hacía a la vida de la Iglesia.
Por lo que respecta al martirio de este santo, consta que era consciente de la persecución a la que el emperador iba a someter a los cristianos y, como buen pastor, preparó espiritualmente a los fieles con su De exhortatione martyrii. El 30 de agosto de 257, ante el procónsul romano Aspasius Paternus se negó a realizar sacrificios a las divinidades paganas y profesó firmemente su fe en Cristo.
Entonces el procónsul Paterno, por orden del emperador Valeriano, le desterró a Curubis. San Cipriano tuvo una visión que le anunció cómo iba a morir. Al año se le dejó regresar aunque con arresto domiciliario, a la espera de medidas más severas que iba a imponer el emperador. Y, efectivamente, llegaron órdenes de matar a todos los sacerdotes cristianos por lo que él quedaba incluido en la condena.
El 13 de septiembre del año 258 fue apresado por el nuevo procónsul, Galerio. Este enfermó y la ejecución se retrasó un día, pero el 14 de septiembre ocurrió el desenlace. Cuando fueron a leer a san Cipriano el castigo que se le imponía, solo dijo «¡Gracias a Dios!».
Lo trasladaron entonces fuera de la ciudad y lo siguió una multitud. Él sencillamente se quitó sus prendas sin ayuda de nadie, se arrodilló y rezó. Después le vendaron los ojos y un verdugo lo decapitó con una espada.
Los cristianos acudieron esa misma noche al lugar del martirio y trasladaron el cadáver de su obispo santo al cementerio del procurador Macrobio Candidiano, con una procesión de cirios y antorchas. Ese cementerio estaba situado junto a los depósitos de agua de la ciudad. Allí se construirían tiempo después iglesias que más tarde arrasaron los vándalos.
Una tradición no comprobada afirma que Carlomagno se llevó los huesos de san Cipriano a Francia y hoy tanto en Lyon como en Arlés, Venecia, Compiegne y Roenay se dice que hay reliquias del mártir.
El día de los santos Cornelio y Cipriano se celebra el 16 de septiembre.
En el Canon Romano de la misa (plegaria eucarística I), después de invocar la memoria de la Virgen, san José y los Apóstoles, se recuerda a los mártires: "Lino, Cleto, Clemente, Sixto, Cornelio, Cipriano, Lorenzo, Crisógono, Juan y Pablo, Cosme y Damián". Ahí queda el sello imborrable de san Cornelio y san Cipriano.
Oh, Dios,
que has puesto al frente de tu pueblo
como abnegados pastores y mártires invencibles
a los santos Cornelio y Cipriano,
concédenos, por su intercesión,
ser fortalecidos en la fe y en la constancia
para trabajar con empeño por la unidad de tu Iglesia.
Por nuestro Señor Jesucristo.
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