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En Concepción, hacia el sur de Chile, abrió sus puertas un lugar que está haciendo historia por ser un espacio que emplea a jóvenes con neurodiversidad, la “Cafetería 440”, otra de las tantas iniciativas impulsadas desde la Arquidiócesis.
“Somos el país de Latinoamérica con la mayor cantidad de jóvenes con síndrome de Down y Concepción concentra la tasa más alta. Es muy común ir a cualquier parroquia o capilla y encontrarlos. Había muy poco campo laboral para ellos, casi nada y yo tomé el compromiso de darles trabajo,” relata a Aleteia el arzobispo de Concepción, monseñor Fernando Chomalí.
“Son excelentes trabajadores, personas que están muy abandonadas y el impacto que ha tenido el estar insertos en el campo laboral ha sido muy grande para ellos y sus familias. Muchos contribuyen con el sustento del hogar y hasta ahora hemos sido sus principales empleadores. Lo cual, no es otra cosa que vivir el mandamiento del amor de manera concreta”, agrega el obispo.
“Esto es una experiencia más que un café rápido, es un lugar donde te involucras con los jóvenes que te dan atención personalizada y todo el que pasa por la cafetería, se lleva un poquito de eso. Cuando las personas que tienen hijos con neurodiversidad vienen a la cafetería, se dan cuenta de que sí es posible lograr su integración y optar a un trabajo a futuro”, comenta, por su parte, Bustamante.
“Estamos abriendo un espacio, invitando desde la acción y así esperamos que otras empresas se sumen a nuestro ejemplo. Estamos demostrando que es posible, que desde la empatía, la comunión, la solidaridad y la paciencia podemos lograr este tipo de iniciativas. La experiencia de trabajo con ellos ha sido muy enriquecedora, para mí es un crecimiento continuo”, agrega la responsable del local.
Los empleados de la Cafetería 440 reciben un entrenamiento como cualquier otro trabajador. Aprenden todo lo relacionado al rubro para brindar una buena atención, excepto el ingreso a la cocina, por un tema de seguridad.
"Recibo las personas cuando llegan, los invito a sentarse, pongo platos, cubiertos, servilletas y les muestro la carta", relata Roberto Daroch, que a sus 33 años, es uno de los meseros que lleva más tiempo y expresa su alegría por ser parte de este equipo: “Yo me siento bien aquí trabajando, estoy muy contento y también gano un poco de dinero. La gente conversa conmigo cuando los atiendo en la mesa y me dan las gracias”, nos señala.
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La llegada del COVID-19 puso en jaque la continuidad de la cafetería, debido a los extensos periodos de confinamiento vividos y por la necesidad de cuidar a sus empleados:
“Fue una experiencia muy traumática, porque al tener su sistema inmunológico más deprimido, tuvimos que enviar a los jóvenes a sus casas para no ponerlos en riesgo. Sin embargo, nosotros dijimos que no podíamos bajar los brazos y realizamos un trabajo muy fuerte a través de las redes sociales y le mantuvimos el sueldo, porque sabemos que muchos aportan con este dinero en sus hogares. Una vez que se autorizó la reapertura, volvieron y han trabajado de manera permanente. Van todos los días son tremendamente puntuales, incluso algunos se quedan más allá del horario pactado y tenemos que decirles que se vayan a sus casas, eso sucede porque en la Cafetería encuentran cariño, apoyo, se sienten útiles, parte de la sociedad”, señala Chomalí.