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Tan pronto terminó la exigente prueba en la que solo fue superado por el bahameño Steven Gardiner, Antony se arrodilló en la pista atlética del Estadio Olímpico de la capital japonesa, se persignó y buscó el camerino para llamar a Colombia a su madre, Miladys Zambrano, dedicarle el subcampeonato por su próximo cumpleaños y hablar sobre su fe.
Ante las cámaras del Canal Caracol, Zambrano mostró el revés de su número como competidor y compartió un conmovedor mensaje: “Te amo mamá # 12. Tu regalo de cumpleaños. Gracias Dios por todo”.
Luego dijo que estaba feliz por darle la cuarta medalla a la delegación colombiana en los Juegos Olímpicos y de servir como ejemplo a las nuevas generaciones de su país porque, anotó, “sí se puede salir adelante cuando se tiene disciplina, dedicación y esfuerzo, te entregas todo y te entregas a Dios”.
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Este joven nacido en Maicao, un municipio en la frontera con Venezuela, empezó su trayectoria participando en pruebas colegiales en las que a veces tuvo que correr descalzo o con zapatillas no aptas para el atletismo, y en en muchas ocasiones doblegó a rivales con mejor indumentaria.
Fue en Barranquilla, en el norte de Colombia, donde Anthony tuvo que trabajar como bicitaxista, albañil y mecánico de carros para ayudar a su sostenimiento y el de su madre. Allí, mientras estudiaba el bachillerato, se apasionó por el fútbol, pero al final se inclinó por las pruebas atléticas en pista, en especial los 400 metros planos individuales y la de 4 x 400.
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El medallista le comentó a periodistas colombianos y extranjeros que siempre, para cada una de sus cosas, da gracias a Dios, se esfuerza mucho en todas sus actividades, pero que le pide “que no me dé mas ni menos de lo que merezco”.
Esa fe la heredó de su madre que desde pequeño le enseñó a orar y “a poner en manos de Él todas nuestras actividades por pequeñas que sean”. También reveló que su mamá siempre rezaba por él antes de cada competencia y que al regresar a casa la encontraba orando y dando gracias a Dios.
En entrevista con Aleteia, Miladys Zambrano afirmó que, gracias a su fe, ella y su hijo lograron superar dificultades de todo tipo.
“Soy una madre soltera y sin recursos económicos que buscaba el día a día para sobrevivir, pero que siempre se encomendaba a Dios. Y gracias a Él nunca nos acostamos sin comer porque siempre aparecía un ángel que nos ayudaba”.
Al hablar sobre el fervor religioso de su hijo, señala que desde que era niño Anthony la veía todas las noches dando gracias y poniendo en manos de Dios todo lo que hacían. Por eso, esta joven mujer no duda en señalar: “Nunca nos ha faltado nada, siempre hemos recibido con bendiciones lo que Dios nos ha querido dar. Fue Él quien me ayudó a sacar a mi hijo adelante”.
Las oraciones fueron decisivas para fortalecer el ánimo de su hijo antes de los Juegos Olímpicos y en las horas previas a la competencia final. En medio de la algarabía de vecinos, amigos y periodistas que invadieron su pequeño apartamento para festejar la victoria, la señora Zambrano relató que encomendó a su hijo al Señor de los Milagros, de Buga, a quien visitó recientemente, para “pedirle que le diera fuerza en sus pulmones y pudiera conseguir lo que él tanto anhelaba y que hoy nos ha concedido”.
También contó que con un grupo de vecinas rezaron con devoción el rosario y que días antes de la prueba final, varios amigos hicieron cadenas de oración en las que pidieron bendiciones. Su testimonio sobre esos momentos en compañía de unos cuantos allegados es emotivo: “Todos los días decíamos: ‘Dios mío, en tus manos te pongo esta necesidad. Tú eres el que va a decidir si conviene o no’, y así ocurrió porque hoy el Señor nos ha regalado una medalla de plata que vale oro y uno oro que son bendiciones”.
El regreso del deportista a Colombia no está definido. Lo que sí está acordado es continuar con la tradición de madre e hijo de ofrecer una misa de agradecimiento a Dios después de una gran competencia, sin importar si hubo victoria o derrota.