Una fe sin obras es una fe muerta. Así lo escucho hoy: «¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Es que esa fe lo podrá salvar? Supongamos que un hermano o una hermana andan sin ropa y faltos del alimento diario, y que uno de vosotros les dice: - Dios os ampare; abrigaos y llenaos el estómago, y no les dais lo necesario para el cuerpo; ¿de qué sirve? Esto pasa con la fe: si no tiene obras, por sí sola está muerta. Alguno dirá: - Tú tienes fe, y yo tengo obras. Enséñame tu fe sin obras, y yo, por las obras, te probaré mi fe».
Decir que creo en Dios y no actuar en consecuencia no es coherente. La fe me permite creer en lo que no veo, en lo que no poseo, en lo que parece imposible. Y los frutos de la fe tienen que ver con mi actitud ante la vida.
Esa actitud es la que lo cambia todo y así surgen los logros que tienen que ver con esa nueva mentalidad que se me regala.
Mis creencias hacen posible que la realidad cambie desde mi debilidad. Creer que puedo llegar a la cima de la montaña me permite seguir escalando. No dudo, no desfallezco, me guardo el cansancio y sigo luchando sin desfallecer.
Es la fe la que me saca de mí mismo, de mis miedos a perder la vida. La fe me pone en camino, provoca un éxodo que rompe las barreras que intentan contenerme. La fe me permite creer en las personas, en su bondad, en su poder.
Creo en aquel que Dios pone en mi vida. Creo en sus palabras y en sus obras. No dudo de su verdad, no dudo de su amor. La fe es un pilar sobre el que camino. Es mi seguro de vida.
Creer en Dios me permite no angustiarme al ver mis límites y deficiencias. ¿Cómo hará posible Dios que logre lo imposible? La tentación es perder la fe, dejar de creer.
Un lema siempre me motiva: «Nunca dejes de creer». Aunque las circunstancias sean adversas, aunque todos me aconsejen que desista y tire la toalla, yo no dejo de luchar. Caigo y vuelvo a levantarme sin importarme el esfuerzo que tengo que hacer. Saco fuerzas de flaqueza.
Siempre me impresionan las personas resilientes. No se desaniman, no se defraudan. Siguen luchando en medio de la batalla aunque parezca que la guerra está perdida. ¿Cuáles son las creencias que sostienen mi vida?
Son el motor que me permite seguir luchando, navegando más allá de mis fuerzas. Creo en mí, en el poder de Dios escondido en mi carne. Creo en el poder de las palabras que escribo, está en su semilla, no es mi poder.
Creo que Dios nunca me dejará solo en medio de mis luchas. Creo que el poder del mal no es tan fuerte, aunque lo parezca. Creo en las buenas obras que son el fruto de la fe en corazones dóciles y filiales.
Creo en el poder del sol para rasgar el velo de la noche. Creo en la fuerza del mal que va desgastando la orilla, y las rocas de mi acantilado. Creo en la bondad escondida en todo corazón humano.
Creo en la victoria final de Dios aun cuando a mi alrededor parezca que nunca vence. Creo en la belleza del mundo, más fuerte que la fealdad que tantos destacan. Creo en el poder del fuego que purifica el alma y da calor.
Creo en la oración honda, que es más fuerte que miles de buenas intenciones. Creo en ese Dios que transforma el corazón aunque este se resista a cualquier cambio. Creo que la misericordia es el único camino de salvación, más allá de los escasos méritos que se me puedan atribuir.
Creo en la luz que vence la oscuridad. Creo que mi fe es poderosa, porque cree en lo que no ve y se levanta de nuevo cada día luchando contra toda desesperanza. Creo en la semilla escondida en mi alma que dará fruto un día.
Creo en las obras que descansan en mis manos, sin caer en la vanidad ni en el orgullo. Esas obras son fruto de la fe, fruto de Dios en mí, no son obra mía.
Creo que el bien puede imponerse por encima del mal. Creo en el cielo que se desvela como mi paraíso al final del camino. Allí cogeré fuerzas y sonreiré, habrá merecido todo la pena. Creo en la vida escondida detrás de obras silenciosas.
Los gestos sagrados de los santos que nadie conoce. Creo en ese Jesús que camina a mi lado, aún sin saber distinguir su sombra proyectada sobre mis pasos. Creo en sus palabras que me hablan de un lugar donde habita, dentro de mi alma, o más cerca del cielo.
Creo en la fecundidad que puede tener la semilla sembrada. En la fuerza de las palabras que enaltecen. En la energía que regala una sonrisa. Creo que la fatiga nunca detendrá los pasos del creyente.
Más allá de los fracasos del momento, pasajeros, no perderá nunca la esperanza. Creo que tras la tormenta llega siempre la cama. Y que la semilla enterrada dará fruto. Creo en los abrazos, en las palabras de ánimo, en los gestos que enaltecen.
Creo en la gratitud, en la bondad, en la misericordia. Creo en todo lo que florece cada mañana después de haber muerto por la noche. Creo que la vida es demasiado corta, pero no importa. Llegará el cielo a mi vida si dejo que brote dentro de mí la esperanza.
Nadie podrá quitarme la fe en el hombre, en la vida, en la belleza. Nadie podrá lograr que deje de creer en ese amor tan íntimo que Dios me tiene.