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Muros pendencieros: Vecindades peligrosas

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Macky Arenas - publicado el 21/08/21
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En América Latina los hay, unos muros vergonzosos y otros no tanto

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El Muro del Berlín es tal vez el más famoso paredón divisorio del siglo XX.  Pero hubo y hay más. Y en la integrada América Latina también. Casi siempre limítrofes o  para marcar otro tipo de fronteras, son sinónimo de disputa, discriminación o división.

Hace unos años, el entonces presidente ecuatoriano Rafael Correa, 6 de junio del 2017 para ser exactos, publicaba en su cuenta de Twitter: “¡Es increíble cómo la mala prensa puede hacer una tempestad en un vaso de agua! Nosotros no construimos “muros”, construimos parques”.  El video que acompañaba el tuit revelaba un muro que separaba zonas marginales del naciente parque.

Los fuertes reclamos desde México a la construcción del muro prometido y nunca realizado por el presidente Trump, hicieron que Guatemala comenzara a llamar “muro de la vergüenza” al que, a su vez, construiría México. Tampoco ese muro ha dado señales de vida hasta ahora. Entre México y Guatemala solo hay, de momento, barreras naturales.

Otro muro fronterizo, propuesto pero no levantado, es el que separaría Argentina de Bolivia. La idea salió de un diputado nacional argentino Alfredo Olmedo, de la provincia de Salta, quien asomó la posibilidad en un debate televisivo por el año 2017.

Donde sí existe un muro y bien sólido es entre Argentina y Paraguay, curiosamente socios en el Mercosur. Tiene  cinco metros de altura y 1,3 kilómetros de longitud y separa a Posadas (Argentina) de Encarnación (Paraguay). La construcción fue levantada en 2015 por una empresa que opera la central hidroeléctrica en el río Paraná, en cooperación con el Estado y el gobierno provincial.

El Muro de Berlín fue levantado para separar un área de la ciudad de otro y su propósito era impedir el paso de ciudadanos de Berlín oriental al federal. En América Latina tienen un fin y es el control de tránsito por las fronteras.

Pero hay otros con propósitos no tan comprensibles, como aquellos  que se levantaron a partir de 2009 en torno a varias favelas en Río de Janeiro. Algo similar ocurrió en  Lima. La capital peruana posee un muro conocido como “el muro de la vergüenza”. Ese paredón separa a los pobres de los ricos en la capital peruana. Pamplona Alta es un sector humilde y Casuarinas, un enclave urbano de gente acaudalada.  Hay temores ante enemigos reales o imaginarios pero también la realidad de constantes invasiones por el éxodo del campo a la ciudad. Los rollos de alambres de púas, conocidos en algunos países como concertinas, colocados a todo lo largo como filosas crestas cumplen una función disuasiva para todo el que pretenda escalar.

Chile no se queda atrás. A comienzos de siglo la alcaldesa de Santiago erigió un muro para separar a los ricos de la calle Escrivá de Balaguer de los pobres de la villa Lo Ermita. Ella se explica asegurando que la delincuencia obligó a tomar la decisión. El alcalde que la sucedió llegó con el lema de construir puentes en lugar de muros. Lo derribó pero en su lugar permanece, impertérrita, una cerca que funge de aduana pues limita el paso, guardias de seguridad incluídos.

Durante su visita oficial a México, la canciller alemana Angela Merkel, hizo una contundente aseveración: “Los muros no ayudan a resolver la migración ilegal” e insistió que había que dar “una nueva perspectiva” y que los gobiernos deben enfocarse más en las causas de la migración.

Aún cuando han pasado ya 30 años desde que Ronald Reagan pidiera echar abajo el muro de Berlín, en el mundo se han levantado más y más fronteras. Y a pesar de que el Papa Francisco , en un vuelo a Roma procedente de Rabat, fue insistente : “Necesitamos puentes y sentimos dolor cuando vemos a personas que prefieren construir muros. ¿Por qué sentimos dolor? Porque los que construyen los muros terminarán encarcelados en los muros que han construido”. Y recordó una frase de la novela de Ivo Andrich, "El puente sobre el Drina": dice que el puente está hecho por Dios con alas de ángeles para que los hombres puedan comunicarse”.

Otro tipo de muros se alzan y no tienen nada que ver con rencillas. Vale apuntar aquí que el más alto del continente y segundo más alto del mundo se encuentra en Ciudad de Mexico. Su utilidad es meramente deportiva pues está diseñado para escaladores. Es una pared artificial que han bautizado “The Muro”. Tiene 36 metros de altura, sólo por debajo del Excalibur, localizado en Holanda con 37 metros.

“El Muro” mexicano se construyó en tres años y es una estructura hecha a base de fibra de vidrio y una mezcla de granito para simular la textura de las rocas.

Es un deporte extremo pero esta pared puede ser escalada por toda la familia, sean expertos o principiantes, pues cuenta con 14 rutas de ascenso, de menor a mayor dificultad y tiene tres secciones de 7, 21 y 36 metros de altura, con una inclinación que permite hacer más emocionante y divertido el ascenso.

A dos generaciones de aquél muro que dividió Berlín en el comienzo de la Guerra Fría, no sólo persisten y se multiplican las sostenidas amenazas de construir otros, sino que los más peligrosos son los que se mantienen sólidos en el corazón humano que compiten con aquellos que levantamos alrededor de nuestras viviendas y calles, bien sea como garitas de vigilancia o cercas de seguridad, alambrados eléctricos o gigantescos paredones para protegernos, forzosamente, de vecinos o transeúntes.

Tal vez sea una buena reflexión la que nos propone el papa Francisco. El que construye para aislarse termina siendo un prisionero. Porque los muros comienzan en los corazones, separan a los vecinos, enguerrillan a las naciones y acaban con lo más sagrado: la libertad.

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