El P. Martin Mekel, colaborador sobre el terreno de la fundación pontificia ‘Ayuda a la Iglesia Necesitada’ (ACN), habla de su misión y del espíritu del pueblo romaní, y ofrece su punto de vista sobre la pastoral gitana en una entrevista con Ján Tkáč, jefe de Comunicación de ACN Eslovaquia.
Todos los años, multitud de turistas acuden a pasar sus vacaciones a una zona llamada Sigord, junto a la presa de Domaša, un lago artificial cercano a la ciudad de Prešov, en el este de Eslovaquia. Los turistas suelen viajar por la autopista para evitar los pueblos pequeños y llegar así lo antes posible a su destino. Pero esa no es la única razón.
El país de cinco millones de habitantes es también el hogar de unas 350.000 personas que pertenecen a la minoría gitana. Hace cien años, la mayor minoría étnica de Europa Central era nómada y sus miembros se ganaban la vida como herreros, caldereros, barberos y también como adivinos. Pero entonces el régimen comunista decidió asentarlos por la fuerza y ponerlos a trabajar en fábricas locales e industrias estatales, para lo cual los alojaron en las afueras de los pueblos o en los suburbios de las ciudades. Nada de eso funcionó
Décadas después de este, en ocasiones, brutal experimento social contra natura de principios de los años noventa, los gitanos se encontraron en plena democracia ante un país que evolucionaba vigorosamente.
El círculo vicioso de subsidios estatales, falta de educación, pobreza y sexualidad prematura han desembocado en la situación actual, en la que miles de gitanos viven en chabolas en Eslovaquia oriental. Y esos son los pueblos que los turistas que van al lago de Domaša intentan evitar. Pero no solo porque ofrecen una imagen desagradable, sino también porque algunos temen ser molestados por los niños que corren por el pueblo.
En una de estas barriadas de chabolas, cerca de la presa de Domaša, vive el P. Martin Mekel, un sacerdote greco-católico casado y padre de tres hijos que dirige la pastoral gitana greco-católica. ¿Por qué dedica su vida a los gitanos? Una vez planteada la pregunta, la respuesta surge rápidamente: “Fue el Espíritu Santo quien me llevó hasta ahí”, se ríe.
“Nunca había pensado en trabajar con los gitanos, ni siquiera después de ingresar en el seminario de Prešov”. Pero entonces, siendo seminarista, se le acercó un joven gitano de una casa de acogida en el mismo pueblo del que procede el P. Martin, para preguntarle si organizaba encuentros de oración: el Espíritu Santo encontró su camino.
“Así que empezamos a reunirnos durante las vacaciones de verano con algunos chicos gitanos de mi pueblo. Luego, un amigo, un salesiano, me pidió que lo ayudara con los niños gitanos. Y transcurrido un tiempo, me encontré viviendo en un pueblo con un 75% de gitanos”. Por lo visto, no fue fácil, porque para los no gitanos su celo por esta minoría no resultaba aceptable. “No estaban acostumbrados. Un sacerdote nuevo llega al pueblo y, de repente, gitanos en la iglesia, gitanos en la casa parroquial, gitanos en todas partes… No fue fácil”, dice con su contagiosa sonrisa y una chispa en los ojos.
En la actualidad, acercar a los gitanos a Dios es su única misión, y él y su familia viven en el corazón de dicha comunidad. En la zona de Sigord dirige una gran casa de retiro cedida hace años por el Estado. El edificio es antiguo, pero beneficia a muchas personas. Con la ayuda de los benefactores de ACN ha sido posible instalar un nuevo sistema de calefacción por agua. Tanto si se trata de un retiro espiritual como de un campamento de verano para niños o de familias en busca de un lugar económico para descansar en verano, la casa Sigord es siempre una buena opción.
Los que conocen la Iglesia greco-católica, su práctica y divina liturgia se preguntarán quizás si son la liturgia, el misticismo, los colores o los antiguos himnos lo que acerca a Dios a un pueblo tan antiguo como el gitano, que parece ser llegó a Europa desde la India hace siglos. Pero parece que no es así. Según señala el P. Martin, “los gitanos se sienten mucho más atraídos por las Iglesias protestantes que por los ritos católicos… Incluso tuve que introducir algunos cambios necesarios y lícitos en nuestra liturgia porque era demasiado compleja para ellos”, dice y vuelve a sonreír. Y añade de inmediato: “Es que… cuando eres misionero, sencillamente no puedes esperar que la gente acepte de inmediato todo lo que les pides o dices. Se trata de un proceso”.
Pero el P. Martin está seguro de una cosa: “Lo importante es el tipo de relación”. Explica que la mayoría de las ONG trabajan con los gitanos como si fueran “clientes”. “Pero no son nuestros clientes, son nuestros hermanos y hermanas. Una organización realizó una encuesta para averiguar qué querían los gitanos, y resultó que no era una educación superior, ni más dinero, ni puestos de trabajo en bancos… Lo que querían eran buenas relaciones en sus familias y comunidades. Y también querían ser aceptados, pertenecer a algún sitio, porque mucha gente no quiere verlos en ningún lado”.
El P. Martin es muy crítico con lo que se ha hecho para “ayudar” a los gitanos: “Durante muchos años hemos intentado cambiarlos, educarlos, hacerlos a nuestra imagen. En cambio, ellos dicen que quieren algo diferente a lo que nosotros hacemos. Así que, tal vez, ya sea hora de que nosotros -los eslovacos- atengamos a razones y esperemos algo diferente de ellos”, dice con firmeza. “Después de todos estos años, deberíamos ayudar menos y comprender más. Deberíamos dejar de ser asistentes, coordinadores o cooperantes para empezar a ser sus amigos”.
De hecho, aunque reconoce que es imposible “alimentar a alguien espiritualmente” cuando lo que necesita es un trozo de pan, afirma que “eso es así, pero en mi caso, desde el primer momento supe que Dios no me llamaba a ser trabajador social. He visto a mucha gente quemada tras realizar un trabajo social y que luego lo ha dejado. Pero yo soy sacerdote, no un trabajador social”.
No resulta sorprendente que el principal instrumento de cambio sean lo que muchos llamarían "pequeñas comunidades", un modelo implantado y desarrollado en Eslovaquia hace décadas por la Iglesia clandestina durante el régimen comunista. Las pequeñas comunidades o grupos se reúnen regularmente, rezan, intercambian experiencias y se educan con ayuda de un sacerdote o un catequista. “Nada del otro mundo”, dice, “rezamos y enseñamos, pero organizamos todo tipo de actividades para darles la oportunidad de aprovechar sus talentos y potencial: música, teatro, deportes… Es importante que lo hagan todo ellos mismos. Si quiero construir una nueva estación de misión o un lugar de reunión, les pido que lo construyan ellos con mi ayuda”.
Con la vista puesta en la próxima visita pontificia, el P. Martin y su equipo intentan animar a los fieles a acudir y reunirse con el Papa. “Les gusta que el Papa vaya a visitarnos, pero muchos de ellos tienen miedo a vacunarse”. Y es que para asistir a los eventos en Eslovaquia hay que contar con la pauta completa de vacunación frente al Covid-19. Por otro lado, hay muchos romaníes del este de Eslovaquia que quieren contribuir como voluntarios antes o durante la visita del Papa. “Creo y espero que la visita pontificia al gran asentamiento gitano de Košice [llamado Lunik IX.] tenga un impacto duradero en las relaciones entre los gitanos y el resto de la sociedad. Rezo por que el santo Padre abra los corazones de la gente y ayude a la sociedad a comprender la necesidad de aceptar a nuestros hermanos y hermanas gitanos”.