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Hay historias increíbles de santidad, y esta es una de ellas, de una niña de sólo 11 años que por no renegar su fe, sufrió más de un martirio, pero fue bendecida por el mismo Cristo que se apareció para bautizarla.
Su historia ha sido contada y escrita por varios autores a través de los siglos. El más antiguo data del siglo V, fue encontrado en un papiro de Oxjrhynchos, Egipto.
El texto para relatar su pasión es una adaptación de la “Legenda Aurea” del dominico Jacopo da Varagine (1228-1298):
Cristina era una niña nacida en una familia noble en Tiro en Italia. Tan hermosa que muchos la querían como esposa, pero sus padres ya habían elegido su destino. Decidieron consagrarla para el culto a los dioses.
Por esta razón la encerraron en una torre junto a doce doncellas y varias estatuas de dioses en oro y plata. Pero Cristina adoraba a un solo Dios, un Dios que a la vez era trino.
Cuando su padre lo vino a saber, por boca de una de las doncellas, le dijo que no entendía, si podía adorar a Tres, por qué no podía adorar a más. Ella le contestó que en realidad era una sola Divinidad.
Rechazando adorar los otros dioses, Cristina arrojó el incienso que le habían dado para rendir culto por la ventana de la torre. Luego rompió las estatuas y distribuyó el oro y la plata entre los pobres.
El padre se enojó tanto que la hizo desnudar y golpear por doce sirvientes, quienes cumplieron la orden hasta desfallecer por la falta de fuerzas.
Cristina, entonces dijo a su padre: “Hombre sin honor ni vergüenza, odiado por Dios, los que me golpearon ahora están sin fuerzas y ninguno de tus dioses podría devolvérselas”.
Y su padre ordenó que la encadenaran y la encerraran en la cárcel.
Estando la niña en la cárcel, fue su madre a visitarla con la intención de hacerle cambiar idea, pero ella le hizo saber que era solo hija de Dios.
El padre enfurecido, la llevó a la corte y dijo:
Luego su padre hizo que la pusieran en una rueda, donde la hizo prender fuego avivándolo con aceite. La llama creció tanto que mató a 1.500 paganos, pero no a Cristina.
El padre atribuía todos estos milagros a las malas artes de su hija. La volvió a encarcelar. Y cuando llegó la noche, ordenó a sus sirvientes que le ataran una piedra al cuello y la arrojaran al mar.
Pero los ángeles la levantaron en brazos y Cristo mismo descendió a ella bautizándola con estas palabras: “Yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Luego la confió al arcángel Miguel, quien la devolvió a tierra.
Su padre admirado con tanta “brujería” ordenó que la encerraran nuevamente en una prisión y la decapitaran al día siguiente. Pero esa misma noche el padre cruel, que se llamaba Urbano, fue encontrado muerto.
Su sucesor fue un juez no menos injusto llamado Elio, que hizo sumergir a Cristina en un caldero hirviendo lleno de aceite, resina y brea, y ordenó a cuatro hombres que lo agitaran.
Pero Cristina alabó a Dios en el caldero y le agradeció porque recién nacida en la fe, permitió que la mecieran suavemente.
Entonces el juez, enojado, hizo que le raparan la cabeza a la santa y ordenó que la llevaran desnuda al templo de Apolo.
Tan pronto como llegó allí, el ídolo cayó al suelo en pedazos. Ante esta noticia, el juez murió asustado de un ataque al corazón.
Le sucedió Giuliano, que encendió un horno para arrojar a Cristina; aquí la niña permaneció cinco días en compañía de los ángeles, sin sufrir ningún daño.
Cuando Giuliano se enteró de esto, atribuyó el milagro a las malas artes de la niña y ordenó que le arrojaran dos áspides, dos víboras y dos culebras.
Pero las víboras se enrollaron a sus pies, los áspides rodearon sus pechos y las culebras lamieron el sudor alrededor de su cuello.
Entonces Cristina ordenó a las serpientes que se fueran al desierto.
Giuliano exasperado ordenó arrancarle los pechos a la niña, y estos manaban leche en lugar de sangre. Después le cortaron la lengua, pero Cristina no perdió la palabra por esto.
Finalmente Giuliano hizo perforar a la niña con dos flechas en el corazón y una en el costado.
De esta manera, Cristina devolvió su alma a Dios aproximadamente en el año del Señor 297, bajo el reinado de Diocleciano.
Santa Cristina es patrona de los molineros y de las ciudades de Palermo, Ciudad de Osma, Huerta de Abajo (Burgos), Artana (Castellón de La Plana). Su festividad es el 24 de julio.
El cuerpo de la santa descansa en Bolsena, Viterbo. La ciudad de Tiro estaba ubicada cerca de Bolsena, y con el tiempo fue destruida desde sus cimientos.